Daniel Barenboim: "No creo que los pueblos vayan a mejorar a causa de este virus"
"¡Está jodido el mundo, eh!." Daniel Barenboim empieza la conversación así, sin vueltas. Ya habrá tiempo para pensar en lo que está pasando. "Yo voy a cumplir 78 años y no hubo nunca nada como esta pandemia. Pero no estoy nervioso ni ansioso. Extraño mucho a la orquesta, a la Staatskapelle. Eso me hace falta". El Maestro cumple la cuarentena en su casa de Berlín con su mujer,la pianista Elena Bashkirova, y la madre de ella. Dos músicos muy cercanos a él, Anne-Sophie Mutter y Plácido Domingo, contrajeron el virus. "Hablé con los dos la semana pasada y están bien", dice. "Gracias a Dios no perdí a nadie conocido".
Podría pensarse que, para alguien como Barenboim, tan acostumbrado a los viajes incesantes y a una actividad artística sin tregua, la detención súbita habría sido una variedad del castigo. Por el contrario, el Maestro está en high spiritis. "La verdad es que cuando todo esto empezó me puso contento quedarme en casa tranquilo, no tener reuniones administrativas en el teatro y poder estudiar el piano, porque las semanas anteriores no había podido. Necesito la música porque es lo que más amo. Tengo la suerte de tener el instrumento en casa. Si fuera solamente director de orquesta, todo esto sería insoportable. Empecé a estudiar de nuevo las Variaciones Diabelli, de Beethoven, que hace más de veinte años que no las toco. Las iba a tocar en Salzburgo, pero creo que no se hará, como tampoco una producción de Così fan tutte que teníamos casi listo y el ciclo de sonatas de Beethoven que yo iba a hacer en Viena, y que me daba mucha ilusión. Ahora me pidieron de Deutsche Grammophon y de Medici TV que hiciera algo estos días. Entonces me fui a la Pierre Boulez Saal y filmé las Variaciones Diabelli, que las tenía ya en dedos, y dos programas de sonatas de piano y violín de Mozart con mi hijo Michael. Y ahí estamos."
Hoy, a las 19 de Alemania (14 de la Argentina) podrá verse en el sitio de la Pierre Boulez Saal a Barenboim en su lectura de las Variaciones Diabelli. El lunes, llegarán las Sonatas para violín n°32 y 33 (K454 y K481), de Mozart, y el 17, las variaciones sobre "Hélas, j’ai perdu mon amant", K360/374b con la Sonata para violín n° 35 (K526), también de Mozart, con Michael. Habrá otros dos recitales de Barenboim, el 19 y el 24, con programas que no se anunciaron todavía. Cada emisión estará disponible por 72 horas.
-En la presentación, usted menciona que en sus piezas tardías Beethoven estaba cada vez más aislado del mundo. Sin embargo, hay sobre todo en las Diabelli muchos pasajes auténticamente humorísticos. ¿Usted también los encuentra?
-Sí, absolutamente. Lo que pasa es que la biografía de un compositor, que puede ser muy interesante, no es el instrumento para interpretar su obra. El propio Beethoven, en uno de sus peores períodos, cuando pensaba en suicidarse ye escribió el Testamento de Heiligenstadt, escribió también una de las obras más abiertas y con mucho humor, como la Segunda sinfonía.
-La relación entre las Diabelli y el último movimiento de la Sonata n°32 opus 111 parece muy a mano. No solamente por la coincidencia cronológica ni por el principio de la variación sino también por los vuelcos abruptos de esas variaciones. ¿Pertenecen al mismo ámbito?
-No. Mire, las Variaciones Diabelli son un universo en sí mismo, una antología de la música. Cuando uno mira las últimas variaciones… la variación 31, por ejemplo, que podría formar parte de las Variaciones Goldberg, de Bach, con esa dimensión de las variaciones lentas de la Goldberg; después viene la fuga, que podría ser una fuga de Händel, y en la última variación estamos en un minuetto de Haydn o Mozart. Son como 200 años de música…
-Una summa.
-Una summa, sí. Y una colección. Por otro lado, esto es algo que yo veo de la siguiente manera: hay que estructurar las variaciones. Uno no puede tocar simplemente las 33 variaciones una detrás de la otra. Así, entonces, está el tema y las primeras diez variaciones, casi como un primer movimiento. Habría que pensar la obra como en tres movimientos y una coda. Estoy muy contento de volver a tocar las Diabelli.
-¿Qué expectativas tiene con estas transmisiones digitales? O para preguntárselo de otra manera: ¿cree que este tiempo de reclusión va a modificar de manera permanente, entre tantas otras cosas, las costumbres de la música?
-Yo creo que es muy difícil imaginarse cómo va a ser la vida después de este maldito virus. La gente optimista piensa que ahora que se vio cómo somos todos iguales, que no hay gente privilegiada, que este es un virus que nos iguala a todos, entonces vamos a cambiar para el bien, vamos a ocuparnos de los demás, vamos ayudar a los que más lo necesitan… Y yo, francamente, no creo demasiado en eso. El instinto de hacer cosas bien y mejor es un instinto maravilloso, pero que no dura. El odio y todo lo negativo es mucho más excitante que lo bueno.
-No son buenas noticias, pero da la impresión de que no se puede sino coincidir con esa presunción. ¿Por qué será que el mal es más excitante que el bien?
-Lo bueno y lo positivo confiere calma. Cuando usted encuentra una persona de buen carácter y bien dispuesta es un enorme placer, pero no es excitante. En cuanto a los conciertos y los teatros, todo eso va a volver, y los gobiernos van a despotricar de cuánto dinero les cuesta mantener los teatros y todo eso. Como sea, no tengo el optimismo de creer que los pueblos van a mejorar a causa de este virus.
-Usted que conoce Alemania bien de cerca. ¿Por qué piensa que consiguieron allí tener un control mayor de la pandemia?
-Porque los alemanes son más disciplinados que los latinos. En España o en Italia se les dice que no pueden salir y, aunque esté la policía, hacen lo que se les da la gana. Es cierto que Italia, además de la falta de disciplina, tiene una población de edad muy avanzada. La señora Merkel tuvo ayer un discurso, según mi opinión, muy bueno. Dijo que la situación está mejorando, pero que eso no significa que se pueda abrir todo, que necesitamos tener paciencia y disciplina.
-A propósito del streaming en la Boulez Saal, ¿cuánto cambian las condiciones de ejecución entre la sala vacía y la sala llena?
-El público hace falta. No es lo mismo tocar con la sala vacía que tocar para el público. Lo único que no se extraña son las toses... Antes era solamente en invierno; ahora es en otoño, en verano, cuando quiera. Al margen de la broma, lo que quiero decir es que no me veo en los años que vengan tocando solo para streaming.
-¿Qué es lo que vuelve insustituible la situación de concierto?
-No es proyectar al público. La gente piensa que el artista en el escenario tiene que "proyectar". No. Tiene que tener personalidad. En lugar de proyectar hasta la fila 27, es mucho más interesante y da mucho más placer tratar de imaginarse que se puede traer a la gente de la fila 27 al escenario, al lado de uno.
-¿En qué incide la presencia del público?
-Cuando está el público es otra cosa… Arthur Rubinstein contaba siempre que a él le encantaba estudiar en su cuarto de hotel cuando viajaba. Se levantaba, pedía el desayuno y empezaba a tocar. Pero cuando llegaba el mozo con el desayuno, él dejaba de tocar inmediatamente, porque se daba cuenta de que ya estaba tocando para el mozo. No podía estudiar como él quería si ya había por lo menos una persona. Es muy distinto tocar solo que tocar para alguien.
-Además, usted empezó muy tempranamente a tocar en público. Justamente ahora, en 2020, cumple 70 años en el escenario.
-El otro día, Elena encontró en YouTube unas grabaciones mías de las sonatas de Beethoven de cuando yo tenía quince años. En esa época toqué también las Variaciones Diabelli. Para decirle la verdad, a mí me parecía todo muy normal. Nunca tuve el sentimiento de ser un bicho raro. Pero ahora cuando pienso en eso, tengo que ser sincero, me doy cuenta que era algo un poco inusual.
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