Daniel Auster, de personaje de los libros de sus padres a protagonista de una tragedia con todas las letras
El hijo de los escritores estadounidenses Paul Auster y Lydia Davis, acusado de homicidio involuntario de su pequeña hija Roby, murió hoy de sobredosis; inspiró pasajes novelescos del autor de “La noche del oráculo” y de su madrastra, la escritora Siri Hustvedt
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Los biógrafos de Paul Auster y Lydia Davis -dos de los escritores estadounidenses contemporáneos más renombrados- ya habrán consignado la fecha de hoy, 28 de abril, como triste final de una tragedia que parecía haber llegado a su punto más alto hace dos semanas. Esta mañana se conoció la muerte por sobredosis de Daniel Auster, hijo de ambos autores, que había sido noticia el viernes 15 de este mes cuando fue detenido por homicidio involuntario (o negligente) de su hija, Roby. Una pericia determinó que la beba de diez meses había muerto por sobredosis de heroína y fentanilo que su padre, de 44 años y en una escena digna de Trainspotting, habría dejado al alcance de la niña. Ruby fue encontrada inconsciente en su casa de Park Slope, Brooklyn, después de que su padre llamara a la policía y acudieran los servicios de emergencias.
El equipo forense determinó que la niña había fallecido por una “intoxicación aguda” por drogas. Auster admitió que se había inyectado heroína y se había dormido junto a su hija. Al despertar, advirtió que la niña tenía los labios azules y los ojos rígidos.
Ni Davis ni Auster habían hecho declaraciones sobre la detención de su hijo, al que el juez John Hecht le fijó una libertad bajo fianza de 250.000 dólares de seguro o 100.000 dólares en efectivo, además de realizar un tratamiento psiquiátrico. Trascendió que ninguno de los dos escritores mantenía contacto con él.
No obstante, en algunas de sus obras Auster -célebre por sus procedimientos narrativos, en los que ficción y no ficción se entrecruzan- se refiere directa e indirectamente a su hijo. Se destaca el caso de su primer éxito editorial, La invención de la soledad, de 1982. En la primera parte, “Retrato de un hombre invisible” (que no es otro que su padre, Samuel Auster) indaga en el misterio de un asesinato ocurrido en su familia tiempo atrás y que vendría a explicar el comportamiento desaprensivo de su progenitor.
“Recibí la noticia de la muerte de mi padre hace tres semanas -se lee al inicio del libro, que evoca las primeras páginas de El extranjero, de Albert Camus-. Fue un domingo por la mañana mientras yo le preparaba el desayuno a Daniel, mi hijito. Arriba, mi mujer todavía estaba en la cama, arropada entre las mantas, disfrutando de unas horas más de sueño. Invierno en el campo: un mundo de silencio, leños humeantes, nieve. No podía dejar de pensar en las líneas que había escrito la noche anterior y esperaba con impaciencia la tarde para volver al trabajo. Entonces sonó el teléfono y supe en el acto que habría problemas. Nadie llama un domingo a las ocho de la mañana si no es para dar una noticia que no puede esperar, y una noticia que no puede esperar es siempre una mala noticia. No se me ocurrió un solo pensamiento noble”.
En “El libro de la memoria”, la segunda sección de La invención de la soledad, Auster ocupa alternativamente el lugar de hijo y de padre. Daniel y su abuelo paterno aparecen reunidos en una escena. “Como era de esperar, mi padre vio a su nieto solo tres o cuatro veces y en ningún momento fue capaz de distinguirlo de la masa impersonal de bebés que nacen cada día en el mundo. Daniel tenía dos semanas cuando lo vio por primera vez. Guardo un recuerdo muy vivido de aquel día: un domingo sofocante a finales de junio con una ola de calor y el aire del campo gris y húmedo. Mi padre aparcó el coche, vio a mi esposa acostando al bebé en su cochecillo y se acercó a saludar. Se inclinó un instante sobre el cochecillo, luego se incorporó y dijo:
-Hermoso bebé, que tengáis buena suerte con él.
Como si se refiriera al bebé de un extraño en la cola del supermercado. Aquel día, durante el resto de su visita, no volvió a mirar a Daniel y ni una sola vez pidió tenerlo en brazos”.
Auster y Davis se casaron en 1974 y se divorciaron en 1978, cuando Daniel tenía un año y medio. “Mi esposa y yo compramos un gran tobogán de madera para Daniel, nuestro hijo de dieciocho meses, y lo montamos en la sala. Él disfrutaba del caos: lo revolvía todo, se ponía pantallas de lámparas como sombrero, desparramaba fichas de póquer de plástico por toda la casa y corría por los amplios espacios de las habitaciones cada vez más vacías”.
Y hacia el final de La invención de la soledad, se lee: “Son más de las dos de la mañana. Un cenicero desbordante, una taza de café vacía y el frío de la primavera temprana. Ahora una imagen de Daniel dormido en su cuna. Para terminar. Me pregunto qué sacará en limpio de estas páginas cuando tenga edad para leerlas. La imagen de su cuerpo pequeño y feroz, dormido en su cuna en la planta de arriba. Para terminar”.
También la segunda esposa de Auster, la escritora Siri Hustvedt, recreó episodios policiales (por posesión de drogas y hurtos menores) de la vida de Daniel en una de sus novelas más elogiadas. En Todo cuanto amé, el joven Mark Wechsler roba dinero, consume drogas y, finalmente, es detenido por su conexión con el asesinato de un traficante de drogas y favores sexuales. En el perfil, Hustvedt también lo presenta como un mentiroso impasible. Hace más de dos décadas, Daniel Auster se declaró culpable del robo de tres mil dólares al narcotraficante Andrés Meléndez, que fue asesinado en 1996 por el promotor de discotecas -eufemismo si los hay- Michael Alig. En la novela de Hustvedt, la víctima del asesinato se llama Rafael Hernández.
“No podía creerlo -se narra en Todo cuanto amé-. Me resistía a creerlo. Seguí insistiendo, acosándole e interrogándole, pero sin lograr obtener de él otra cosa que las mismas respuestas apáticas. Se sentía ‘avergonzado’ de que hubiera descubierto el robo. Cuando le pregunté si había utilizado el dinero para comprar drogas, me respondió con aparente candor que podía conseguir las drogas gratis. Se compraba cosas, dijo. Iba a restaurantes. El dinero, me explicó, se esfuma con facilidad. Sus respuestas se me antojaban extravagantes, pero hoy creo que la persona que me contemplaba fríamente desde aquella silla estaba diciendo la verdad. Mark sabía que me había robado dinero, y sabía también que hacerlo estaba mal, pero estoy igualmente convencido de que no experimentaba el menor sentimiento de culpa o de vergüenza. Era incapaz de brindar una explicación racional del robo. […] Mark no tenía nada más que decir al respecto, pero en ningún momento dejó de mirarme. Mantenía los ojos fijos en los míos, y yo me esforzaba por escrutar en su interior. El límpido azul de sus iris y sus pupilas negras y relucientes, me hicieron pensar súbitamente en el vidrio, como si Mark estuviera ciego y detrás de aquellos ojos no hubiera nada. Por segunda vez aquella tarde mi ira se tornó en aprensión. ¿Qué es esta persona?, me pregunté: no ‘quién’, sino ‘qué'”.
En una entrevista con The Guardian en 2006, Hustvedt evitó hablar sobre el hijo de su pareja. “No voy a hablar de nada de eso, no. No”, respondió. Con Auster tuvo una hija, la cantante y actriz Sophie Auster.
Daniel Auster aparece en la película Cigarros, de 1995, dirigida por Wayne Chang y con guion de su padre, donde interpreta a un ladrón de libros. Y en la metaficcional novela La noche del oráculo, de 2003, el narrador es un escritor que tiene un hijo drogadicto y resentido, Jacob, que con su comportamiento inquieta a la nueva pareja de su padre. “Se habían llevado el marco, pero solo alguien con un antiguo y profundo rencor hacia la persona retratada se habría tomado la molestia de romper la foto en pedazos -se lee en la novela-. Un ladrón profesional la habría dejado intacta. Pero Jacob no era un profesional; era un chico desquiciado, ofuscado por la droga, que se había tomado muchas molestias para perjudicarnos: para hacer daño a su padre atacando a dos de sus más íntimos amigos”.
“Pienso en cuando nació mi primer hijo -declaró Davis en diálogo con la agencia Télam meses atrás-. De repente, solo disponía de una hora, o quizá dos o tres, y tenía que aprovechar al máximo ese tiempo. Tuve que aprender a ponerme a trabajar y concentrar mi atención. Mientras que antes de tener un hijo, cuando tenía muchas horas del día para pensar en lo que quería escribir, no trabajaba tan intensamente, no lograba tanto. Y ahora, me sigue gustando tener una fecha límite, para obligarme a ponerme a trabajar y terminar una tarea”. Su segundo hijo es Theo Cote, fruto de la unión con el artista Alan Cote.
Se diría que Davis ha sido más cauta que el padre y la madrastra en el uso de Daniel Auster como personaje de ficción. Parece haber seguido uno de sus propios consejos a escritores, donde afirma que es mejor no herir ni ofender a otros, “en especial a las personas cercanas”. En el ensayo “Treinta recomendaciones para una buena rutina de escritura” (incluido en Ensayos I, publicado por el sello Eterna Cadencia), Davis critica explícitamente al escritor noruego Karl Ove Knausgård por haber ofendido a varios de sus familiares. Y agrega: “Otra buena razón para censurarse es, en mi opinión al menos, que no hace falta sumar más obscenidad ni violencia ni discursos de odio porque ya los hay de sobra en el mundo”.
“Egoísta”, de Lydia Davis
Ser una persona egoísta tiene algo de útil: cuando tus hijos sufren no te importa tanto, porque tú estás bien. Pero no funciona si solo eres un poco egoísta. Tienes que ser muy egoísta. Si solo eres un poco egoísta, te preocupas por ellos hasta cierto punto, les prestas cierta atención, tienen ropa limpia casi siempre, un corte de pelo de vez en cuando, aunque no todos los útiles que necesitan para el colegio, o no precisamente cuando los necesitan; lo pasas bien con ellos, te ríes de sus bromas, aunque tienes poca paciencia cuando se portan mal, te molestan cuando tienes que trabajar, y cuando se portan muy mal te enojas muchísimo; algo entiendes de lo que deberían tener en sus vidas, algo sabes de lo que están haciendo, con sus amigos, les haces preguntas, no muchas, y no vas más allá de cierto punto, porque hay poco tiempo; entonces comienzan los problemas y no te das cuenta porque estás muy ocupada; roban, y te preguntas cómo llegó ese objeto a la casa; te muestran lo que han robado, y cuando haces preguntas, mienten; cuando mienten, siempre les crees, porque parecen tan sinceros y sería muy largo averiguar la verdad. Bueno, si has sido egoísta, esto es lo que a veces sucede, y si no has sido suficientemente egoísta, más tarde, cuando los problemas sean graves, vas a sufrir, aunque incluso cuando sufras seguirás, por costumbre, siendo egoísta, diciendo, estoy tan aturdida, mi vida se acabó, ¿cómo seguir adelante? Entonces, si vas a ser egoísta, tienes que ser más egoísta todavía, tan egoísta que aunque te dé pena que estén mal, sincera y profunda pena, como les dirás a tus amigos, conocidos y al resto de la familia, en privado te sentirás aliviada, contenta, incluso feliz de que eso no te esté sucediendo realmente.