Cynthia Rimsky: “Me gusta que con mis novelas nunca se pueda decir de qué se tratan”
Con “Clara y confusa”, la escritora chilena que reside en la provincia de Buenos Aires ganó el prestigioso Premio Herralde de Novela, junto con la española Rita Xupert; “La literatura no da explicaciones, despliega las contradicciones y la confusión”, dice
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La escritora chilena Cyhntia Rimsky (Santiago de Chile, 1962) -“argenchilena”, si se tienen en cuenta los más de diez años en que vive y trabaja en Azcuénaga, localidad de la provincia de Buenos Aires- cuenta que recibió con alegría el primer reconocimiento internacional a su obra, luego de una seguidilla de premios otorgados en Chile por sus libros de ficción y no ficción. Con Clara y confusa (Anagrama, $ 21.500) ganó ex aequo el 42° Premio Herralde de Novela junto con la escritora española Xita Rupert, premiada por Los hechos de Key Biscayne.
La literatura de Rimsky, libre y enfocada, puede versar sobre el amor, la corrupción sindical, el arte contemporáneo, el libertarismo y las fiestas populares. De hecho, es lo que ocurre en la historia que une los destinos de Salvador, el plomero narrador de la novela, y Clara, una artista conceptual ignorada por la crítica. “No conozco a otros artistas -razona él cuando su pareja le comenta que quiere participar de la fiesta del pastelito en el pueblo de Parera-. No sé si sufren como Clara. No la reconocen sus pares, no la invitan a inauguraciones, los críticos no escriben de su obra, no la llaman a exponer...”. Para ganarse el amor de Clara, Salvador intentará persuadir a una influyente crítica de arte del valor de sus obras.
La historia se extiende a lo largo de cinco años, cinco meses y cinco días: la temporalidad define la estructura. “Leí Nadie nada nunca, de Juan José Saer. ‘Qué inteligente’, dije, y ahí lo pensé. Me gusta el número cinco y dije cinco; eso ordenó un montón todo. Me dediqué un mes a devorar Saer y quedé con ese espíritu. Pero yo no puedo escribir con esa morosidad”, observa la autora. La percepción de Salvador, entrenada por Ovidio en el mundo de los plomeros que persiguen “filtraciones fantasmas” y gotas inaudibles en casas ajenas, conecta hechos en apariencia distantes como la corruptela de capos sindicales, la arbitrariedad en el mundo del arte, los negociados de un juez y el paradójico proyecto político de un intendente.
-¿Cómo te sentís con el lanzamiento de la novela?
-Con mucho ajetreo: me tocó ir a Turquía, me invitaron al Festival Ñ en Madrid; cuando llegué a mi casa y abrí mi armario para sacar mi taza de café con leche me dieron ganas de llorar, pero el reconocimiento está súper bien, es el primer premio internacional que recibo. Tampoco nunca había postulado antes, excepto en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, donde quedé como finalista.
-¿En qué circunstancias la escribiste?
-Fue bastante rápido, la estuve pensando mucho; al principio se iba a llamar “La sillita argentina” por las reposeras, que me llaman mucho la atención. Cuando ganó Javier Milei yo ya había empezado y estaban todos muy deprimidos, incluida mi pareja, con mucha angustia del futuro y me dije que no iba a pasar así los cuatro años que vienen y empecé la novela. Llevaba un año buscando el tono y una vez que salió, cuando encontré la voz del plomero y los personajes, ya me tiré y fueron días enteros riéndome. La pasé muy bien.
-¿Y cómo describirías el tono?
-Encontré eso de que él era demasiado crítico: era una forma de justificar la mirada que él tiene del entorno, una mirada excesivamente crítica en un momento donde toda crítica está anulada desde un lado y desde el otro. Pero también quería hacer a un tipo muy sensible que pudiera conectar con una artista visual y con su oficio desde otro lugar; quise construir a un plomero sensible con una mirada sobre las cosas, que fuera observador. Cuando encontré la ironía, todo eso se juntó.
-¿El personaje de Ovidio es un homenaje al poeta romano?
-No, no, ojalá. Ovidio era el novio de un amigo que tuvo una historia de amor con un ginecólogo millonario; de ahí salió el nombre. Cuando él hablaba de Ovidio, siempre pensaba que era un nombre de literatura. Me parecía un buen nombre para el maestro de Salvador; además el bar del pueblo donde se reúnen los plomeros se llama Platón.
-En la relación con Clara, ella le impone restricciones a Salvador. ¿Para escribir son importantes las restricciones?
-No, para nada. Ella le ponía condiciones hasta que de repente encontré la palabra “restricciones” y pensé que eso llevaba el libro a otro nivel. Incluso el libro al principio tenía un texto sobre las definiciones de restricciones, las restricciones en la religión; leí todo eso, lo saqué del texto y lo aposé como residuo. Lo de las casualidades, que saqué del pensamiento budista, que tiene un catálogo de casualidades, también lo saqué de la novela y quedó como algo residual.
-¿El personaje de la crítica de arte, Renata Walas, está inspirado en la mexicana Avelina Lésper?
-¡Todo el mundo las encuentra parecidas, pero no es ella! Está inspirada en un tipo de crítica chilena, no en una persona, sino en una figura, un tipo de crítica de arte que existió durante la dictadura, un estilo. Eran ambientes muy restrictivos, en los que había ciertas personas con algunos contactos; todo era como “tú sí, tú no”. Antes los medios de comunicación no hablaban de arte como ahora, era todo muy pequeño, con dos personas que tenían contactos y adquirían mucho poder sobre los artistas. Luego hubo una democratización, surgieron galerías independientes y todo se expandió un poco. La Walas tiene algo demodé que la hace risible.
-¿Cuál es tu opinión sobre el mundo de la cultura?
-Hay una parte de cierta experiencia con el mundo de la cultura de la provincia que tiene eso de que la cultura debe ser entretenida o con gente muy famosa para llevarla a la provincia. Por otro lado, hay todo un discurso que está poniendo en discusión la literatura y las artes visuales de elite en contraposición con la cultura popular, pero hoy uno va a la cultura popular y son vendedores de bijouterie, la fiesta del pastelito, los atrapasueños. La cultura popular es un pastiche y también está abandonada. Tampoco les dan plata: los artistas yiran por los pueblos con sus puestos para sacar un poco de plata. Se la alaba pero está abandonada. Efectivamente, hay un problema con el arte y la literatura que solo llegan a las elites, pero no creo que se solucione con reivindicar la cultura popular o enfrentando una con otra.
-La novela planeta la cuestión del financiamiento de la cultura y del escaso interés que genera la obra de la artista.
-Se le exige al arte una transparencia y una comprensión, que sea explícito para que la gente lo entienda, y en contraposición ella plantea que no, que no hay que ceder ni obligarse a hacerlo. Y está Salvador como espectador ideal, en el sentido de que ella le enseña a observar y él empieza a sentir, a observar y apreciar ese arte, y ahí hay un enganche entre ellos. Y esa mirada le debe sumar a ella. Me interesaba describir esa mirada que está mucho sobre la literatura, en la que se busca el significado. En varias entrevistas me han preguntado “pero ¿qué significa el arte para ti o qué significa la novela?”.
-¿Y qué les respondiste?
-Me voy por las ramas. Está muy afincada esa idea de la literatura del tema en el periodismo, en las editoriales, en los concursos. “Esta novela es sobre la ecología, perfecto, entra en esa categoría”; en las residencias artísticas pasa lo mismo. Me gusta que con mis novelas nunca se pueda decir de qué se tratan. La realidad es puro absurdo.
-En la novela aparece la palabra “libertario” en boca del intendente del pueblo.
-Se filtró, se fue filtrando. Me divertía esta idea de que podía haber algo puro, limpio y sin corrupción, y empiezan a rebuscar y al final parece que todos son corruptos, porque no existe la pureza. Como esos jóvenes que buscan la pureza en nombre de la libertad o la idea del discurso que no tiene relación con la experiencia: llegan a imponer un discurso salvador y cuando tratan de acercarse a lo real no funciona. Por otro lado, también la tradición se desarma a pedazos y nadie se hace cargo de eso. El discurso del intendente lo copié del discurso de un señor intendente de la provincia de Buenos Aires; le hice unos arreglitos para que quedara más monono.
-La cuestión de la corrupción está muy satirizada, con las diferentes áreas del gremio de los plomeros y si conviene o no destapar la olla.
-Y cómo se va descomponiendo. Al principio es “la” corrupción y después termina como algo fantasmal. En el fondo nadie quiere saber y nadie sabe qué hacer con eso. Por eso las condiciones que le pone la encargada del gremio a Salvador: no ser demasiado crítico y saber qué lado se está. Es feroz eso porque cuando destruye el gremio él se pregunta qué hice: se llega al individualismo total como pasa en Chile donde ya no existen los sindicatos. No quería encontrar una respuesta, pero quería poner estos edificios fantasmales, esta cultura argentina alucinante donde las cosas pueden estar en ruinas pero existen, esa resistencia incluso edilicia me parece súper interesante. En Chile eso no existe.
-¿Qué expectativas tenías con el gobierno de Gabriel Boric?
-No tenía tantas ganas de votarlo pero lo voté; el partido era muy joven, con muy poco poder. Chile tiene esa máxima rarísima que es “cambiemos todo para no cambiar nada”. Llevamos cuatro años y esa máxima no se agujerea por ningún lado. No hubo grandes cambios, solo cosas pequeñas; Michelle Bachelet hizo algunas cositas, Ricardo Lagos otras, pero no en lo trascendental que es la educación, la salud, la previsión social; en eso seguimos en lo neoliberal. Hay cositas, becas, condonación de deudas, pequeños movimientos, pero Pinochet nos dejó la Constitución y ya sabemos lo que pasó. Cuando fui a Italia a un festival, me preguntaban qué pasaba en Chile. No tengo explicación sobre lo que pasa en mi país, por eso escribo literatura. Me metí en esa idea de que no hay explicación y la llevé a la novela: no explicar nada, sacar cualquier tipo de explicación. La literatura no da explicaciones, despliega las contradicciones y la confusión. Yomurí es así también.
-¿Desde qué año vivís en la Argentina?
-Desde 2012, en Azuénaga, que fue la inspiración de La vuelta al perro y de los pueblos imaginarios de Clara y confusa. Vivir en la provincia te cambia la perspectiva. Ya estoy escribiendo una tercera novela e inconscientemente pensé que va a ser gente que va de capital a la provincia a construir un partido. Es el medio en el que observas cosas que te llaman la atención, y mis novelas siempre parten de imágenes y de observaciones. Una de los desafíos fue contar la fiesta del pastelito, sabía que la novela tenía que terminar con la fiesta, pero uno de los problemas era cómo contarla, así que decidí no mostrarla, cerrar la fiesta, opacarla, que no la pudieras ver. Ahí pude escribir la fiesta.
-¿Tus vecinos en Azcuénaga saben que sos escritora?
-Saben y no le dan ninguna importancia, lo que me parece muy bien. El diario local sacó por primera vez un reportaje cuando gané el premio y ahí se enteraron; escribieron un artículo espantoso, en el que la periodista se dio unas libertades poéticas impresionantes.
-¿Leíste la novela de Xita Rupert?
-La leí y me gustó, tiene un estilo medio norteamericano, como Francis Scott Fitzgerald, que me pareció muy refrescante para la literatura española. La historia está contada por una niña que tiene un padre muy dandi, decadente. Nos conocimos y nos caímos bien.
-¿Tu obra de no ficción está siendo desplazada por la de ficción?
-Conviven. De repente ahora tenía ganas de hacer un ensayito, medio ensayo, medio relatos, esas cosas que escribo. Pero sí, estoy medio tomada por la ficción. Casi siempre leo poesía cuando escribo, para empaparme de ese capacidad de síntesis. Siempre hago eso, desde mi ignorancia e imposibilidad de escribir poesía.
-¿El Premio Herralde te cambia en algo?
-Creo voy a tener más circulación, no solo en España sino también en América Latina; Anagrama se ocupa de eso, es una buena editorial y estoy bien acompañada. Yo no trabajo por encargo, entrego la novela cuando la termino. Una vez en Random House me ofrecieron pagarme un adelanto, pero dije que no, no quiero esa presión financiera. No vivo de escribir libros. Lo hago por gusto.
-¿El contexto en el país te parece poco propicio para la cultura?
-Me parece terrible; no sé qué palabra usar. Desolador. Es increíble que alguien piense que se puede vivir sin la cultura, sin la historia, sin la tradición, solo con el dinero y el poder y que con eso se pueda constituir un país. De no creer. Siempre el ser humano va a producir cultura, ciencia, conocimiento y también vagancia. El bienestar nunca ha sido solo económico. Aparte mientras uno produce, los otros mueven dineros virtuales, lo loco es que nada de eso existe. La Argentina y México son polos culturales de América Latina. Tú decís la Argentina y la gente piensa en literatura, música, cine, arte; no en petróleo. Al mismo tiempo, siento que nunca vi tantas actividades culturales como ahora.
-El Gobierno tiene apoyo y poca oposición.
-Hay cosas que se fosilizaron por falta de espíritu crítico. Todos estábamos de acuerdo en que muchas cosas no estaban funcionando bien. Pero las sociedades están tan polarizadas hoy que es imposible hacer ese debate, porque uno abre el flanco y el otro ataca. Entonces se cierran filas. Y también hubo un acostumbramiento a ciertos espacios ganados, a sentirse cómodo y no tener que luchar. El poder ha ido dejando de lado la crítica y la autocrítica, dos cosas esenciales para no fosilizarse. Y creo las estructuras políticas están completamente alejadas de lo que pasa.
-¿Cómo ves la literatura de tu país?
-No leo a tantos contemporáneos ahora sino que he empezado a ir hacia atrás: Juan Emar, Mauricio Wacquez, que ahora lo están reeditando. Chile tiene mucha tradición más bien de realismo social y poco humor, es bastante trágica. Pero está muy viva la literatura chilena, muy viva, con muchos lectores jóvenes, ferias, poetas jóvenes.
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