Cynan Jones. "Las relaciones amorosas se comportan igual que el clima"
Para muchos lectores, una de las revelaciones literarias de 2020 fue una historia sencilla, como la describe su autor, ambientada en la zona rural de Gales y protagonizada por un granjero que sale en busca de una vaca perdida y a punto de parir. Mientras avanza por el campo, verdadero protagonista de Tiempo sin lluvia (Chai), Gareth reflexiona sobre sus vínculos más cercanos (su pareja, sus hijos, la memoria del padre) y los interpreta y compara según los hechos que mejor conoce: los de la naturaleza. De 2006, la primera novela de Cynan Jones (1975) fue publicada en el país por una editorial independiente con domicilio en el pueblo cordobés de San Javier y la tradujo una escritora: Esther Cross. En 2021, Chai presentará la cuarta novela del autor galés, The Dig (2014), en versión de la poeta Laura Wittner. Y más adelante, se publicará Cove, de 2016.
El autor, que vive con su familia cerca de Aberaeron, en Gales, y que publicó Tiempo sin lluvia a los treinta años, participará con una consigna creativa en la tercera edición del Mundial de Escritura, cuyo capítulo empezó a escribirse este lunes. Casi ocho mil jugadores del campeonato literario deberán cumplir con el ejercicio ideado por Jones. "Cualquier cosa que entusiasme a la gente a disfrutar del acto de escribir es un esfuerzo que vale la pena", dice.
–¿Qué opinás del entusiasmo suscitado por tu novela en la Argentina? ¿Conocés el país?
–Cuando escribí esa historia modesta, enfocada en un granjero que pierde una vaca, temí que no fuera lo suficientemente consistente como para salir al mundo. ¡Pero ahora Tiempo sin lluvia está traducida a muchos idiomas! Al árabe, al francés, al albanés, al holandés y muchos otros. Y, recientemente, por supuesto, al español. Ese éxito demostró que podía escribir sobre el lugar del que soy, sobre su paisaje, su comunidad y sus costumbres, y que esas historias resonarían en cualquier parte del mundo. Tener tal respuesta en la Argentina es increíble. Los lectores se han involucrado mucho con la historia. Visité Mendoza en 2005, el año en que escribí Tiempo sin lluvia. También trabajé durante años en la industria vitivinícola. Mucho de lo que sé sobre la Argentina lo aprendí por las uvas.
–¿Los temas relacionados con la naturaleza vuelven a interesar a escritores y lectores? Y en tu caso, ¿por qué elegiste entornos rurales?
–No elegí escribir sobre la naturaleza, el paisaje y el ambiente debido a la creciente moda de esta escritura que, creo, es el resultado de la vida cada vez más urbana de la gente. Escribo las historias que escribo porque son las que inspira el paisaje que me rodea. Soy un producto de este lugar, y también lo que escribo. Mi último trabajo, Stillicide, sin embargo, tiene una ciudad como escenario central. El libro es una colección de doce relatos ambientados en un futuro posible, cuando el agua se mercantiliza. Las historias fueron escritas originalmente para la radio y tenían que ser variadas, por lo que hay escenarios y voces diferentes. Sin embargo, a pesar del entorno aparentemente urbano de la mayoría de las historias, el impulso narrativo proviene del entorno desde el que escribo.
–¿Por qué en la novela se yuxtapone la historia de la crisis de la pareja con la violencia del ambiente?
–La mayor parte de lo que entiendo de la naturaleza humana lo he llegado a comprender al nivelar nuestro comportamiento con el del mundo natural. Casi todos mis escritos contienen una alegoría natural en su centro que irradia sobre la condición humana que la historia intenta abordar. Para mí, las relaciones amorosas tienen el mismo comportamiento que el clima. Las relaciones tiene sus estaciones, períodos de tiempo en los que prevalece cierto tipo de "clima", pero, en última instancia, el esfuerzo de mantener una relación bajo la ilusión de que es estable está condenado al fracaso. La estabilidad tiene que provenir de algo más profundo que los comportamientos externos. Cuando trabajamos juntos como pareja, en una granja o en un negocio, por ejemplo, se agregan presiones adicionales a las presiones de la organización mundana, la ambición romántica, las metas personales, etcétera. El simple hecho de tener que navegar por las realidades cotidianas puede dejar poco tiempo para lo que realmente queremos de nuestras relaciones. A veces, esa frustración se convierte en violencia, pero esa violencia suele ser silenciosa, autónoma y renuente.
–¿Por qué accediste a participar en el Mundial de Escritura y qué ejercicio estás preparando para los jugadores?
–¡Es una idea fantástica! Cualquier cosa que entusiasme a la gente a disfrutar del acto de escribir es un esfuerzo que vale la pena. Le voy a pedir a la gente que escriba un informe policial basado en un cuento de hadas. El narrador podría ser, por ejemplo, un agente policial a cargo de la investigación, un testigo, un perito forense. Es fascinante improvisar sobre historias tan profundamente arraigadas en nuestra imaginación.
–¿Cuáles eran tus expectativas sobre la literatura cuando empezaste a escribir?
–No tenía ninguna expectativa cuando comencé a escribir. Las tenía sobre la historia que quería escribir, pero realmente no pensaba más allá de eso. De verdad, no entendía el negocio de la literatura: publicación, ventas, producción, "ser escritor". Si hubiera comenzado a escribir con expectativas acerca de esas cosas, probablemente lo hubiera hecho de manera muy diferente. Me alegro de no haberlo hecho.
–¿Cómo y dónde pasaste los meses de confinamiento por la pandemia?
–En casa, donde crecí, en la costa oeste de Gales. No es un mal lugar para estar; tiene el mismo paisaje de la novela y de la mayoría de mis escritos. Por varias razones, en mi casa continuamos con el confinamiento. Hasta ahora, no fui a ningún comercio ni me reuní con nadie más que mi familia cercana. No vamos a un restaurante desde hace más de doscientos días.
–¿Cómo escribiste Tiempo sin lluvia?
–A los veintidós años decidí que debía intentar escribir un libro, aunque no sabía cómo hacerlo. Así que pasé unos años en Glasgow, trabajando como redactor publicitario para aprender el oficio. Luego, a los veintiocho, volví a Gales y me dediqué por dos años a escribir una novela. Escribí varias cosas, pero no funcionaron. Sin embargo, escribir puede convertirse en un hábito físico. Terminé un libro que no publiqué, pero me había acostumbrado a escribir y, como quería seguir haciéndolo, comencé a escribir la historia de una vaca perdida y el granjero que la busca. Garabateé. Sentí como si la historia estuviera por delante de mí. Simplemente tenía que seguirla y escribirla sin arruinarla. A medida que avanzaba, apilaba cada capítulo al lado del escritorio, en el suelo, armando la historia de manera instintiva. Cuando sentí que el libro había terminado, lo escribí en la computadora, lo leí e hice algunos pequeños cambios. El proceso de principio a fin, desde la redacción de la primera frase hasta la impresión del borrador que envié al editor, me llevó diez días. O tal vez tomó treinta años.
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