Feria del libro 2018: Curiosidades, escándalos y secretos
El día que Paul Auster y John Coetzee recorrieron juntos los stands de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, en 2014, los organizadores sintieron que estaban acompañados de los Beatles. La convocatoria y el furor del público superaron todas las expectativas. Allá lejos en el tiempo habían quedado los 140.000 asistentes de la primera edición, en marzo de 1975. Desde 1999, la última organizada en el ex Centro Municipal de Exposiciones, la feria supera el millón de visitantes.
En 44 ediciones ocurrió de todo: los expositores pasaron del ruego a los autores para que firmaran libros (la primera que aceptó fue María Elena Walsh) a contratar seguridad extra para impedir desbordes del público (como sucedió durante las visitas de Mario Vargas Llosa y el youtuber estrella Germán Garmendia); de recibir negativas de figuras extranjeras a viajar al país durante la dictadura a contar con varios premios Nobel entre los invitados (en la edición que comienza este jueves estarán dos huéspedes frecuentes: Mario Vargas Llosa y J. M. Coetzee); de esconder ciertos títulos de la vista de los censores de turno a colocar alarmas para evitar los frecuentes robos de libros; de no tener dónde comprar un café a pedir una ensalada César en alguno de los coquetos puestos de comida. El escenario también cambió: primero el gran encuentro tuvo lugar en el antiguo predio municipal, un amplísimo espacio en el que hasta hubo que alfombrar el piso y arreglar los baños, y luego se trasladó a un centro de exposiciones cuyo metro cuadrado cotiza a precio internacional.
Aunque fue centro de censura, polémicas y escándalos, de 1975 al presente, nunca se suspendió. Hubo feria en marzo de 1976, con el golpe de Estado (la junta militar mandó un censor a controlar los títulos exhibidos), y la hubo también en 1982, durante la Guerra de Malvinas. Ya en democracia, la gran fiesta del libro (y de autores y lectores) sobrevivió a la hiperinflación, la convertibilidad, el corralito, el "que se vayan todos" y la grieta. La coyuntura política, claro, siempre se vio reflejada en los discursos de apertura y actos inaugurales.
El cruce más reciente entre los representantes de la industria y los funcionarios ocurrió el año pasado. Después de escuchar los reclamos de Martín Gremmelspacher, presidente de la Fundación El Libro, que advirtió sobre el momento crítico que vivía el sector, el ministro de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto, disparó la frase que pronto se hizo célebre ("conmigo no, Martín"), con la que parafraseó a Beatriz Sarlo. Y arremetió de viva voz: "Este no es el peor momento de la industria editorial; hemos pasado dictaduras e hiperinflaciones". En la sala Jorge Luis Borges, se escucharon silbidos y risas irónicas que provenían del auditorio.
La inauguración de 2011 también generó polémica, a punto tal que, en un hecho inédito, hubo dos actos de gran convocatoria. La controversia había comenzado con la decisión de los organizadores de invitar a dar el discurso de apertura al premio Nobel de Literatura Vargas Llosa.
El kirchnerismo, representado por Horacio González, por entonces director de la Biblioteca Nacional, y otros intelectuales de Carta Abierta, criticó duramente que el autor participara del acto oficial porque a su juicio defendía una política liberal. El malestar se exteriorizó en una carta pública. Fue necesaria la intervención de Cristina Kirchner para apaciguar los ánimos. Así, en la primera jornada hubo corte de cinta y un homenaje a María Elena Walsh y David Viñas. La entonces presidenta no concurrió a la inauguración, como era su costumbre. El orador oficial fue el ministro de Educación, Alberto Sileoni.
Al día siguiente, Vargas Llosa tuvo un acto propio en la misma sala, la más grande del predio, con capacidad para 1200 personas. Fue multitudinario. Tuvieron que habilitar un espacio adicional e instalar una pantalla gigante al aire libre.
Cinco años después, el Nobel peruano volvió a ser uno de los invitados principales. Esa visita, la primera desde aquel escandalete, acaparó la atención de la prensa del corazón: el autor de Pantaleón y las visitadoras vino al país acompañado por su pareja, Isabel Preysler, quien causó cierto revuelo cuando ingresó en la sala rodeada de fotógrafos y de cholulos que la apuntaban con los celulares.
Mentes brillantes
Pero si hubo una pareja que siempre atrajo la atención fue la de Jorge Luis Borges y María Kodama. A la hora de firmar ejemplares, Borges se dejaba llevar de la mano por Kodama, que lo guiaba para que el escritor estampara su apellido. No escribía dedicatoria, solo firmaba: "JLBorges".
La editora Gloria Rodrigué, que participa como expositora desde la primera edición, recuerda que a la hora de firmar ejemplares Borges no convocaba tanto público como María Elena Walsh y Ernesto Sabato. En una fotografía de archivo, se lo ve rodeado de gente; allí están, muy sonrientes, María Esther de Miguel, Eduardo Gudiño Kieffer, María Esther Vázquez y Roberto Castiglioni, uno de los impulsores de la feria junto con editores de Corregidor, Emecé, Sigmar y Sudamericana.
En 1985, hubo un encuentro más que interesante: un diálogo entre Borges y Susan Sontag, la novelista y ensayista autora de La enfermedad y sus metáforas, que fue anunciado como la "reunión de dos de las mentes más brillantes del siglo XX". El público estaba eufórico. "Aquí estamos otra vez, como Laurel y Hardy, representando nuestro número", dijo Sontag mientras recibía a Borges en el escenario, con una reverencia.
Muchas otras figuras de las letras participaron de la feria a lo largo de la historia: Silvina Bullrich, Marco Denevi, Tomás Eloy Martínez, Abelardo Castillo, Liliana Heker, Adolfo Bioy Casares, Silvina Ocampo y Manuel Mujica Lainez, que siempre usaba sombrero, tintero y pluma. "Firmaba con tinta. Una vez me olvidé el tintero y tuve que salir a conseguir uno. Pero en la zona donde estaba el centro municipal no había negocios abiertos. Fue complicado, pero desde luego volví con el tintero", recuerda Rodrigué. "Manucho firmaba durante largas horas. Si veía que en la fila había mucha gente, lo hacía rápido, pero cuando había menos, se tomaba tiempo para hacerle a cada uno de sus lectores un dibujo".
Escrito en la feria
Entre los visitantes más convocantes siempre estuvieron Roberto Fontanarrosa, Maitena y Quino, aunque, según Daniel Divinsky, "desde la aparición de Gaturro, Nik reúne más fans que Quino". El fundador y exeditor de De la Flor sorprendió al público y a los organizadores en los tiempos de la primera feria cuando instaló un quiosco de diarios como stand. "No teníamos plata para alfombrar el piso y se me ocurrió alquilar un puesto. Fue curioso entonces, pero luego otros lo copiaron".
Otra idea de Divinsky fue invitar a lectores y autores a escribir grafitis en las paredes blancas del stand en 1983, en homenaje a la democracia y la libertad de expresión. "Reunimos 150 hojas con frases y opiniones. Y al año siguiente las editamos en el libro Escrito en la feria".
Entre los invitados internacionales se destacaron, entre otros, José Saramago, Ítalo Calvino, Jorge Amado, Camilo José Cela, Carlos Fuentes, Octavio Paz, Arturo Pérez-Reverte, Doris Lessing, Tom Wolfe, Wilbur Smith y Henning Mankell.
En 1997, Ray Bradbury, creador de las Crónicas marcianas, causó sensación. "Fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida", dijo en 2006, cuando "volvió" a la feria mediante una videoconferencia que resultó la gran atracción del año. En 2017, John Katzenbach comenzó a dedicar libros a las 18 de un sábado y terminó a las 3.40 del domingo.
La oferta del encuentro del autor al lector es cada vez más amplia (hay recitales, teatro, talleres), pero continúa con un índice bajo: las escritoras invitadas a dar el discurso inaugural son minoría. El jueves hablará Claudia Piñeiro; el año pasado lo hizo Luisa Valenzuela, después de un silencio de género de siete años. Antes, solo habían dado el discurso inaugural Griselda Gambaro y Angélica Gorodischer.
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