Cuidando chicos en la plaza
Yacá estamos los padres en la plaza cercada, guardianes de niños que corren sin más motivo aparente que perseguir la propia infancia. Y también están las madres en su sector, que comparten datos, obsesiones, y algún anhelo para cuando los niños ya no corran.
Pero ahora es tiempo de palitas de plástico rotas que ya no levantan arena, y pelotas pinchadas que siempre se pierden pero también vuelven, y aparecen años después en el baúl del auto. Y nuestras miradas siguen su recorrido caótico por toboganes y hamacas, y ellos saben que son vigilados y nos lo hacen saber apenas distraemos nuestra vista hacia el diario, un suplemento barrial o un simple folleto que no debe estar tirados en la vía publica. Nos hacen notar nuestra distracción haciéndose invisibles por un momento, provocando ese pánico de un instante que nos paraliza, cuando nuestros hijos desafían la distancia de rescate. Momento de revelación donde podemos ver que el vigilado es vigilante, y que quizá solo estamos cuidando nuestros miedos y no esas criaturas que por más que caminen en esa arena urbana nunca podrán perderse en el mar.
De pronto alguien ajeno a las familias ingresa en la jaula. Un artista se acerca a un tobogán que quedo paralizado en perfecto equilibrio, y dispone sus artesanías sobre la madera. Se trata de unas caricaturas corpóreas, unos muñecos siniestros que abolla y forma y deforma a velocidad supersónica mientras mira fijo a quienes nos acercamos curiosos, formando un anillo de espectadores a su alrededor. El artesano me elije como modelo, y en un instante mi rostro es la cara de uno de sus muñecos. Me la ofrece para la venta, y lo compro sin dudar. Los niños que debería vigilar continúan ahí, aunque por un rato me olvide de ellos. Me siento al lado de mi miniatura, y espero. Entonces los niños se acercan. Se han agotado de correr, ahora están aburridos y quieren volver hacia algún lado. Huyen con tanto entusiasmo de la plaza, que se llevan al muñeco con cara de padre, y dejan olvidado al padre vigilante. Nunca supe bien qué hacer dentro de un arenero, creo que un día a la semana deberían prohibirle la entrada a los niños, y reunirnos los adultos para conversar al respecto.
El autor es cineasta
Otras noticias de Cine
Más leídas de Cultura
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio
Opinión. De “Fahrenheit 451″ a “Cometierra”: cómo empezó todo
Marta Minujín en Nueva York. Fiestas con Warhol, conejos muertos y un “banquete negro”
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”