Cueste lo que cueste
Estas personas, probablemente todos turistas, están sentadas a las mesas de este clásico café de la Plaza San Marcos, disfrutando del magnífico escenario que propone, porque desde allí se pueden ver, entre otras construcciones, la Basílica de San Marcos, la Torre del Reloj, el Campanario. Todo encantador, por cierto. Si no fuera por el hecho de que la plaza está inundada y todos tienen los pies sumergidos en el agua. Llama la atención la distensión con la que están instalados, como si esa inundación ya fuera parte del paisaje y se asumiera como tal. ¿Molesta y se tolera con tal de estar allí? ¿O más bien se trata de una naturalización de situaciones a las que antes jamás se hubieran sometido? También podría ser resignación. Ante tanto cambio vertiginoso de todo tipo, sobreviene la aceptación o más bien la imposición de que hay que adaptarse cueste lo que cueste, más allá de cualquier adversidad.