El gran año de Gabriela Cabezón Cámara
Además del Sor Juana Inés de la Cruz, que recibió esta semana en la Feria del Libro de Guadalajara, la escritora argentina ganó este año el Konex de Platino, el Fundación Medifé Filba y el Premio Ciutat de Barcelona de Literatura en lengua castellana; su trabajo ya es un fenómeno literario que trasciende geografías y géneros
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Guadalajara.- En la selva, un espacio de sombras y luces entretejidas, donde el sol se filtra tenue y el horizonte es invisible, se concentra la vida en su forma más primitiva y amenazada. Gabriela Cabezón Cámara sitúa allí a los micromundos de sus personajes: seres que coexisten en una frágil armonía, tan a salvo como vulnerables, a sabiendas de que el enemigo acecha con el objetivo de la aniquilación. Esa es la atmósfera que impregna Las niñas del naranjel, la novela que ha convertido a Cabezón Cámara en la autora más celebrada del año.
Pero la selva también es el ámbito que, en su condición de activista medioambiental, es para la autora tanto objeto de fascinación como de dolor, como se desprenderá a la largo de la conversación exclusiva que tuvo con LA NACION en el cierre de la 38a. edición de la Feria del Libro de Guadalajara, una de las más importantes del mundo y la más relevante en lengua española. En esta ciudad recibió el premio Sor Juana Inés de la Cruz, que reconoce el trabajo literario de las mujeres en el mundo hispano.
“Fui a la selva porque no podía ir al pasado”, dice la escritora. Su voz es pausada, grave y melodiosa, que busca abstraerse del alboroto del bar del hotel donde se hospeda. Entonces, dice: “Algo te atraviesa del latido de la tierra. Ese latido está en riesgo”.
El llamado de la selva
Ahí, en la selva, Cabezón Cámara reimagina a la excéntrica Monja Alférez, Catalina de Erauso, en una Sudamérica impregnada de ficciones. Erauso, nacida alrededor de 1585, escapó de su vida de novicia, se volvió militar y asumió el nombre de Alonso Díaz Ramírez de Guzmán, otras veces Antonio, según una autobiografía que permaneció inédita hasta el siglo XIX. Su condición de prófuga la llevó a la Nueva España, actuales territorios de Venezuela, Colombia, Perú y se presume que también Chile. Antonio, que antes fue una niña vasca, está acompañado por dos niñas guaraníes, Michi y Mitãkuña. Los tres huyen de un cuartel con dos monos, una perra, una yegua con su potrillo y el jote, ave carroñera que sobrevuela todo el tiempo el cielo misionero.
La fragilidad amenazada de la selva y el pulso de la tierra se filtra en el uso del lenguaje -una experimentación entre el habla del siglo de oro español, el castellano de la Nueva España y el guaraní- que vuelve inminente la idea de extinción actual, aunque la novela narre otros exterminios y otras violencias, las de la conquista.
“Hay muchos libros que están hablando de eso. Y cómo no vamos a hablar de eso si estamos en un mundo al borde de la extinción, gobernados por gente con esa misma ideología. Vivimos una crisis civilizatoria global. Estamos en un declive. Ocho años más de estas emisiones de carbono y se pudre todo. Con la concentración de la riqueza, y que el uno por ciento tenga más que el 99 restante, es una crisis sistémica, civilizatoria; están en riesgo las formas complejas de vida, el agua. Van a pasar cosas locas”, dice la escritora.
Cabezón Cámara recibió cuatro premios en un solo mes. Además del Sor Juana, el Konex de Platino, el Fundación Medifé Filba y el Premio Ciutat de Barcelona de Literatura en lengua castellana. Su trabajo es ya un fenómeno literario que trasciende geografías y géneros.
Su presencia, y el aforo completo de salas por parte de jóvenes estudiantes y público que reunió en sus dos presentaciones -de Penguin Random House y la ofrecida por lectores-, dan cuenta de ese fenómeno. Pero la autora prefiere seguir concentrada, además de agradecida, mientras su andar humilde tiene otras preocupaciones.
“Es muy difícil abstraerte de esta oscuridad. Trato de vivir las cosas y prestar atención a las cosas que vivo en el momento. Si lo pienso mucho es triste, aplastante. Hago un poco lo que hace todo el mundo, me encuentro con amigas, familia y nos encontramos en la charla y la calidez, mientras esperamos qué pasa. La historia no se acaba acá. Hemos tenido otros periodos oscuros. Seguro algo se está gestando allá afuera”.
Un año de contrastes
Su anterior novela, Las aventuras de la China Iron (2017), ya había encendido las luces sobre su narrativa. Aquella obra, una reinterpretación feminista del universo gauchesco creado por José Hernández, llevó al lector a una travesía donde el paisaje de la pampa se volvía tan exuberante como las relaciones que allí germinaban. Pero también desató polémicas: fue una de las obras objetadas por sectores conservadores que buscaron restringir lecturas escolares en la Argentina. La novela fue finalista del International Booker Prize en 2020.
“Es raro -dice- me cayeron cuatro premios en un mes”, con una sonrisa casi incrédula. “Voy a tener que estar tranquila después. Fue un muy buen año. Me enamoré. Estoy feliz. Y, en este último tiempo, he aprendido a llevar una vida más tranquila”.
Su discurso de agradecimiento al recibir el Premio Sor Juana fue para su “manada”, y también a la Tierra, “por la belleza infinita, porque está siempre naciendo” y a la literatura, “porque ahí no importa el yo: es la corriente del mundo, el tejido de todo lo que respira, haciéndose historias”. Y a los lectores y lectoras “que hacen de un libro algo vivo, siempre mutante, infinito, abierto”.
Mientras la FIL celebra a Cabezón Cámara como la gran galardonada de su edición 38, el panorama de la literatura argentina es un espejo de contradicciones. Por primera vez, no hubo un stand oficial de la Argentina en la feria, consecuencia de recortes presupuestarios, del mismo modo que sucedió en la Feria de Frankfurt.
“¿Es una contradicción?”. La autora responde: “No sé si es una contradicción. Es un señalamiento. ¡Mirá lo que vale la cultura argentina, que aún bajo asedio se destaca! Si hay una argentina premiada aquí, en Guadalajara, es porque existe la universidad pública, la educación pública. Sin eso, al menos yo no podría escribir”.
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