Cuarentena: el Mundial de Escritura entrega su copa y ya se puede leer el texto ganador
Y llegó el día de la gran final del Mundial de Escritura, una de las originales iniciativas surgidas a fin de marzo pasado. Hoy se conoció el nombre del equipo ganador y de la ganadora individual que se lleva la copa. "La casa", de Ivana Soto, fue elegido entre los diez textos finalistas seleccionados por el jurado convocado por Santiago Llach, director técnico del campeonato literario organizado en los primeros días de la cuarentena preventiva y obligatoria, que anticipó que el 15 de junio comenzará una segunda ronda del Mundial. El jurado estuvo integrado por la escritora Leila Guerriero, el narrador chileno Alejandro Zambra y el poeta costarricense Luis Chaves; se sumó, además, el voto de los lectores. Trescientas personas votaron por sus equipos y autores favoritos en redes sociales.
Soto, que participó con el seudónimo "Astrofagia", nació en La Plata en 1983, y estudió periodismo, filosofía y teatro. Cursó un taller de poesía con Horacio Fiebelkorn, poeta de la ciudad de las diagonales, y otro de dramaturgia con Diego de Miguel. También realizó un seminario de escritura creativa con Susana Caprara en la Facultad de Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Trabaja como secretaria en un hospital público.
"Escribo desde que aprendí, desde que me acuerdo –dice Soto a LA NACION–. De chiquita escribía cuentitos, andá a saber lo que serían. Siempre me gustó leer y creo que de leer a escribir hay un paso casi natural. Después empecé a llevar un diario, escribí durante la adolescencia, y medio que nunca dejé de hacerlo. Escribo de a rachas, a veces subo algunas cosas a un blog".
Una voz "cándida y deliroide"
Para Guerriero, el texto ganador está recorrido por una voz "entre cándida y deliroide que podría haber sido un tópico, pero que resulta verosímil, reveladora y magnética". Soto es triunfadora por partida doble porque su equipo, "Nerds de la vida", obtuvo el primer puesto en el Mundial. "Formé parte de un equipo de nueve personas, una de ellas amiga mía –dice–. Durante catorce días de cuarentena estuvimos escribiendo sin conocernos las voces, los rostros, los gestos. A lo mejor alguien mandaba un audio al WhatsApp, o tenía una foto en el perfil: ya se le podía poner una cara o una voz a un poema. Con el tiempo sabíamos quiénes escribían a la mañana y quiénes a la noche, o quiénes preferían las consignas y quiénes no". Ellos son Aixa Chiappe, Tiziana Crimi, Yamila González, Magalí Iesi, Agus Rojas, Fernanda Pérez, Martina Jensen y su amiga Rocío Bergé. El subcampeonato fue para "Ávidas contertulias".
"Creo que la escritura es una experiencia colectiva, una intimidad que se abre a los extraños y regresa enriquecida, con más ideas y más aristas: más gordita. De esta experiencia aprendí un par de cosas. Primero: si querés escribir, tenés que sentarte a escribir. Después: escribir es un acto de fe. Por último: el rescate y la salida son un acto colectivo", agrega.
Según el fixture del campeonato, las diez finalistas del Mundial de Escritura fueron mujeres y tres de ellas tienen menos de 21 años. En total, participaron 2250 jugadores de la Argentina y otros países, distribuidos en 297 equipos que, día a día, escribieron tres mil caracteres para meter goles literarios. En julio, los mejores escritos serán publicados en una antología del sello Tenemos las Máquinas, con edición de Llach y Julieta Mortati.
Además de anunciar el nombre de la ganadora y el del equipo que tuvo la mejor performance en las tres semanas de juego (dos de escritura y una semana de edición), se conocieron los del segundo y el tercer puesto individual y por equipo. Como premio, los participantes obtendrán de seis a tres meses de suscripción gratuita a Pez Banana, el club del libro de Florencia Ure y Llach.
A los integrantes del jurado se les pidió que ordenaran los textos finalistas de 1 a 10. "Se me hizo difícil porque me gustaban todos –cuenta Chaves desde San José, capital de Costa Rica, donde estuvo en cuarentena estricta por un mes–. El combustible que los impulsaba".
El segundo puesto en la categoría individual lo obtuvo Elena Vinelli, alias Leni, con "Aycila", retrato de una niña hechicera a cargo de su hermana menor. "Un texto armado con la materia misma de lo que cuenta, los hilos finos y envolventes de una telaraña –destaca Chaves–. Imposible separar la poesía de la prosa, el sueño de la vigilia, el horror de la belleza". Vinelli es autora de la novela Anna O. y de los libretos de las óperas Anna O., Hildegard y Sin voces, escritos para compositores argentinos, que fueron estrenadas en el Centro de Experimentación del Teatro Colón. Josefina Gómez, de 17 años, obtuvo el tercer puesto individual.
"Fue difícil elegir, me gustaron muchos textos, pero sobre todo me gustó el efecto de conjunto", dice Zambra desde Ciudad de México, donde reside. Para él, los cuentos finalistas pueden ser leídos como "un solo relato melancólico y urgente, que recupera el poderío de la ficción en estos tiempos horribles de puertas cerradas". En la mayoría, predomina la primera persona narrativa. Hay relatos que se valen de los recursos del género fantástico; otros, del humor y otros, del registro en clave espontánea de vivencias. Concursa incluso un "cuento carnívoro" de Nochebuena. En este enlace se pueden leer los diez textos finalistas.
El texto ganador: "La casa"
Cuando Marcos y yo éramos novios, él había comprado con sus ahorros y en muchisísimas cuotas un terreno lleno de árboles. Dudaba entre ése y otro, más grande, pero que no tenía ningún árbol. Es un páramo, le decía yo. Cuando esté la casa y aunque plantemos ahora, no tendremos sombra donde echarnos los veranos. Yo quería vivir en una casa que tuviera un árbol en el medio del comedor: si ya hay algunos plantados nos ahorramos la mitad del trabajo, insistía. Vos sos ingeniero, le decía, imaginate hacer una casa acá, con recovecos, esquinas imposibles, espacios subterráneos y un tobogán. Marcos me miró cuando me oyó decir "tobogán", pero nos queríamos mucho.
Ya lo había pensado: el tobogán terminaría en un sótano. Lo bueno de tener un sótano, decía yo, es que siempre podremos seguir excavando, y hacer la casa más grande, más profunda, hasta el centro de la tierra o hasta que encontremos petróleo, y si encontramos petróleo nos hacemos millonarios y terminamos de pagar las cuotas del terreno. Un sótano no tiene ninguna desventaja, ¿no te parece? Él me abrazaba y me besaba la frente y me decía sí, sí. En el sótano imaginario hay una biblioteca: empotrada en las paredes, tiene una escalera con rueditas que se puede desplazar todo a lo largo y cambiar de altura para llegar al estante donde está el libro que uno quiere leer. Otras veces, dependiendo de mi ánimo, en lugar de la biblioteca hay un salón acustizado. Entonces todos mis amigos vendrán al sótano a tocar la guitarra, o a bailar como poseídos, o a dormir la siesta si quieren, o a esperar el fin del mundo sentados y a oscuras y en silencio.
En el comedor, les dije ya, hay un árbol que se estira hacia arriba y saca sus ramas por el techo. En mi imaginación tengo que resolver el tema de la lluvia, porque pienso que, cuando llueva, el hueco por donde sale la copa del árbol permitirá que el agua entre, y todo lo que haya en el comedor va a mojarse sin remedio, cada vez, especialmente en esta ciudad, que es tan húmeda. Sería una pena que se arruinen mis muebles imaginarios, mis sillones Luis XVI, mi juego de mesa y sillas chippendale. De todas maneras la lluvia es lo de menos porque mi casa imaginaria está en otro lugar: unas veces frente al mar y otras en la montaña, y otras veces en una montaña que da al mar. Y ahí ya Marcos me abrazaba y me recordaba que el terreno no tenía ni de cerca mares o montañas, y yo respondía que mi imaginación era mía y podía imaginarme todo, y que él era un magnífico ingeniero, y que entonces todo saldría bien.
Mi casa imaginaria tiene un jardín imaginario, también. Dependiendo del día, a veces hay un estanque con peces exóticos, de colas transparentes y ojos vidriosos, y otras veces el estanque es más grande, y hay nenúfares aterciopelados flotando entre dos o tres hipopótamos bebés. Una vez, mientras cenábamos, Marcos me comentó como al pasar que había estado pensando mucho y había llegado a la conclusión de que, por más que consiguiéramos hipopótamos, no se iban a quedar bebés para siempre. Le dije que en China los chinos meten a los gatitos recién nacidos en frascos, para que nunca crezcan, y después los sacan, y así quedan gatitos-bebés, y que en una parte de la India o en el Tíbet, creo, no recuerdo bien dónde lo leí, a las manzanas recién brotadas las envuelven en un molde plástico con forma de Buda, y cuando maduran quedan manzanas-Buda, y que además los caniches son la prueba de que los animales son del tamaño que uno prefiera, y que encima (y este argumento me parecía el mejor de todos), los hipopótamos bebés ni siquiera son molestos como los caniches, porque no andan a los ladridos ni hay que sacarlos a pasear adentro de una cartera importada, y ahí fue cuando Marcos me interrumpió y me dijo, tranquilamente, que teníamos que separarnos o por lo menos pensar en que no viviríamos juntos, en esa casa, nunca.
Entonces pensé en el cuarto secreto que tiene mi casa imaginaria, que ni siquiera Marcos sabía que existía, y que yo usaría cada vez que quisiera estar sola o irme a llorar. La puerta es de roble y el piso es alfombrado, suave y calentito como un gatito-bebé de la China. Si mi cuarto secreto imaginario ya existiera, me hubiera ido a llorar ahí en ese mismo instante, pero el departamento que alquilábamos con Marcos era un monoambiente muy modesto, así que ahí, de frente nomás, le lloré sobre los hombros hasta cansarme. Después me acompañó a la cama y me dormí, y esa noche no soñé.