Cuarenta años sin Michel Foucault, el influyente filósofo de coraje intempestivo y talante libertario
En el aniversario de la muerte del francés, cuatro reflexiones actuales sobre las ideas del intelectual que pensó el poder, la sexualidad y la historia de modo original
- 12 minutos de lectura'
Tal vez el pensador más influyente de la segunda mitad del siglo XX en Occidente haya sido el intelectual francés Michel Foucault. En la Argentina, su obra estuvo “de moda” y aún sigue generando interpretaciones. Del filósofo Tomás Abraham al periodista Samuel “Chiche” Gelbung, y de la actriz y directora de teatro Andrea Garrote al conductor Alejandro Fantino, pasando por la filósofa Esther Díaz, el escritor Daniel Link y el exjuez de la Corte Suprema Raúl Eugenio Zaffaroni, el fértil pensamiento foucaultiano -a veces reducido a consignas sobre el poder, la religión, el deseo, las cárceles y la locura- fortaleció el debate público. Incluso el poeta Alejandro Rubio (fallecido en febrero) le dedicó un poemario: Foucault.
Las ideas del autor de Las palabras y las cosas (donde cita la insólita clasificación borgeana de “El idioma analítico de John Wilkins”) influyeron en la filosofía, la historia, la sociología, la politología y los estudios literarios. Nacido en Poitiers en octubre de 1926, falleció en plena epidemia del sida, a causa de complicaciones con el VIH, hace cuarenta años.
Foucault estudió en la École Normale Supérieure de París y, durante la década de 1960, dirigió el departamento de Filosofía de la Universidad de Vincennes. En 1970, fue elegido en el Collège de France como profesor de Historia de los Sistemas de Pensamiento. Dictó en varios países conferencias y cursos que, pese a una disposición testamentaria que prohibía la publicación tras su muerte, se dieron a conocer a partir de 1997. El heredero de la obra de Foucault, el profesor de sociología y activista Daniel Defert, su pareja por más de dos décadas, vendió el Archivo Foucault al Estado francés que, en 2012, había prohibido por decreto su exportación. Defert, que murió el año pasado, había creado la Fundación Aides en defensa de los derechos de las personas afectadas por la enfermedad.
Foucault legó un léxico para analizar el pasado tanto como la época actual. Conceptos como “episteme”, “dispositivo”, “biopoder”, “biopolítica”, “panoptismo” y “tecnologías del yo” llevan su sello. “Me gustaría escribir libros-bomba, es decir, libros que sean útiles precisamente en el momento en que uno los escribe o lee -sostuvo-. Acto seguido, desaparecerían. [...] Tras la explosión, se le podría recordar a la gente que estos libros produjeron un bello fuego de artificio”. Incómodas por derecha y por izquierda, con sus ideas se puede diferir, pero difícilmente permanecer indiferente.
Reflexiones sobre el poder
“Es evidente que Foucault tiene grandes aportes a la filosofía contemporánea -dice a LA NACION el filósofo y profesor universitario Luis Diego Fernández-. Su analítica del poder sigue siendo innovadora. Él no piensa el poder como lo piensan los liberales, en términos contractualistas; ni como lo hacen los marxistas, en el sentido de represión; tampoco igual que Nietzsche, como guerra. Piensa el poder como una relación y como una forma de gobierno, pero no como una cuestión estatal sino como una conducción de conductas individuales y sociales. Y su modo de pensar la sexualidad sigue siendo central, por fuera de la hipótesis represiva, por fuera de las miradas freudomarxistas y a contrapelo de los movimientos emancipatorios de los años 1970. Foucault no creía mucho en las teorías emancipatorias; más bien consideraba que había que crear nuevos modos de vida, nuevos placeres y a partir de ahí pensar el deseo”.
Fernández destaca tres grandes áreas de la obra de Foucault (que en la Argentina difunden Siglo XXI, Paidós y Fondo de Cultura Económica). “Por un lado, sus libros publicados en vida, que son clásicos como Las palabras y las cosas, de 1966, Vigilar y castigar, de 1975, y el primer tomo de la Historia de la sexualidad, La voluntad de saber, de 1976 -señala el autor de Foucault y el liberalismo-. Después tenemos los trece cursos del Collège de France, todos traducidos al castellano, que nos dieron una dimensión nueva de Foucault al trabajar en cuestiones como la gubernamentalidad y el liberalismo. Y lo más nuevo es el Archivo Foucault: a partir de 2018 se empezaron a publicar textos muy diversos, cursos, apuntes y trabajos del joven Foucault de la década de 1950 y 60, en Túnez, en la Universidad de Vincennes o en París VIII. Esos textos se los quedó su pareja y ahora están en la Biblioteca Nacional de Francia. Siglo XXI los está publicando al cuidado de Edgardo Castro. Hay mucho Foucault por descubrir y por leer”.
“En El discurso filosófico, da una definición de la filosofía que es muy clara: dice que la filosofía es un diagnóstico del presente -dice el investigador-. Para él, la filosofía contemporánea, después de Nietzsche, no tiene que ver con pensar los objetos tradicionales de la disciplina vinculados con la metafísica, sino con pensar el presente. El filósofo es aquel que es capaz de tener buenos diagnósticos del presente, el que hace mapas y detecta síntomas. Comparó la función del filósofo con la de un médico que no cura, que no prescribe tratamientos. Foucault es un filósofo escéptico y con un talante libertario, en el sentido de crítica de toda normalización disciplinaria”.
Para Fernández, hay dos elementos que lo hacen muy actual. “Se anticipó muchos años en pensar el liberalismo, el neoliberalismo y lo libertario, que hoy es un discurso que vemos por todos lados. Tenemos una anticipación de Foucault de lo que hoy vemos en la Argentina aunque desde el punto de vista reaccionario con el auge de las nuevas derechas. Y se anticipó a pensar la explosión de la diversidad y de los modos de vida que él pensaba no en términos de identidades sexuales sino como el desarrollo de nuevas formas de vida que él llamó la estética de la existencia”.
¿Qué es ser foucaultiano?
“Como demuestran Augusto o Pericles, una centuria se mide no en años sino en la intensidad de una praxis vital -dice la escritora y filósofa Leonor Silvestri a LA NACION-. Si bien Foucault ha sido lo opuesto de un líder político, ni siquiera el filósofo regente de la República que auguraba Platón, más bien el artificiero que nos provee de las armas para el combate, continuamos en el siglo de su tesis del poder productivo que opera no por represión sino positivamente, produciendo efectos. Como ocurre con Homero, aun comemos de las migajas de su banquete. Para él, el individuo que se nos invita a liberar es ya uno de los efectos del poder”.
La autora de Foucault para encapuchadas define al pensador francés como “un maestro mundano del escepticismo, cínico y asceta”. “Enseña que la pregunta no es qué sino cómo. ¿Cómo opera su pensamiento en nuestras vidas cuando afirma que decirle que sí al sexo no es decirle que no al poder y coincide con el ascetismo de la actriz y modelo Daniela Cardone cuando, en Noche al Dente, afirmó que el sexo era ‘aburrido’; el sexo es el dispositivo privilegiado por donde el poder emerge. No confesar, entonces, la verdad sobre sí, puesto que la identidad es uno de los primeros productos del poder, una cuestión policial y prescriptiva que impone cómo hay que ser cuando se dice quién se es. No pregunten quiénes somos, entonces, los foucaultianos, no se nos pida que seamos siempre iguales y los mismos”.
La obra de Foucault repercutió en las de muchos pensadores y activistas contemporáneos. “¿La heteronorma de Monique Wittig, las tecnologías del género de Teresa De Lauretis, la explotación del vínculo apasionado en Judith Butler, las semiosis de género en Paul B. Preciado, la teoría queer íntegra habrían sido posibles sin él? -se pregunta Silvestri-. No tanto para liberarse o desreprimirse sino para resistir los modelos de asimilación, ávido apologeta del uso reflexivo de los placeres o la construcción de un ars erotica que incluía el arte culinario, los psicoactivos y psicotrópicos, la desinhibición respecto de los tabúes sexuales y por supuesto la desujeción de la voluntad de poder, a Foucault, santo patrono de la creatividad sexual y la euforia afectiva, le debemos el coraje intempestivo para poder enfrentarnos a nuestro propio tiempo sin diferencia entre teoría y práctica. Su extramoralidad sin límites, erróneamente confundida con hedonismo, dejó a Noam Chomsky estupefacto y patitieso”.
“Si Nietzsche es un martillo, Foucault es una caja de herramientas cuya escritura sirve a usos no definidos por quien lo ha escrito -concluye Silvestri-. Podemos servirnos de sus frases o conceptualizaciones como de un destornillador para producir un cortocircuito en el régimen en el cual vivimos cuya violencia se impone constitucional y democráticamente, para desenmascarar la opresión que se ha ejercido a través de las instituciones que se muestran neutrales e independientes, libres y justas”.
Un autor de dos siglos
Mariana Canavese, autora de Los usos de Foucault en la Argentina, sostiene que las primeras lecturas de Foucault en el país fueron hechas desde el psicoanálisis. “Por lo que pude reconstruir, lo introdujo el psiquiatra y psicoanalista José Bleger -dice la historiadora e investigadora del Conicet a LA NACION-. En Psicoanálisis y dialéctica materialista, libro que este publica en 1958, aparece la lectura que hace directamente del francés de Enfermedad mental y personalidad, el primer libro de Foucault, publicado en Francia en 1954. Nunca estuvo entre los favoritos de Foucault, pero se traduce por primera vez al español también en la Argentina, por Emma Kestelboim, una joven estudiante de psicología en Rosario; Paidós lo publica en 1961 y, lejos de las intenciones del autor, va seguir circulando gracias a esa traducción. También es argentina la primera publicación íntegramente dedicada a Foucault en español, y probablemente la primera en el mundo fuera de Francia, una antología de artículos que habían salido en revistas francesas a partir de la publicación de Las palabras y las cosas, titulada Análisis de Michel Foucault y realizada por José Sazbón, que se publica en 1970 por Tiempo Contemporáneo”.
Las ideas de Foucault circularon durante la última dictadura militar. “En espacios soterrados, de resistencia cultural como grupos de estudio y revistas semiclandestinas, pero también en diarios y en charlas en la Alianza Francesa de Buenos Aires, como las de Enrique Marí. Hasta Convicción, conocido como ‘el diario de Massera’, da cuenta de las ideas de Foucault en ese contexto”, dice Canavese. En el país, la muerte del filósofo francés coincidió con la recuperación de la democracia, “que fue el momento de la recepción ampliada de Foucault entre nosotros, cuando sus textos empiezan a formar parte más regularmente de los planes de estudio de las universidades y comienza a convertirse en una cita corriente que forma parte de una renovación conceptual en las ciencias sociales y humanas”, agrega.
“En revistas más o menos conocidas, Luis Alberto Spinetta comenta sus lecturas de Foucault, y Néstor Perlongher lo usa para intervenir sobre las políticas de identidad y de género en relación con la homosexualidad -ejemplifica-. En los diarios se mencionan las repercusiones de su muerte: se lo recuerda como ‘el pensador de nuestros días’ y se habla de una ‘foucaultmanía’. Los 80 son los años, entre nosotros, de un Foucault nietzscheano que sintoniza bien con un momento de visibilización de nuevos movimientos sociales, feminismos, minorías étnicas, homosexuales, marginados, presos, locos, jóvenes, un tiempo en que se repiensan las instituciones, las relaciones de poder y la constitución de subjetividades. Son lecturas que revalorizan a un Foucault libertario, anarquista, pero también humanista, en la medida en que sus usos lo hacen intervenir sobre los temas de derechos humanos, identitarios”. En esa década, hubo contrapuntos entre los marxismos y las ideas foucaultianas.
A partir de los años 1990, se produjeron otros acercamientos a su obra. “Se amalgaman ahí, por un lado, una creciente inserción académica; por otro, un momento de nuevas publicaciones y traducciones donde lo más significativo es el ciclo que compone la edición de sus cursos en el Collège de France, y en tercer lugar, un contexto de lectura de repliegue del Estado en el cual inciden ciertos usos de Foucault que en críticas al control normalizador de la escuela, el hospital, autorizan el llamado a las comunidades locales, barriales, para suplir la función del Estado. Es un Foucault que opera en los años de crítica al estatismo, de desmantelamiento del Estado y apelación al mercado, durante la presidencia de Carlos Menem. Y esas lecturas deberían llamarnos a pensar sobre los usos actuales que se den a las ideas de Foucault”, advierte Canavese.
Foucault para libertarios
Así es como las formulaciones del autor de La arqueología del saber permiten profundizar en el contexto actual. ”Muchas de las ideas de Foucault son fundamentales para nuestro presente -afirma el filósofo y profesor Diego Singer a LA NACION-. Una de ellas es la crítica a una concepción del poder entendido como represión estatal. Este tipo simplista de comprensión del poder está, por ejemplo, en la base de las ideas ‘libertarias’ actuales. En segundo lugar, el temprano análisis que realiza Foucault sobre el neoliberalismo en su curso Nacimiento de la biopolítica, en el que describe la figura del ‘empresario de sí mismo’, es indispensable para comprender nuestra época. Por último, el llamado a ‘ocuparse de sí mismo’, que explora en la última etapa de su obra en torno a las escuelas de filosofía clásicas, es quizás uno de los legados más urgentes en tiempos de disolución de orientaciones y falta de compromiso”.
Desde el punto de vista Singer, en los tres casos mencionados, la enseñanza de Foucault es clara: “El sujeto no es un punto de partida, sino el resultado de un proceso histórico”.
Para agendar
Hoy, a las 18, en la sede del CeDInCI (Rodríguez Peña 356), los profesores y pensadores Edgardo Castro, Senda Sferco, Luis Diego Fernández y Samuel Cabanchik conversan sobre “El Foucault que se viene”, en referencia a las publicaciones que provienen de la “cantera” del Archivo Foucault.