¿Cuántas mujeres caben en una?
Mayores de edad, solitarias, extraordinarias, algunas protagonistas de un manojo de libros pendientes se quedaron habitando mis días, fuera del papel, después de las vacaciones
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Como un botín de las vacaciones, el manojo de libros pendientes que viajó al mar regresa transformado en extrañas presencias. Quién sabe en qué medida es la interrupción de la rutina (la distancia, el verde con los pájaros, ese paréntesis) o la convivencia en el propio cuerpo con historias de otros lo que nos devuelve un poco renovados. Algunas de esas mujeres extraordinarias, mayores, en algún sentido solitarias, se quedaron habitando mis días, fuera del papel, con el eco de sus voces, la sabiduría de un gesto. Lo mismo da que sean de ficción o reales. Madres, hijas, hermanas, amantes, o todo eso a la vez, como Celia Paul, que en Autorretrato (Chai Editora), además de magnífica artista, se revela como una sorprendente narradora. ¿Cuántas mujeres caben en una?
Aunque el libro está ilustrado con su obra, es la escritura de Paul (India, 1959) la que recupera una biografía que a través de los años fue anotando en un cuaderno: los recuerdos de la niña que dejaba la casita pintada a la cal en Trivandrum; los descubrimientos y desasosiegos de la joven que llegaba para estudiar arte en Londres y se convertía en la amante de Lucian Freud; y finalmente, las reflexiones de una mujer, pintora y modelo, en sus propios términos, a la sombra de nadie. “Entiendo, como nunca antes, que entre la intensidad de ese pasado y este presente más contenido hay una conexión que nunca se quebró”, dice.
La narración es cautivante y conmovedora. Pinta tanto los entretelones del movimiento artístico en la Inglaterra de los años 80, dominada por hombres –el propio Freud, Frank Auerbach o Francis Bacon– como la intimidad con sus hermanas y una madre que fueron musas, todas retratadas en el óleo Grupo de familia. Por supuesto, la relación con Freud –nieto de Sigmund y padre de catorce, incluyendo a Frank, de su vínculo con Celia–, mucho mayor que ella, es apasionada de principio a fin.
Entre la sexta y la séptima década transitan también las protagonistas de Juego limpio (Cía. Naviera Limitada), novela de la finesa Tove Jansson (1914-2001) que se lee como una colección de historias mínimas. Mari es escritora, Jonna artista, están juntas hace décadas, viajan, ven películas, discuten sobre arte, envejecen juntas en una isla gélida. Cada una tiene su estudio en la casa, se respetan sus tiempos. Se conocen como nadie más y pueden ser muy duras con sus críticas. Pareciera que no pasa demasiado y lo que pasa es la vida. Una vez, reciben la visita de Wladyslaw; un hombre nada ordinaria, como todo en ellas. “No diré mucho más. Solo una cosa, y ahora mi querida amiga, debes escucharme con toda atención. En realidad, es algo muy sencillo: no te canses, nunca pierdas el interés, nunca te vuelvas indiferente. Perder el tesoro de la curiosidad implica, sin más, dejarse morir. Es tan simple como eso, ¿no?”. Mari lo mira sin responder. Yo subrayo.
Imposible no sentir empatía por Carolina, otra mujer mayor, en ese monólogo tan cotidiano y poético que es Otras cosas por las que llorar (Tusquets), de Luciana De Luca. También a ella la vida le pasa en breves capítulos numerados. Se supone que está perdiendo la memoria y, por eso, el doctor le recetó que anote los chispazos en papelitos, para no olvidar. Ella imagina esos apuntes pinchados en los tenedores, en el palo de la escoba o en las ramas de las plantas que pueblan el último de sus bastiones: un patio de baldosas rojas, ahora amenazado. Sus retazos podrían pertenecer a tantas mujeres consagradas a la vida hogareña. Pienso primero en la cocina de mi abuela, luego veo en el pedaleo de la Singer el pie inquieto de mi madre. Pero no es de vieja el estrépito de la orfandad: cuando en un flashback Carolina se encuentra con la barriga grande por los meses de embarazo frente a la noticia de la muerte de su padre, me recuerdo en su espejo, sentada al borde de la cama, abrazada a la panza, preguntándome si semejante tristeza podría exorcizarse con la llegada de una vida nueva.
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