Cuando Sócrates cita a Spinoza, Mao y Freud
La libre y muy accesible "hipertraducción" del clásico platónico que ofrece Alain Badiou defiende algunas nociones que van a contrapelo de las dominantes en el pensamiento actual y aspira a plantear como alternativa las virtudes humanas del comunitarismo
El famoso comentario de Alfred Whitehead según el cual la filosofía occidental consiste apenas en una serie de notas a pie de página a la obra de Platón acaso suene exagerado aunque nadie lo desechó por falso. Platón asentó el significado de la palabra filosofía y aportó a ella su más antiguo personaje conceptual, Sócrates, carismático, discutidor y mártir. Junto con su díscolo y genial discípulo Aristóteles, presidió el pensamiento europeo durante al menos dos milenios. Enemigo nominal del arte, Platón legó una impresionante obra a la vez teórica y lírica, cuyos ecos resuenan aún en el pensamiento y la literatura contemporáneos. Legiones de intérpretes vienen discutiendo sus nociones desde el fondo de los tiempos.
República es posiblemente su diálogo más influyente y difundido, quizá no el más encantador (Banquete, por caso, compite con ventaja). Allí intentó forjar un diseño político ideal por cuya realización práctica es factible que ni siquiera estuviera muy decidido. En su accesible –a veces trabajosa y otras divertida– versión de ese extenso diálogo, Alain Badiou intenta arrancarlo de las usuales manos conservadoras y expropiárselo a los filólogos devocionales que cristalizan unas ideas o las vuelven demasiado técnicas.
En contraste, las primeras reacciones de algunos destacados platonistas franceses resultaron favorables. Estimaron este original proyecto como una iniciativa vivificante, si bien es obvio que los juegos nocturnos de un filósofo parisino del siglo XXI de ningún modo reemplazan las amenas y sofisticadas polémicas griegas escenificadas a pleno sol hace dos milenios y medio.
¿Una remake marxista?
La apuesta de Badiou es también audaz. En las propias filas radicales difícilmente encontrará aliados que demuestren mucho entusiasmo por una empresa como la que se propuso. Desde el flanco izquierdista, en Platón se reconoce un hito cultural indiscutible aunque, alguna eminente excepción aparte, se lo margina como inasimilable para una política emancipadora. Incluso liberales tan distintos entre sí como Bertrand Russell o Karl Popper abominaron de su pensamiento político porque lo asociaban a un rancio autoritarismo elitista, cuando no precursor del fascismo.
Los custodios de la tradición, por su parte, repudiarán que alguien ose poner sus sucias manos sobre el texto del venerable ateniense, al que se puede adorar y estudiar a distancia, pero nunca manipular. En oposición a unos y otros, Badiou trata de aprovechar el peculiar "comunismo" propuesto por Platón en su diálogo para volver a dramatizar una amplia discusión acerca del papel de la filosofía, su relación con la política y los motivos críticos y programáticos de su personal posición, que llamó "hipótesis comunista".
Esta "hipertraducción" de República, como la denominó su autor, le ocupó seis largos años. La inversión multiplica sus réditos. Una adaptación pronto subirá a escena en París y, según informa la edición francesa de Vanity Fair, ahora Badiou prepara un guión sobre cierto texto platónico que se filmará en Hollywood protagonizado por Brad Pitt. Para alivio de la ortodoxia, aclaró que ninguna frase de Platón se mantendrá en los diálogos del film, como tampoco ocurre en su República.
La libre versión de Platón que ofrece su libro está dirigida a defender algunas nociones que van a contrapelo de las predominantes en el pensamiento actual. Si hoy prevalece el relativismo posmoderno, se recurre a Platón para reivindicar lo universal. Si la esfera pública vigente se basa en un abundante tráfico de meras opiniones, Badiou aspira a establecer en ella una fuerte noción de verdad, algo que en el discurso político de nuestros días parece insostenible. ¿Quién hablaría en nombre de la verdad sin exponerse al usual reproche de considerarse dueño absoluto de ella, o a ser acusado de dogmático y prepotente? Badiou rompe lanzas por la verdad en política al tiempo que repudia a los sofistas contemporáneos para quienes "toda opinión es válida".
Fieles infidelidades
Claramente transgresora, otra cosa es que esta iniciativa que conjuga imaginación teórica y trabajo literario (como su modelo de la Antigüedad) sea meritoria en sí misma. En la nueva República, Sócrates cita a Mao, a Freud, a Spinoza. Estos anacronismos no sólo agregan notas graciosas, siempre oportunas y penetrantes, sino que asimismo buscan consolidar una plataforma desde la cual lanzar ácidas críticas a la cultura y la política contemporáneas. Ésta es otra manera de mantenerse fiel al espíritu de la vieja República, si bien nunca a la letra.
También se respeta la sucesión temática del original. El autor se ocupa de puntualizar algunos de sus procedimientos y apostasías en un prefacio. Allí escribe que decidió instalar el famoso mito de la caverna en una sala de cine (de hecho, Platón casi anticipó esa posibilidad en su célebre mito) y transformar muchos conceptos (alma se vuelve sujeto, tiranía se traslada a fascismo, ciudad ideal se dice comunismo). Entre otras innovaciones, Badiou introduce un irreverente personaje femenino, Amaranta, que contrasta con los antagonistas (masculinos) casi siempre demasiado asertivos de Platón.
La cuestión de la justicia, tema central de República, se halla en esta versión atravesada por la crisis de legitimidad de las repúblicas realmente existentes. Interviniendo sobre la clasificación de Platón, se distinguen cinco tipos de política. Una buena, el comunismo, y cuatro malas: timocracia, oligarquía, democracia y fascismo (o tiranía). A cada una le corresponde un tipo humano particular, dominado por una pasión. El comunismo orienta a los hombres hacia las ideas, mientras que las otras privilegian el honor militar, la riqueza, la libertad de las opiniones (es decir, un mercado renuente a la búsqueda de la verdad) o el deseo de uno solo (el déspota).
Especialmente agudas son las referencias "socráticas" a Lacan, en las que Badiou busca apoyos para su anatomía de lo que llama el "hombre democrático": individuo patético, inmerso en la tontería, angustiado, sometido a la ley social de la diversión a toda cosa y al imperativo del consumo incesante. Un auténtico esclavo o, dicho según su jerga teórica, alguien incapacitado para "devenir sujeto". Frente a los muchos padecimientos innecesarios que genera el individualismo extremo de nuestra época, la nueva República plantea como alternativa las virtudes humanas del comunitarismo. Con ello se cumple la función social específica de la filosofía: contribuir a la reorientación de la existencia.
Filosofías y dictaduras
Entusiasta de la comunidad platónica de los bienes, Badiou elude con elegancia definiciones mayores sobre la comunidad social de niños y mujeres propuesta por la vieja República. A ellas, en un gesto raro para su época, Platón las equipara con los hombres, y de los niños afirma que deben ser criados por la sociedad entera, no por las familias. Se trata de asuntos que decidirá alguna forma de comunidad futura; es demasiado temprano para hablar del tema, arguye un Sócrates redivivo ante la insistencia de una Amaranta finalmente decepcionada.
Con menos reparos, sin falsa modestia, Badiou sostuvo en un artículo que es el último exponente de la gran corriente de pensamiento francés que proyectó una vasta influencia global desde el final de la Segunda Guerra hasta algún momento de la última década del siglo pasado. Habrá quien lamente este desenlace, pero no quien lo discuta. En el ambiente contemporáneo, representa un caso único. Porque este pensador, declarado marxista y militante de origen maoísta, se dejó seducir por el amor platónico a las ideas y las matemáticas (amor no es aquí una simple metáfora, puesto que determina muchas cosas en su personal filosofía).
Badiou reivindica el pensamiento metafísico dentro una atmósfera cultural hostil, que se autodefine como posmetafísica. Así, el autor va en busca de una tradición lejana, cuyo potencial para la crítica del presente considera enorme si se la reelabora políticamente. Por cierto, las relaciones de la filosofía con la política, sin duda íntimas, fueron asimismo complejas.
En su saludo a Martin Heidegger por sus ochenta años, Hannah Arendt aseguró que desde Platón la filosofía se dejaba atraer por las tiranías. Arendt ensayaba en realidad una disculpa por la ¿episódica? adhesión al nazismo de su (amado) maestro Heidegger. Astuta, trató de jerarquizarla, o más bien difuminarla, inscribiéndola en una larga tradición cuya única excepción reconocía en Kant. Badiou añadió su nombre a la penosa, platónica serie señalada por Arendt debido a sus expresiones de apoyo al atroz régimen de Pol Pot en Camboya, que ahora lamenta.
¿Qué hacer con los clásicos?
La República de Badiou defiende una visión de la práctica política basada en el desprecio del poder y del Estado. Ella se combina con una concepción bastante tradicional de la filosofía, aunque traspasada por motivos militantes que la convierten no sólo en un instrumento crítico sino también en una fuente de proposiciones. Su obsesión, compartida con Platón, consiste en identificar criterios que permitan definir la vida buena orientada por una idea de justicia que se aplique por igual a los individuos y a las organizaciones políticas.
La literatura argentina, sólo por referirse a ella, se encuentra habituada a experimentos de reescritura. De Estanislao del Campo a Pablo Katchadjan, pasando por Pierre Menard, las versiones de los clásicos con serios fines irónicos resultan algo común. La filosofía, en comparación, perdió esa costumbre. La nueva República, a su manera, se suma a la lista de anónimos diálogos apócrifos que circularon en la historia bajo el nombre de Platón. Sólo que, al revelar su autoría, Badiou es más sincero que sus precursores (o ya no tiene cómo esconderse).
Alternando digresiones personales, fórmulas matemáticas, citas poéticas y referencias a la historia reciente con reformulaciones teóricas creativas y feroces repudios a la condición social de nuestros días, Badiou rinde un peculiar homenaje a Platón. En el mismo movimiento, intenta radicalizar su clásico texto y con ello beneficia, de modo indirecto, su comprensión.
Se dice que cada generación está impulsada a releer a los clásicos a la luz de sus propios problemas. Badiou simplemente replicaría: ¿y por qué no también a reescribirlos?
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