Cuando la poesía, contra viento y marea, puede ser también best seller
Se suele considerar que el género es la cenicienta de la industria, pero dos poetas jóvenes consiguieron colar sus libros entre los más vendidos; la función de las redes sociales
Sí, se lee poesía. El enunciado bien podría ser parte de un poema o de un diálogo teatral, pero, aunque lleve una pregunta tejida por detrás, es una afirmación. Es el sí de los lectores a un poema, a un autor; lo confirman los rankings de las librerías: entre los títulos más vendidos, hay poesía.
Elvira Sastre y Silvina Giaganti son dos poetas preferidas entre los jóvenes. La primera es española y la segunda, argentina. Las leen y las van a ver en recitales de poesía o en lo que ellas publican a través de las redes. Sus libros están entre los que lideran las ventas en las grandes librerías: La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (Ediciones Continente) es la última producción literaria de la española y figuró como el título de poesía con más salida para el portal de Tematika durante noviembre. Y fue muy bien recibida por sus lectores la noticia de que será una de las presencias en la próxima Feria del Libro en 2018.
Por su parte, Tarda en apagarse (Caleta Olivia), de la poeta argentina, lleva seis semanas entre los primeros cinco de la librería Eterna Cadencia y va por su tercera edición. Ambas son seguidas por ese algo que los lectores encuentran en lo que ellas escriben, en lo que dan. Cada una desde su voz, en su estilo, según el propio camino.
Sastre (Segovia, 1992) tiene 25 años; en su cuenta de Twitter redondea los 90.000 seguidores y lleva publicados cuatro libros. Se dice de ella que es un furor, una star de las redes. "Las nuevas tecnologías ocupan un lugar fundamental. La difusión que prestan es muy importante y no debería desdeñarse. Bien utilizadas, eso sí, son una herramienta excepcional para un autor", asegura Sastre. Su obra gira en torno a la soledad, lo íntimo, el amor y el desamor. Ahonda "sobre los sentimientos más profundos, los detalles ínfimos", subraya. En La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida, desde algunos versos sueltos, se la puede leer así: "La soledad es mirar a unos ojos que no te miran"; "No me dejes a solas con mi silencio". O al comienzo del poema "El desierto de mi isla": "Soy una isla. Todos quieren llegar, traerse un libro, algo de comida y un amor". Es llamativo el cruce entre la socialización de las redes sociales que rondan la figura de la poeta y el tema de la soledad, tan presente en este libro. Ella la define como un refugio, algo de lo cual no huir. "A mucha gente le da miedo la soledad, pero a mí me salva", dice.
Publicó su primer libro, Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo a los 21 años, en 2013. Al año siguiente, Baluarte, y en 2015, Ya nadie baila. La poesía parece cruzársele todo el tiempo, en 2015 tradujo Los hijos de Bob Dylan, de Gordon McNeer, un año antes de que el músico recibiera el Nobel de Literatura como poeta.
Preguntas sin respuesta
Sastre dice no sabe el porqué de su llegada entre los jóvenes, pero que muchos se le acercan a compartir con ella lo que les sucede con su poesía. "Imagino -supone-, por lo que me cuentan, que en mi poesía encuentran respuestas, que sienten esa empatía que debe producirse con un poema. A eso aspiro, a resolver preguntas que aún no se han formulado. Eso consigo yo con los poetas que leo". Sus lectores aseguran seguirla por los temas que trata, la forma en que está construido ese lenguaje sencillo, despojado y con musicalidad. Reconoce que no le gusta "dar vueltas para llegar a un mismo sitio, pero sí llenar de belleza el camino". En este último libro, hay un giro más conceptual. El amor, el vacío, las búsquedas. "Abre y se cierra con una única historia -dice Sastre-. Escribirlo me salvó de un abismo gigantesco. Ojalá al que lo lea le suceda lo mismo". El sí de sus lectores parece confirmarlo.
A Silvina Giaganti, en cambio, la llaman una poeta tardía. Nació en Sarandí (1976) y pasa los cuarenta. Filósofa, docente, dio talleres de escritura. Tarda en apagarse es su primer libro, que se presentó a fines de octubre y ya va por una segunda edición de 300 ejemplares. Si bien publica desde hace más de cuatro años en diferentes medios, considera que, hacerlo de manera tardía, tiene una razón. "Me costó mucho autorizarme, creerme con derecho a publicar. Esas autorizaciones que a una le cuesta darse. Pero me di el permiso. Y en eso tuvo mucho que ver Santiago Llach, que fue la primera persona que legitimó mi deseo". Llach fue, durante cuatro años, su maestro en el taller de escritura que él daba. También prologó el libro, y escribió: "Poeta, puede decirse, es quien llega tarde a decir lo que tiene que decir, quien rumia y macera y llega con demora; puede tardar veinte años, como Silvina Giaganti, en escribir un libro de poesía".
Tarda en apagarse habla sobre lo familiar, el origen, el amor fallido, la soledad. Hay una unidad de sentido, la lógica de la selección del poemario arma la secuencia. Desde un lenguaje simple, muy cercano a la oralidad, cada pieza entra en una zona profunda. Define a sus padres como personas muy hacia adentro, con una escolarización precaria. Eso incidió en su modo de escribir. "Toda la vida busqué hacerme entender frente a ellos. Esa búsqueda de máxima claridad me acompañó siempre. Creo que el origen está en eso, escribo de una manera cruda, directa". Y así son sus poemas, una hipotenusa que corta el aire. Y hay síntesis como esta: "De madrugada, una se levanta, se viste y se va en fade, como la vida". Al ser un libro macerado, aparecen algunas formas de comprensión. La poeta se lo dedicó a Cristina Cataldo, su analista. Del trabajo con su analista sobre sí misma, entendió que, como dice en unos versos, puede "volver a pasar/ por el mismo lugar/sin hacerse tanto daño".
Dos voces
Lo imposible
De todas las formas de pedirte que te quedes,
a saber,
con los ojos abiertos, con un ramo
fresco en la mañana, con una frase a destiempo
que te convenza de que puedes sentarte al borde
de mis heridas sin miedo a hacerme daño;
es decir,
con la rodilla sobre el césped, la súplica en el dedo,
con la noche que se termina si no respondes a
mi urgencia, con esta valentía mía que promete
hacerte reina del castillo sólo si te quedas,
sólo si te pido que te quedes,
con esta soledad que se llena de tu nombre y me dibuja
cien pájaros en la espalda del color de tus ojos de hierba,
de todas estas formas, amor mío,
de pedirte que te quedes conmigo
escojo el silencio
que es el único que sabe cómo pedirte
lo imposible.
Tomar agua comer fruta
Tomar agua comer fruta
usar ropa de algodón
especialmente holgada
en los hombros y los brazos.
Leer libros que cuenten
una historia y no que
la reflexionen.
Usar colonias refrescantes.
No hablar de lo que duele
excepto con quien sabe
crecer, volver a pasar
por el mismo lugar
sin hacerse tanto daño.