¿Cuáles eran los autores y los libros favoritos de Roberto Bolaño, el “lector salvaje”?
A veinte años de la muerte del autor de “Estrella distante” y “2666″, las lecturas que hizo desde la adolescencia permiten reconstruir su formación como gran escritor
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“No hay inmortalidad, y esta es una paradoja que los escritores conocen muy de cerca y sufren muy de cerca, porque hay escritores que se lo juegan todo por el reconocimiento y por la inmortalidad”, dijo el escritor chileno Roberto Bolaño (1953-2003). Hoy se cumplen veinte años de la muerte del autor de dos de las más grandes novelas en lengua española -Los detectives salvajes y 2666 (en Francia se prepara una serie sobre esta última)-, y de cuentos, poemas, ensayos y reseñas.
Bolaño no escribió un libro de memorias, pero gracias a textos y entrevistas se puede componer un retrato en anamorfosis, similar a una obra de ficción. “No tengo nada en contra de las autobiografías, siempre y cuando el que la escriba tenga un pene en erección de treinta centímetros, siempre y cuando la escritora haya sido una puta y a la vejez sea moderadamente rica, siempre y cuando el pergeñador de tal artefacto haya tenido una vida singular”, dijo en su célebre discurso “Derivas de la pesada”, incluido en A la intemperie (Alfaguara).
Contó que, a los quince años, instalado con su familia en México, le había anunciado a su madre que iba a ser escritor y que no seguiría estudiando en la escuela secundaria; ”La verdad es que, conociendo lo que conozco ahora, que ya tengo cincuenta años, tampoco a mí me gustaría que un hijo mío fuera escritor”, dijo poco antes de morir. Con amigos poetas como él, fundó el grupo de los “infrarrealistas”, entre cuyas actividades se destacaban el robo de libros, el boicot a las presentaciones de escritores mexicanos famosos (”detestábamos a Octavio Paz, pero era un gran poeta y un gran ensayista”) y la concepción de la vida como una obra de arte. En simultáneo, siguió un estricto plan de lecturas que proliferó hasta su muerte, a los cincuenta años.
“Su biblioteca está en la casa de Blanes; su viuda, Carolina López, la ha conservado, aunque no en el orden en que él la dejó -dice la editora y escritora Valerie Miles a LA NACION-. Ahí se ven muy claramente los libros que más le importaban, como las obras completas de Borges; tenía la edición que le regalé cuando vino a verme al despacho de Emecé, en España, con Rodrigo Fresán. Cuando entré en el archivo, años después, vi que tenía un segundo juego de las obras completas de Borges. La obra de Octavio Paz estaba al lado de su mesa y también libros de Pablo Neruda. Y toda una colección enorme de ciencia ficción, de sus autores preferidos, como Philip K. Dick, Fritz Leiber y Alice Sheldon, que usaba el seudónimo de James Tiptree, y que en un principio iba a ser un personaje de Estrella distante. Leía muchísima ciencia ficción”.
Miles, que en 2013 fue curadora junto con Juan Insua de la exposición Archivo Bolaño, cuenta que el chileno leía a Dante Alighieri. “José María Micó, traductor de Dante al español, era su amigo y pasaban horas y horas hablando de Dante -revela-. Leía a Arquíloco, y lo menciona algunas veces. Su viuda recuerda que Bolaño tocaba con reverencia los libros y que era muy cuidadoso del orden de su biblioteca”. La obra de Bolaño sigue despertando pasiones y entusiasmando a los jóvenes. “Hay muchas representaciones teatrales y lecturas de su obra; su obra se ha asentado y todavía se lo considera un escritor cool”, afirma.
Bolaño se hizo escritor a la manera tradicional: leyendo libros y pontificando sobre literatura. En 2020, en el Instituto Cervantes de Múnich se organizó el coloquio “Contar Bolaño: el lector salvaje”, con la presencia de la escritora Blanca Riestra, el filólogo Benjamin Loy y el hispanista Daniel Graziadei. “Durante 35 años, se lo pasó leyendo”, resumió Loy.
Entre sus escritores predilectos, aparecen Cervantes, los poetas del Siglo de Oro español y su amigo, el “infrarrealista” mexicano Mario Santiago; Mario Vargas Llosa (“Su obra es inmensa, tiene miles de entradas y de salidas”) y Gabriel García Márquez; Roberto Arlt, Jorge Luis Borges (“un escritor feliz”, “el mayor escritor que haya nacido en Latinoamérica” y “el mejor humorista que hayamos tenido”), Adolfo Bioy Casares (”autor de la mejor novela fantástica de Latinoamérica”, por La invención de Morel), Julio Cortázar (”Mi generación, de más está decirlo, se enamoró de Rayuela”) y Osvaldo Lamborghini (”a duras penas puedo leerlo, no porque me parezca malo, sino porque me hace daño”); Edgar Allan Poe, Herman Melville, Philip Dick, Barry Gifford y Raymond Carver; Pascal, Baudelaire, Arthur Rimbaud y Georges Perec. Y El castillo y El proceso, de Franz Kafka; el Tractatus logico-philosophicus, de Ludwig Wittgenstein; Todo Ubú, de Alfred Jarry, y La conjura de los necios, de John Kennedy Toole.
De sus contemporáneos, hablaba con entusiasmo de Pedro Lemebel, Rodrigo Rey Rosa, Juan Villoro, Javier Marías, Rodrigo Fresán, Horacio Castellanos Moya y Enrique Vila-Matas. ¿Hay escritoras en el canon bolañés? En reseñas, entrevistas y ensayos, menciona elogiosamente a Silvina Ocampo y Alejandra Pizarnik, Grace Paley, Victoria De Stefano (que falleció en enero, en Caracas, a los 82 años), Belén Gopegui, Carmen Boullosa, Olvido García Valdés y sus compatriotas Alejandra Costamagna y Lina Meruane.
Poner en juego la propia vida
Uno de los ejes de su literatura es la poesía. “Soy, o más apropiadamente, fui poeta, que es lo mismo que no ser nada y escribo sobre lo que más conozco -se lee en Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas, al cuidado de Andrés Braithwaite-. También sobre lo que más me ha defraudado y sobre lo que más admiro. El territorio de la poesía es el único territorio, junto con el dolor, en donde aún es posible encontrar fórmulas maravillosas (o mejor dicho: la mitad de las fórmulas) y en donde uno, consciente o no, pone en juego su propia vida”. Publicado por el sello chileno Bastante (que participará en la próxima Feria de Editores), el volumen tiene prólogo de Juan Villoro y epílogo de Alejandro Zambra.
“Bolaño admiraba a los poetas chilenos más que a los narradores: a Enrique Lihn, a Gonzalo Millán, a Waldo Rojas, a Raúl Zurita, a Rodrigo Lira -dice el escritor Gonzalo León a LA NACION-. Con algunos de ellos incluso sostuvo una correspondencia. La otra admiración fuerte estaba en este lado de la cordillera, pero más que a los poetas admiraba a prosistas. En una entrevista que le hicieron hace como veinticinco años dijo que el primer libro que se compró al llegar a España, pobre como una rata, fue uno de Borges. Quizá ahí empezó todo, luego en su ensayo ‘Derivas de la pesada’ amplía más esta admiración: Arlt, Lamborghini, Osvaldo Soriano y Borges. Ese ensayo en verdad es su visión sobre la narrativa argentina”.
Roberto Bolaño: literatura y exilio. En @revistalengua https://t.co/RkeHGp57y5 #20AñosSinBolaño
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“Uno de los amores más importantes de Bolaño fue Borges -dice el escritor y periodista Walter Lezcano-. Es sabido. Dijo que la lengua castellana da un salto de Cervantes a Borges y en el medio no pasó nada. Tremendo y falso, le gustaban esas sentencias. Pero hubo un Borges que a Bolaño le salvó la vida y fue el Borges poeta. Es extraño y, por otra parte, natural: la poesía a Bolaño le dio un destino. Este amor por la poesía de Borges se dio en un contexto preciso: un Bolaño recién llegado a España y hundido entre dos monstruos: la soledad y la precariedad económica. Dos fieras contras las que Bolaño peleó siempre. En este contexto aparece la obra poética reunida de Borges para rescatarlo y mostrarle la grandeza de la palabra y reconciliarlo con la existencia. Creo que ahí también hay una astucia del Bolaño lector: saber leer lo que nadie está apreciando en su justa medida”. Lezcano publicó este año el ensayo Los puentes salvajes. Roberto Bolaño y la literatura argentina (Crack Up).
Consultado por LA NACION, el periodista de Artes y Letras de El Mercurio, Roberto Careaga, recuerda las palabras de Bolaño sobre Nicanor Parra en 2001, en la inauguración de una muestra de los artefactos visuales de Parra en Madrid: “Solo estoy seguro de una cosa con respecto a la poesía de Nicanor Parra en este nuevo siglo: pervivirá. Esto, por supuesto, significa muy poco y Parra es el primero en saberlo. No obstante, pervivirá, junto con la poesía de Borges, de Vallejo, de Cernuda, y algunos otros”. Los poemas de Bolaño se pueden leer en el póstumo Poesía reunida (Alfaguara).
“Por esos días, el novelista chileno había echado a andar una operación, junto con el crítico Ignacio Echeverría, para publicar las Obras completas del antipoeta en la editorial Galaxia Gutenberg -cuenta Careaga, autor de La poesía terminó conmigo. Vida de Rodrigo Lira-. En sus poquísimas visitas a Chile, tan luminosas como polémicas, Bolaño fue a ver a Parra a su casa en la costa como el lector absoluto que era de su obra y le propuso el plan. Fue un acto dentro de un idea mayor: desobediente de los cánones y arbitrario en sus gustos, hacia mediados de los años 90 fue capaz de restituir la dignidad de mito de la poesía chilena (Lihn, Teillier, Lira, Alcalde, los había leído a todos y mejor que todos) ya no a la luz de Neruda ni de Mistral, una ‘extraterrestre’ en sus palabras, sino con Parra como gurú de una banda desesperados. ‘Parra no escribe sobre la pureza. Sobre el dolor y la soledad sí que escribe; sobre los desafíos inútiles y necesarios; sobre las palabras condenadas a disgregarse así como también la tribu está condenada a disgregarse. Parra escribe como si al día siguiente fuera a ser electrocutado’, anotó Bolaño, que cuando en 1973 viajó de México a sumarse a la Unidad Popular le fue pésimo (llegó tarde), pero consiguió dos libros del antipoeta que lo fascinaron: Obra gruesa y Los artefactos”.
“Mi poeta chileno favorito de estas últimas semanas es Rodrigo Lira -le escribió Bolaño al poeta Waldo Rojas, en enero de 1994-. Lo releo y me da risa y una gran tristeza; hay que leer a Lira, decía Lihn, leerlo con ojos nuevos”. La carta concluye: “Intento escribir, pero es mucho mejor leer”.
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