Cristina Kahlo: “Frida no era feminista”
Revelador punto de vista de la sobrina nieta de la pintora, en una entrevista con LA NACION, desde México; su valioso testimonio aparece en el documental que National Geographic estrenará el lunes 8 de marzo, en el Día de la Mujer
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CIUDAD DE MÉXICO.- ¿Cómo se construye hoy el canon y adoración a la monumental Frida Kahlo? Icono del feminismo contemporáneo (1907-1954), su imagen de artista libre se agiganta cada vez, mientras su mito se propaga como un estruendo en el universo simbólico que celebra su desobediencia. Un abismo semejante al que Frida conoció en vida rodea hoy a su figura: el símbolo desconoce límites; como una afrenta, crece cuando se intenta trazar un mapa con sus fronteras. Eso, enmarcarla, busca el nuevo documental Frida Viva La Vida, que NatGeo eligió este 8 de marzo para su estreno, en el Día Internacional de la Mujer.
Sin embargo, un asombroso punto de vista pone en jaque una de las ideas más fuertes en torno al símbolo, la de su feminismo: “Frida no era feminista”, afirmó a LA NACION Cristina Kahlo, sobrina nieta de la pintora, una artista por derecho propio con una prolífica carrera como fotógrafa, que además se dedicó a estudiar la historia del apellido que porta.
Icono vs. Persona
Bisnieta de Guillermo Kahlo, padre de Frida, y nacida en Ciudad de México (1960), Cristina Kahlo es, además, curadora de arte y galerista. Alterna su carrera -con más de cuarenta exposiciones colectivas en México, Francia, Alemania y Suiza, entre otros países- con la tarea de ser testimonio del pasado familiar, en particular de su ilustre pariente.
“Mi padre [Antonio, sobrino de Frida] me enseñó la importancia de saber quién se es y respetar la herencia cultural”, dice la fotógrafa, que ha realizado curaduría de exposiciones en el Museo del Palacio de Bellas Artes de México, el Museo Kunstforum, en Viena, o el Museo Charlesvoix, en Canadá. Aquella misión la llevó a aceptar su participación en el documental sobre su tía abuela, venerada a escala planetaria y que murió seis años antes de que Cristina naciera.
¿Entonces el ícono no representa a la persona que fue Frida? “Es importante recordar que el feminismo como hoy lo entendemos no existía en tiempos de Frida. Hoy las mujeres nos movemos en congregación, nos unimos para hacer nuestros reclamos. Frida vivió sin esa gran ventaja, la de las mujeres de hoy, que nos apoyamos unas a otras. Frida vivió en un tiempo en el que desarrolló su voz en solitario”, dice.
En aquel México de la primera mitad del siglo XIX hubo otras mujeres que buscaron un “valor propio” igual que Frida, sin la congregación y aun la presencia de un hombre. “Es el caso de las fotógrafas Lola Alvarez Bravo o Tina Modotti, mujeres diferentes a las de entonces y que hoy podríamos llamar feministas desde el feminismo como lo entendemos hoy”, explica.
Cristina Kahlo “conoció” a Frida cuando tenía diez años. La “encontró” en el libro Cinco pintores mexicanos (“mi primer impacto visual importante”), al descubrir su autorretrato La columna rota, que describe lo que sucedía en su cuerpo. Así conoció el padecimiento de Frida– a causa de la poliomielitis, a los seis, y del cruento accidente de tránsito, a los dieciocho-, y la particular manera de vestirse y comportarse que construyeron al ícono.
“La gente adora al personaje, es un mito de apropiación cultural. Ello en parte tiene que ver gracias a la biografía de Hayden Herrera, Frida. Una Biografía de Frida Kahlo, con entrevistas a personas que la conocieron. Ese libro prendió en las feministas chicanas de Estados Unidos, que la tomaron como estandarte”, dice.
Con cautela, buscando el tono y las palabras que más justicia hagan a su pariente más famosa, Cristina Kahlo traza una división respecto del tiempo y el espacio en los que Frida desarrolló su arte y su estilo. Al hacerlo, recuerda las implicancias que tenía, más que hoy, nacer en un cuerpo de mujer, con un modelo de autoridad construido sobre lo masculino. “Frida fue emocional y económicamente dependiente de Diego”, dice.
“Una mujer cara”
Cristina Kahlo ofrece otro punto de vista a las torturas del cuerpo roto y las largas postraciones que Frida padeció a causa de treinta y dos operaciones, como parte de las secuelas por tres fracturas de columna y problemas isquémicos en su pierna derecha a raíz del accidente de tráfico: sus padecimientos condicionaron la independencia que pretendía. “Frida costó mucho dinero”, reflexiona.
“Sus operaciones, sus tratamientos médicos, sus corsés, no podría haberlos costeado sola. De todo se hizo cargo siempre su marido, Diego Rivera”, sostiene. Y comparte una anécdota, que no se encuentra en el documental, sobre una serie de telegramas que Frida envió a Estados Unidos a la actriz mexicana Dolores del Río, poco antes de que la pintora se divorciara del muralista (1939). “En un primer telegrama, Frida le pide en préstamo de doscientos cincuenta dólares, muy apenada. En un segundo telegrama, le pide disculpas por la demora en devolver el préstamo y le cuenta que especula con pagarle pronto, pues cree que venderá algo en Nueva York, en la galería de Julien Levy (noviembre de 1938). En un tercero, vuelve a disculparse por que no puede pagarle. Pero ya Diego se entera y furioso envía una carta de disculpas a Del Río y salda la deuda de Frida, como un ‘macho mexicano’”, narra.
Diego cuidó de Frida también en el corto año en que estuvieron divorciados. En 1940, la pareja volvió a unirse en San Francisco y decidieron volver a casarse. Estuvieron juntos, perdonando sus mutuas infidelidades, hasta la muerte de Frida, en 1954.
La misma Frida se ocupó de reconocer los cuidados de Rivera. “Me acogiste destrozada y me devolviste entera, íntegra”, le escribió al artista, al que estuvo unida durante un cuarto de siglo. Esa caligrafía se muestra en el documental, producido por Ballandi Arts y Nexo Digital, dirigido por el italiano Giovanni Troilo y presentado por la actriz Asia Argento.
Aunque se propone ser “un viaje en busca de Frida”, el resultado es un sampling con imágenes del México de la época y evocaciones libres a través de dos representaciones de Frida (el mito y la artista). Su valor, en realidad, está en el peso testimonial de Cristina Kahlo y en las entrevistas a Hilda Trujillo, directora del Museo Frida Kahlo hasta 2020 y a la reconocida fotógrafa mexicana Graciela Iturbide.
El espectador quedará asombrado con la exhibición de los que fueron “los objetos de dolor” de Frida, como sus corsés metálicos. También, por los objetos con los que buscó darle color a su dolorida vida, con sus huipiles, tehuanas, pañuelos y joyas. Pero en particular, por las prendas que son reveladas de la superficie de la vasija que contiene los restos de Frida, colocadas allí por Diego Rivera, como el rebozo que la pintora más usaba; junto a ellos pasó el muralista los tres años que sobrevivió a su esposa.
Separado en seis bloques, el documental acentúa el abismo en torno a una figura difícil de abrazar por completo. Algo que su sobrina nieta desistió de hacer cincuenta años atrás, cuando chocó contra la imagen de su tía abuela en aquel libro y se dedicó a comprenderla, más que a ceñir su figura.
Adentrándose en su intimidad -en 2002, a medio siglo de su muerte, se abrió el baño de Frida, que guardaba objetos y accesorios que empleaba para su dedicada labor de embellecimiento y cuidado- Cristina Kahlo entendió que “Frida era multifacética, difícil de abarcar”. De ahí que celebre la biografía de Herrera (reeditada por Taurus en 2020, con prólogo de Valeria Luiselli), que reconoce que su mito está tan “lleno de tangentes” que “los aspectos de su realidad podrían socavar la imagen que ella creó de sí misma”.
Los intentos por escudriñarla continuarán edificando el mito, alumbrando la nueva construcción de lo femenino y recordando aquello que escribió Simone de Beauvoir y que Frida pareció intuir y encarnar: “No se nace mujer, se llega a serlo”.
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