Crear en familia: lo que se hereda y lo que no en la pasión por el arte
Animarse a seguir la senda de los padres no es tan fácil para los hijos de artistas: los nombres se enredan y las comparaciones son inevitables; algunos buenos ejemplos
Definir una identidad de artista cuando tus padres son consagrados supone un problema. Es fácil heredar la pasión por crear, pero no tanto desarrollarla cuando el apellido ya está escrito en la historia del arte. Las comparaciones, las miradas suspicaces y las confusiones en general son parte de la vida cotidiana. Los hijos de los artistas más conocidos del país que siguen la misma senda llevan todo eso en la mochila. Y gracias a viajes, cambios de firma y pura determinación, salen airosos.
"Para ser artista tuve que irme a España", dice Alejandra Roux. Estudió Bellas Artes y a los 25 años se instaló en Madrid, donde trabajó en diseño editorial (el ámbito de formación de su padre y de su abuelo). En la reciente inauguración de una muestra de pinturas de su padre, Guillermo Roux, en el Teatro Colón, una mujer le confirmó la hipótesis: "Quiero tomar clases con vos porque admiro mucho a tu padre". Alejandra rechazó a la aspirante. "Te hablan a vos, pero sabés que no te están hablando a vos. Ya no me importa tanto. He ido encontrando mi lugar. Me pasaba a los veinte años, con los profesores, los compañeros, los galeristas. Hice mi primera exposición y no sabía si era por mi trabajo o por mi padre. Me sirvió mucho irme: en España era yo", piensa.
Alejandra ejerce la docencia en la escuela taller Guillermo Roux. Instalada en Buenos Aires, ya no le pesan las filiaciones: tiene su galería en Madrid, donde hizo su carrera por 20 años y donde el año pasado presentó una exposición de pinturas en la que homenajeó a su abuelo, Raúl Roux, dibujante e ilustrador. Ahora está abocada a la curaduría de una exposición en homenaje a su padre para la feria Arte Espacio (del 18 al 22 del actual en el Hipódromo de San Isidro). "Como no hay aire suficiente como para que los estilos y las épocas no hagan ruidos raros, decidí exagerar ese rasgo con un montaje del piso al techo, una colgada al estilo académico para lograr una lectura contemporánea. Tintas, bocetos, acuarelas, obras gráficas, todo con sus marcos originales", anticipa.
Paula Noé Murphy, hija de Luis Felipe Noé, tampoco desarrolló su carrera de artista en la Argentina. "La gente suele tener la impresión de que el hijo compite con el padre artista. De jovencita, durante una muestra mía en Buenos Aires, en un cuaderno me ponían elogios y decían que se notaba que era la hija de un maestro, pero en otra página ponían cómo me atrevía «a ensuciar el nombre de mi padre» y criticaban mi trabajo. Pienso que si me hubiera quedado en el país en vez de seguir a mis padres a París a los 16 años probablemente habría seguido escribiendo abiertamente y creando obras plásticas a escondidas", cuenta. Agregarse el apellido materno fue una decisión práctica: "Participé en varias exposiciones colectivas junto con mi padre. Pero como sólo ponen los apellidos cuando hay muchos artistas, si Noé aparecía dos veces, sacaban uno de los dos".
En la infancia, tener un padre artista es una suerte. "Jugábamos, dibujábamos juntos... fue un aprendizaje lúdico. Luego, que mi padre fuera pintor bloqueaba la exteriorización de mi vocación. Para no competir con él yo usaba técnicas de tipo artesanal y collage", cuenta. En noviembre, compartirán una exposición en Rubbers. "Lo importante es entender que si el padre o madre artista hablan con una voz poderosa uno puede avanzar como creador susurrando. No es indispensable gritar más fuerte", reflexiona.
Dos familias, una muestra
Dos núcleos familiares se reúnen en la galería Pasaje 17 (Bartolomé Mitre 1559), en la muestra Familia de Artistas, con obras de Aldo Peña, Sara Picconi y dos de sus seis hijos, Huilen y Huenu, y Ernesto Pesce; sus hijos Julián y Lautaro; su madre, la recordada escultora Mariana Schapiro, y la fotógrafa Patricia Parodi, actual pareja de Pesce padre. "La nuestra es una casa taller. Estamos acostumbrados a compartir el espacio y los materiales", cuentan.
Los Pesce vienen de una larga tradición. "Mis bisabuelo era pintor de iglesias en el Piamonte. Mi abuelo vino al país con ese oficio porque era su ayudante. Hacía murales al fresco. En aquella casa todos pintaban: mi padre y mis tíos. Y para mí era natural, aunque soy técnico mecánico. Después me fui a estudiar Bellas Artes y ya no hice otra cosa", cuenta Ernesto Pesce. Su hija mayor, Malena, es cineasta, pero ha hecho muestras compartidas con él: cuando tenía 4 años comenzaron las obras a cuatro manos, y ahora siguen las colaboraciones con su nieto. Su hijo Lautaro es músico, y animará la muestra compartida. Julián, después de un paso por el IUNA, estudia Artes Electrónicas en la Untref. "Mis padres estaban todo el tiempo en casa, en sus talleres. De chico decía que no quería trabajar; quería ser como ellos. Después me di cuenta de que hay que trabajar un montón", dice.
Entre hermanos se pueden dar caminos opuestos. Julián, hijo de Luis Fernando Benedit, no firma sus obras con el mismo apellido de su padre. "Yo trabajo desde hace 20 años como Julián Prebisch. Fui asistente de mi padre por muchos años. Tuve la posibilidad de aprender de él, no sólo de su obra, sino también del esfuerzo y la pasión por hacer. Me llamaría la atención no haber sido artista. Mi vocación fue heredada. De todas maneras, siempre traté de hacer mi propio camino y firmo con mi apellido materno", cuenta. Ahora hay otro Benedit artista: uno de sus cuatro hermanos, Tomás, un geólogo que en abril hizo su primera muestra de composiciones en metales en la galería de Cecilia Caballero. "Siempre dibujé, pero nunca me consideré artista. Todo lo contrario", admite. Su padre no llegó a ver esta nueva faceta de su hijo científico.
Tiziana Pierri es hija y nieta de artistas. "Me siento afortunada porque forman parte de la historia del arte argentino. De mis abuelos Orlando y Minerva pude aprender a través de sus obras. Con Duilio, mi padre, en cambio, aprender fue más directo. Cuando tenía 2 o 3 años me despertaba y lo primero que hacía era subir a su taller. Creo haber heredado de todos ellos un interés muy profundo en el uso del color y la necesidad de atravesar etapas", cuenta.
"El arte en casa era como preparar sopa", recuerda la artista Teresa Pereda, cuarta de un linaje matrilineal de artistas plásticas. Longevas, han llegado a compartir un mismo entorno creativo. "Mi bisabuela, Ana Laplace, comenzó a los 70 años a hacer tapices y participó en el Primer Salón Nacional de Tapiz. Vivió hasta los 100 años, productiva. Mi abuela, Estela Lacau, era escritora y pintora. Mi mamá ilustró algunos de sus libros, y hacía tapices con su abuela", cuenta Teresa. Tan natural era dedicarse a esto que al principio pensó que no: "¡Ser artista me parecía excesivo! Pero de a poco me fui insertando en mi propia obra".
También en París Octavio Blasi abrió su propia senda. Es hijo del gran Antonio Seguí y la coreógrafa Graciela Martínez y creció cerca de su tío Eduardo Moisset, referente de la abstracción geométrica evolutiva. "Fue formador vivir emociones estéticas de muy joven, que eran para mí a la vez éticas. Producir arte significó una manera de estar, de ser y plantarse en la vida. Proyectarme fuera del campo artístico era inconcebible", cuenta. "El legado es indudablemente fuerte, pero los caminos, los tiempos y las experiencias son diferentes. Soy Seguí, soy Martínez, pero también soy todo aquello que ha entrado en mí", cuenta, y cita a Arthur Rimbaud: "Yo soy otro...". Su frase va para todos.
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