Costhanzo, Spinetta y el amor por el Doctor Tangalanga
Ante el inminente estreno de El Método Tangalanga, el ilustrador Augusto Costhanzo recuerda su encuentro con el autor de “Muchacha (ojos de papel)”, propiciado por el fanatismo en común por el genio de las bromas telefónicas
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“¿Te gustaría conocer al Flaco Spinetta?”. Eso le preguntó, a principios de los dos mil, el notable bajista Javier Malosetti a su amigo, el ilustrador Augusto Costhanzo. Y Costhanzo, que era fanático del Flaco desde su adolescencia, no lo dudó. Por fin tenía la chance de encontrarse con uno de los artistas que había aportado muchas de las canciones de la banda de sonido de su vida. Aunque hacía más de una década que el ilustrador publicaba en medios prestigiosos, las razones del Flaco para conocerlo se reducían a un histórico llamado que Tangalanga le hiciera al entonces pichón de artista el 14 de mayo de 1989.
Así que en la hora que duró la visita de Costhanzo a La Diosa Salvaje, el estudio de grabación de Spinetta, no se habló ni de Almendra, ni de Artaud, ni del jugo de lúcuma, ni de Silver Sorgo, el más reciente disco del Flaco que Costhanzo se llevó autografiado. La conversación giró exclusivamente en torno a la vida y la obra del Dr. Tangalanga, alter ego de Don Julio De Rissio (1916-2013). “Yo le contaba que, para mí, como Los Beatles, Tangalanga tenía varios períodos en su obra telefónica. Una primera etapa más popera, la de los años 60; luego, en los 80, se volvía más psicodélico -o, en realidad, surrealista-; y en los 90, cuando empezó a hacer llamados en vivo, más rockera, apelando de nuevo al insulto. Spinetta asentía, se reía y lo comparaba con el período rosa y azul de Picasso”.
Esta historia me la contó el propio Costhanzo hace unos días, cuando compartimos un tramo de bicisenda por el barrio de Colegiales, y comentamos El Método Tangalanga, la película dirigida por Mateo Bendesky. El film se estrena este jueves pero pudimos verla antes. Él elogió especialmente las locaciones. “La oficina es igualita. Me acuerdo de la primera vez que lo visité, me veían pasar y se mataban de la risa”, recuerda.
Volvamos al 89. El día de las elecciones, Tangalanga llamó casi al azar a la casa donde vivía Costhanzo con sus padres, simulando hacer una encuesta electoral. Como por entonces ya era un fanático del mejor puteador del universo, Costhanzo reconoció la voz y el tono, y decidió seguirle la corriente: le dijo que había votado a Bustelo (“un candidato de más de 80 años que se suponía que no iba a votar ni su familia”, recordaría luego el Doctor). El llamado dura seis minutos y está disponible en YouTube. Allí se puede escuchar cuando, desbordado por la emoción y la risa, le confesó que conocía sus llamadas a través de los casetes que circulaban, de mano en mano, entre sus fans. Con mística ricotera, Tangalanga se iba convirtiendo en un artista de culto.
Por esa misma época escuché hablar de Tangalanga por primera vez. Micha -cuñado de mis primos Marcelo y Mariela-, nos contó en una pizzería de Avellaneda que había un tipo que hacía jodas telefónicas. Reprodujo de memoria algunas conversaciones y yo, que tenía doce años, me hice fan al instante (sin haberlo escuchado). El primer casete me lo pasó mi amigo, ahora Doctor, Diego Vinciguerra. Y un tiempo después me prestó el libro Las cosas que hay que oír… (1992), de la colección La Mandíbula Mecánica, que entre muchos otros llamados reproducía el diálogo entre Tangalanga y “un importante alumno de la escuela de Garaycochea”.
Spinetta conoció a Tangalanga por dos legendarios jazzistas, el Negro González y Pocho Lapouble (de la generación de Walter Malosetti, el papá de Javier), que eran fanáticos y luego, igual que Luis, se hicieron amigos y compartieron cenas con frecuencia. El link musical tiene sentido, como su heredero epistolar Iti el Hermoso (¿Todavía no leyeron su Libro de quejas (Editorial Galería, 2016)?), Tangalanga, un genio de la improvisación, abordaba los llamados como si fueran standards. Paradójicamente, su nieta Luciana de Rissio, es una de las cantantes más notables de la escena del jazz vernáculo.
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