Costantini pagó el récord de US$ 15,7 millones por un Rivera muy codiciado
La compra de la obra más cara de la historia del arte latinoamericano se concreta 21 años después de que el argentino la fichó; vendrá en marzo al Malba
Mayo de 1995. Todo listo en el hotel de ventas de Sotheby's en York Avenue y la calle 72 para la subasta de arte latinoamericano que incluía un autorretrato de Kahlo, rodeado del aura que envolvió siempre la figura de Frida: la mujer dolida, partida en dos siendo muy joven tras un cruel accidente callejero; la que pintó en su regazo y en la cama una y mil veces sus rasgos morenos inconfundibles.
La obra había fascinado a Eduardo Costantini con sólo mirar el catálogo de la venta. Entonces era un coleccionista centrado en el arte latinoamericano, pero no tenía en mente, ni por asomo, la creación de un museo. Tomó el avión a Nueva York para estar en la sala el día de la venta, recorrió la exposición en compañía del experto Augusto Uribe, se detuvo frente al cuadro -más chico de lo que imaginaba, pero de calidad sublime- y supo entonces que el Frida sería suyo. Solamente se interponía entre ambos una pintura, de Diego Rivera, que lo fascinaba por igual.
De la misma procedencia que el autorretrato, la colección de IBM, Baile de Tehuantepec era una tela de gran tamaño (2,007 x 1,63,8), obviamente destinada al casillero de los récords, con la fuerza y el colorido del gran muralista, sólo que sobre la tela, algo infrecuente en su producción. Es, sin duda, junto con Vendedora de alcatraces, uno de los lienzos más imponentes que Rivera pintó en su vida.
Qué dilema para el coleccionista. No podía comprar las dos obras. La suma excedía largamente su presupuesto, así que renunció al segundo y fue por el Frida. Peleó en la subasta la pintura de pequeño tamaño y poderosa fuerza hasta pagar por ella tres millones de dólares, precio que por años fue el más caro por un artista latinoamericano, y récord de Kahlo.
Hasta aquí llega la historia que alguna vez compartió Costantini en Conversaciones con LA NACION. Confió en aquel encuentro que le había quedado la espina del "Rivera perdido", obra que nunca más apareció en un remate ni fue exhibida en público. El comprador, se supo después, había sido el empresario Seagram, el mismo del edificio imponente que el arquitecto Mies van de Rohe diseñó en el corazón de Manhattan.
Costantini siguió comprando. Fundó el Malba en 2001 y nunca supo nada del colorido baile de mujeres con huipiles y pelo trenzado hasta hace dos semanas. Era domingo por la noche cuando recibió una llamada desde la Gran Manzana. Era Augusto Uribe, aquel experto de Sotheby's que hacía 21 años había rematado el Frida hoy colgado en el Malba y que ahora es deputy chairman de la rematadora Philips. Uribe conocía el secreto del "Rivera perdido" por Costantini y al tener el cuadro entre sus manos no dudó en marcar el número argentino. Se trataba de una venta privada, encargada por el heredero de la familia Seagram, y tenía una lista de quince candidatos. El primero estaba acá.
Sopresa telefónica
La noticia fue tan grande como el precio del cuadro, que en dos décadas se había multiplicado cinco veces, como ocurre con los valores del mercado de arte cuando las obras tienen calidad museo. "Dos veces no se pierde una oportunidad", pensó Costantini, antes de acordar el valor y cerrar la operación en 15,7 millones de dólares.
Baile de Tehuantepec, pintada en 1928, es la obra más importante de Diego Rivera en una colección privada fuera de México. Se exhibió por primera vez en el MoMA en 1930 y un año después integró la retrospectiva del muralista en el museo neoyorquino. En 1950, se presentó en la XXV Bienal de Venecia en el envío oficial de ese país, con obras de José Clemente Orozco, Rufino Tamayo y David Alfaro Siqueiros.
Esta última adquisición del coleccionista y empresario argentino completa un conjunto excepcional de arte moderno latinoamericano, formado por tres obras emblemáticas, como son Abaporu, de Tarsila do Amaral; Autorretrato con loro y chango, de Frida Kahlo, y el Retrato de Ramón Gómez de la Serna, en estilo cubista, de Diego Rivera.
El próximo octubre, Baile... se presentará en el Museo de Arte de Filadelfia en la muestra Pintar la Revolución, Modernismo Mexicano 1910-1950; en febrero irá ARCO Madrid, que, como se recordó ayer en la feria arteBA, tendrá a la Argentina como país invitado, y en la que también Costantini será homenajeado por su trayectoria de coleccionista. Finalmente, en marzo llegará a Buenos Aires y será colgado en las paredes del Malba, donde acompañará el Autorretrato con chango y loro de Frida. Se sellará así una historia de amor que tuvo siempre su correlato en la pintura.
También el amor tuvo mucho que ver con Dos desnudos en el bosque, la pintura de Frida Kahlo rematada una semana atrás en Christie's de Nueva York al récord de ocho millones de dólares. El cuadro de 25x30 centímetros reproduce una escena en la que dos mujeres en actitud amorosa, una de ellas con la cabeza recostada en el regazo de su amada, contemplan la naturaleza. La pareja del entorno bucólico remite al romance escandaloso y apasionado vivido entre la pintora de Coyoacán y la artista Dolores del Río, a quien le regaló el cuadro, de 1939.
Si se piensa en el diminuto tamaño de la obra, no está lejos de la verdad quien asegure que se trata de una de las cinco más caras del mundo.
La noticia del Rivera récord potencia la colección del Malba y llega en medio de la celebración plata de arteBA, cuando el Museo Nacional de Bellas Artes, nuestro museo mayor, consagra una atractiva y postergada muestra al muralismo mexicano, con ejemplos sublimes de dibujos y pinturas de Rivera, Orozco y Siqueiros.
En suma, se trata de una oportunidad única para revisar la historia del mayor movimiento pictórico de México, con un potencial político indiscutido, que dejó en la Argentina la obra más célebre del patrimonio de los muralistas fuera de México. Se trata de Ejercicio plástico, de David Alfaro Siqueiros, restaurado por expertos internacionales y exhibido en el Museo del Bicentenario, vecino de la Casa Rosada. Siqueiros y su amada Blanca Luz dejaron un testimonio único en las paredes de un sótano de Don Torcuato por encargo de Natalio Botana, director del diario Crítica. Allí está también plasmada la matriz estética de dos de nuestros mayores pintores: Berni y Spilimbergo.
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