Cosas para la vida
La presentación en Malba de la silla W de César Jannello y la reedición de cerámicas de Colette Boccarasaldan una deuda con el diseño argentino
El devenir del diseño argentino bien podría escribirse como una novela donde los personajes, las disciplinas, los materiales y los escenarios regionales se cruzaran con los de América del Norte y el viejo continente en un curioso zigzag. De hecho, todo eso conforma la rica trama de una historia poco abordada: la de nuestras "cosas para la vida", como definía Gerardo Clusellas -integrante de la Oganización Arquitectura Moderna -OAM-, en los años 50, el amplio abanico de cultura material que produce el diseño en todas las escalas, desde vivienda y vajilla hasta muebles y transporte, gráfica e indumentaria, sin saltear envases y vehículos entre tanto más.
Hoy, mientras se reconoce la actividad que en las últimas décadas arrojaron las camadas de graduados de los años 80 y 90 -sobre todo luego de la poscrisis 01, que hizo renacer al diseño con tanta fuerza que, en 2005, Buenos Aires fue nombrada primera Ciudad de Diseño por la Unesco-, también emerge la historia iniciática de la disciplina. Y esto viene a saldar una vieja deuda: la puesta en valor de figuras cuya trascendencia aún no fue calibrada fuera del mundo del diseño. El de César Jannello y Colette Boccara es uno de esos casos. En Malba se presentaron en diciembre, y se exhiben en la tienda, dos productos paradigmáticos del legado de esta dupla: la silla W de Jannello, editada por su nieta María Jannello con el diseñador mendocino Wustavo Quiroga, y algunas piezas de Nueva Colbo. La antigua fábrica de vajilla ha sido reactivada por Matías Jannello, uno de los hijos de los arquitectos, quien en su adolescencia participó junto con su madre en esta experiencia productiva. Fue una de las primeras iniciativas que logró, a partir del diseño, completar una cadena de valor regional que comenzaba con la extracción de gres en las canteras de Potrerillos.
Junto con César Jannello, Boccara participó del panorama incipiente del diseño argentino en los años 40. Vinculada a animadores del modernismo como el diseñador y teórico Tomás Maldonado y el arquitecto Amancio Williams, la pareja emigró a Mendoza y allí instaló el ideario moderno por medio de su producción y de la gestación de la primera carrera de Diseño en la Universidad Nacional de Cuyo. Así, a ellos se les debe también la tradición académica que la disciplina forjó en el Cono Sur.
La silla W conforma, de algún modo, el segundo hito proyectual que sigue al kilómetro cero de la historia del diseño moderno local: el sillón BKF, de los arquitectos Bonet, Kurchan y Ferrari Hardoy, quienes la diseñaron en 1938 para equipar esa nueva espacialidad que acababan de erigir en una esquina porteña: los ateliers de Suipacha y Paraguay. Mientras tanto, la silla de Jannello -de la que se encontraron recientemente cuatro versiones inéditas, confirmando la hipótesis de un verdadero work in progress- , tuvo su origen en una viga de hierro que Jannello comenzó a plegar durante la construcción de la Casa del Puente, de Amancio Williams, en Mar del Plata, entre 1943 y 1945. De allí nació la idea de una estructura continua que dibuja una letra W en las dos duplas de patas. Durante los años 40, el mercado nacional se proveía en su mayoría de muebles importados, pero el efecto de la reactivación industrial de posguerra y la necesidad de dar cauce al estilo moderno hicieron que arquitectos y artistas comenzaran a proyectar muebles y objetos de factura artesanal o semiartesanal.
La síntesis formal y funcional de la W terminó de plasmarse con dos placas de madera en asiento y respaldo, lo que permite que se monte y se desarme por calce, sin la necesidad de tornillos y aprovechando la elasticidad de la estructura como cualidad ergonómica. Este tipo de operaciones revela una característica propia del diseño hecho en la Argentina: la de proyectar con lo que hay al alcance de la mano, exigiéndole al ingenio. Ese rasgo identitario vincula la W con la BKF, y traza una línea que bien puede leerse en herederas actuales como, por caso, la silla Rubberta Iron, de Alejandro Sarmiento.
La reapertura de Colbo, otra buena noticia, comenzó a gestarse en 2007, cuando Matías Jannello y los jóvenes diseñadores Martín Endrizzi y Macarena Ponce recuperaron el know how de la vieja fábrica de vajilla y volvieron a apostar por la innovación. Apoyados en las nuevas tecnologías, lograron dar continuidad a la herencia moderna y, a la vez, responder a la demanda de vajilla gourmet que plantea el boom gastronómico-turístico de Cuyo y Chile. De factura impecable, con nuevos colores de esmalte y serigrafías, las piezas juegan con las típicas formas triangulares que diseñara Boccara. En septiembre obtuvieron el sello de Buen Diseño de la Subsecretaría de Industria de la Nación.
El relanzamiento de piezas emblemáticas como las de Jannello y Boccara, abre una puerta al incipiente coleccionismo de diseño latinoamericano, activado por Design Miami, feria de creciente influencia regional que coincide con la edición estadounidense de Art Basel. Así, es posible que estas reediciones, sumadas al relevamiento de sucesos históricos, ayuden a urdir una trama que aún espera su relato: la de la modernidad vernácula y sus cruces interdisciplinares.
Feria de América
Si bien hubo épocas que podrían llamarse "de oro" para la unión entre la actividad industrial y el diseño (sobre todo entre los años 50 y 1976), esa ecuación fue siempre dispar en nuestro país. Luego de las décadas industrialistas de los 30 y 40, los años 50 brindaron la posibilidad de cristalizar un modelo industrial nacional, cuya divulgación tuvo un pico máximo entre 1953 y 1954 con un episodio extrañamente ausente de la historia: la Feria de América, un evento continental que, alojado en el Parque San Martín de la ciudad de Mendoza, fue organizado por el gobierno nacional a imagen de las grandes exposiciones universales del siglo XIX para promover los últimos logros en materia industrial.
Así como Londres, en 1851, dio origen a este tipo de feria para celebrar los logros de la Revolución Industrial, cien años y poco después aquí se montaba una similar para mostrar la producción de las Américas desde el Río Bravo hacia el sur. Bajo la dirección técnica del arquitecto César Jannello, un pionero de la modernidad, se convocó a colegas volcados al diseño como Tomás Maldonado, Gerardo Cluselllas y el músico Mauricio Kagel, pionero de la electroAcústica local, para diseñar una torre con partitura visual sonora, cuyo dibujó hizo Maldonado.
Esta feria, de algún modo el único antecedente de lo que fue Tecnópolis, marca un hito en la divulgación del diseño vinculado a la industria, como herramienta y motor de cambio.
El legado de Jannello
Un arcoíris de colores cremosos recupera la atención sobre una figura de hormigón que supo erigir en mandato el canon de la elegancia moderna: la sobriedad. Es un puente de 40 metros que cruza la avenida Figueroa Alcorta y une el Museo Nacional de Bellas Artes con la Facultad de Derecho. En el verano pasado, cuando fue intervenido por el dúo de artistas suizos LB (Sabina Lan y Daniel Baumann), el nombre del arquitecto César Jannello saltó al primer plano, como había ocurrido en 2005 con la publicación del libro de Germán Carvajal .
Diseñó ese tramo elevado de hormigón con el arquitecto Silvio Grichener en 1960, a raíz de los festejos del Sesquicentenario de la independencia argentina.
Jannello, que había emigrado a Mendoza a fines de los años 40, regresó a Buenos Aires, cuando lo nombraron director técnico de la "Exposición Nacional del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo"; además del puente, dejó el pabellón anexo al Museo Nacional de Bellas Artes. Su legado se extiende a sus investigaciones en el campo de la semiología en el campo del diseño y la arquitectura. A comienzos de los años 40, ya como estudiante e influenciado por las vanguardias plásticas, inició sus propias búsquedas en dibujo, pintura y objetos de cerámica. Al mismo tiempo, sus ensayos avezados sobre arte, diseño y arquitectura darían paso a una carrera académica de alcance internacional. Murió en 1985.
Carolina Muzi