Cortázar, Sabato, Bioy: las cartas de Mario Muchnik develan la trastienda de medio siglo de literatura
El Instituto Cervantes de Madrid recibe la biblioteca personal y la correspondencia que el editor y fotógrafo argentino, que murió en marzo pasado, mantuvo con escritores durante medio siglo
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MADRID.- En el despacho que conservó en su domicilio en el piso 11 de un edificio en la zona norte del paseo de la Castellana en Madrid, cuatro muebles archivadores prueban el orden meticuloso que el editor Mario Muchnik (Buenos Aires, 1931-Madrid, 2022) mantuvo en sus papeles. El arco temporal abarca más de medio siglo. Hay cartas recibidas, manuscritas y mecanografiadas, con copias de las misivas enviadas, algún que otro recorte, postales y fotografías y también correos electrónicos impresos, perfectamente clasificados en las carpetas dedicadas a Julio Cortázar, Italo Calvino, Bruce Chatwin, José Donoso, José Emilio Pacheco, Augusto Monterroso, Aldolfo Bioy Casares, Ernesto Sabato o Elias Canetti, entre otros notables corresponsales de Muchnik.
Al autor de Masa y poder, premio Nobel en 1981, le escribió en 1973: “Estimado Dr. Canetti: Mi carta debiera empezar, sin rodeos, diciéndole que yo quiero ser su editor en lengua castellana, editor de toda su obra”. Y lo logró, aunque esa relación no estuvo exenta de algún exabrupto por parte de Canetti, que en los ochenta le responde a una petición de un texto introductorio afirmando tajante: “¡Nunca escribo bajo demanda!”.
Algunas de esas carpetas y libros dedicados ya están en la sede del Instituto Cervantes de Madrid, que hoy anuncia oficialmente la recepción del legado de Muchnik en un acto en el que se homenajeará su figura. “Mario era científico, se formó como físico y cuando yo le conocí su nombre estaba en todos los periódicos en Roma porque había descubierto una partícula”, recordaba su viuda Nicole el pasado jueves en su domicilio, para tratar de explicar el estricto orden con el que clasificó sus papeles, un material que sin duda le ayudó al redactar sus libros de memorias (Lo peor no son los autores. Autobiografía editorial 1966-1977 o Banco de pruebas. Memorias de trabajo 1949-1999). “Ese temperamento de científico lo llevó a la edición. En ese campo también le guiaron el descubrimiento, porque siempre buscaba autores nuevos; el dominio y conocimiento de todos los aspectos técnicos, desde el gramaje del papel a los tipos de tinta; y la tenacidad propia de un hombre de ciencias que no se rinde”.
La relación entre el Instituto Cervantes y el editor argentino y formado como físico en Nueva York, que recaló en Roma, París y Londres antes de asentarse en España, se remonta tiempo atrás. Muchnik depositó en 2017 en una de las cajas del Cervantes tres objetos cercanos a su infancia: una cajita de música que sus padres le regalaron tras un viaje por Inglaterra en 1937, una flauta y una foto que la estrella infantil Shirley Temple le dedicó “a mi amiguito argentino Mario”.
No solo físico y editor, sino también fotógrafo, Mario Muchnik ya cedió en vida al Instituto su archivo de imágenes, parte del cual fue mostrado en una exposición itinerante por los distintos centros Cervantes. Ahora, el archivo de Muchnik se suma a las donaciones de Jesús Munárriz, de Juan Goytisolo o Nélida Piñón, entre otros. “Los papeles de Muchnik y sus libros pasarán a formar parte de la Biblioteca Patrimonial, el proyecto que estamos desarrollando en la sede original de Alcalá de Henares”, explicaba al teléfono Luis García Montero. “La labor editorial de Muchnik ha sido fundamental: su trayectoria fomentó el diálogo entre Latinoamérica y España, y muestra la evolución del mundo editorial en democracia”. Todos los papeles podrán ser consultados cuando la Biblioteca Patrimonial concluya el trabajo de remodelación del edificio en Alcalá de Henares y abra sus puertas.
En 1973 Mario Muchnik anuncia, entre otros, a Julio Cortázar que “The Muchniks strike back! [¡los Muchnik atacan de nuevo!]. Acabo de fundar, con mi viejo, Muchnik editores, Barcelona, con un plan editorial en el que la prudencia templa la ambición y viceversa”. Al autor de Rayuela le propone participar en una colección de “clásicos revisited” con una nueva traducción de Robinson Crusoe. Sus primeras comunicaciones una década antes también partieron de una traducción. Julio Cortázar escribe a Muchnik en 1964: “Su traducción es correcta, pero presenta las características típicas de toda versión hecha por alguien carente de experiencia en ese duro oficio”.
“Cagatintas” del mundo de la edición
Hijo de Jacobo Muchnik —que montó a mediados de los cincuenta Fabril Editora—, Mario aparcó las ciencias físicas y arrancó en el mundo de la edición en los setenta, un camino que ya nunca dejó y que le llevó a recalar brevemente en Seix Barral a principios de los años 80 y, más adelante, en el grupo Anaya con su propio sello, una aventura que encalló. “Mario fue muy mal empleado”, comenta Nicole, “pero siempre siguió adelante”.
La correspondencia con Ernesto Sabato —”fue su maestro”, asegura su viuda— da cuenta de los encuentros y desencuentros que mantuvieron, y de las explicaciones que el autor de El túnel trató de darle a Muchnik sobre su postura durante los años de plomo de la dictadura militar en Argentina. Escribe Sabato el 26 de mayo de 1977: “¿Que no basta? Por supuesto que no. Hago lo que humanamente puedo, aún con peligro de mi vida. ¿Te parece que sería más honorable despotricar diciendo todo desde un cómodo café de París? ¿Te parece que la inmensa mayoría del pueblo argentino, ese que tiene que quedarse aquí, me consideraría más honorable por esa confortable declamación?”.
El premio Cervantes fue profesor de matemáticas de Muchnik y conoció a sus padres. También los conoció Rafael Alberti, quien dedica a Jacobo Muchnik una recopilación de sus poemas agradeciéndole los puros que juntos fumaban en Buenos Aires cuando el español se exilió allí en los años 40. “Mario se quedó con los libros y vinilos de su padre, pero él tampoco guardó mucho porque se mudó con frecuencia”, apunta Nicole. Ella reconoce que cada día encuentra nuevos papeles y escritos en los que Mario iba dando cuenta con todo detalle de sus avatares. En una carta a Carlos Barral afirma: “No, querido Carlos, no se trata de adverbios ni de adjetivos; sería muy tonto de mí defenderme por una cuestión lingüística. Si soy quisquilloso es por una dosis de orgullo profesional que llevo conmigo desde siempre y que me diferencia de la mayor parte de los cagatintas que circulan por los corredores de la edición, de la física y de la fotografía. Pensé que sabías que de esto se trataba y no de otra cosa”. Aún trabajarían mucho más juntos y pelearían más.
Con el mexicano José Emilio Pacheco en 1976 comparte su visión de la edición en su país de adopción: “... el mercado español está tan polarizado por la política que las editoriales como la mía pasan por un muy mal momento. Los grandes pulpos pueden darse el lujo de cambiar sus programas rápidamente, mientras que a nosotros nos resulta imposible invertir dinero que ya invertimos en otras obras, hace tiempo. Esta es una de las paradojas de edición: cuánto más pequeña una editorial, más pesada e inerte…”. Él nunca cejó en el empeño de seguir descubriendo y sacando libros cuya génesis quedará ahora conservada en el archivo.
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