Correspondencia Victoria Ocampo - Roger Caillois
LA fundadora de Sur comenzó a frecuentar al escritor francés en París, en 1939. Ella era mucho mayor que él, pero continuaba conquistando con su belleza, su inteligencia y su espíritu a quienes la trataban. Él era uno de los intelectuales más talentosos de la preguerra. Se enamoraron y mantuvieron un intercambio epistolar que se prolongó hasta la muerte de Caillois en 1978. Sudamericana da a conocer ahora una selección de las cartas que se escribieron, compiladas por Odile Felgine con la colaboración de Laura Ayerza de Castilho, que muestran cómo aquella pasión se convirtió en una amistad entrañable y en un puente cultural entre dos países. A continuación, se publican algunas de las páginas que dan testimonio de los momentos más ardientes de aquella relación amorosa. También retratan la nobleza de Victoria, que brindó su ayuda a Caillois y a la mujer con la que éste había tenido una hija en Francia.
1939
Carta 5. [Sin fecha]
Usted es verdaderamente una salvaje. Incluso su dulzura es una dulzura de animal salvaje. Los animales que sacan las garras son siempre mucho más dulces que los otros. Saben contenerse mejor, son más cariñosos, su pelaje es más sedoso, sus pupilas se cierran más fácilmente, pero aun así queda esa agitación imperceptible de la raza, esa posibilidad de sacar repentinamente las garras como usted suele hacer, y el brillo de la mirada en ese momento, de los ojos que no claudican [...]
R.
Carta 27. Martes por la noche, [sobre sellado el 11/5/39]
Me doy cuenta de que mi manera de ser constituye un clima muy duro para usted. No sé qué decirle: no deseo que sea de esta manera. No deseo que usted se marchite como una flor que no tiene suficiente tierra, o bastante agua, o demasiado oxígeno. Deseo que usted no sea jamás diferente de lo que ya es. La acepto más a usted tal cual es de lo que me acepto a mí mismo tal como soy. Sin embargo, usted es para mí como una fuerza devoradora, desproporcionada a mi ser, y que en todo caso también representa para él un clima tan duro como puedo ser para el suyo. No está en su naturaleza pensar en esto, y se lo digo con pocas esperanzas de que lo recuerde. Pero es verdad. Así como soy demasiado "frío" para usted, también esa nieve de la que estoy formado no tolera esas altas temperaturas que usted representa. Siempre la percibo inquieta, sin reposo, sin confianza sobre todo. Siempre la siento al acecho de una falta, de una flaqueza, sin tener en cuenta aquello que responde a sus deseos, y exaltando caprichosamente aquello que los frustra. Su insatisfacción es esencial en usted, constitucional, una suerte de cáncer incurable. Quizás eso sea natural en una persona colmada de todos los dones y poseedora además de las cualidades que permiten utilizarlos mejor. [...]
Nunca es totalmente agradable sentirse transportado en un torbellino (lo digo por mí, sé bien que hay personas a quienes eso les complace... No me refiero a usted, que es el torbellino). Queda por saber (esto es lo más importante)si aquello que le atrae en mí, no es precisamente algo que implica una resistencia a los torbellinos, como sé que aquello que me atrae en usted es algo que yo le haría perder, y que por consecuencia, perdería yo mismo si la deseara de una manera diferente de la cual es, por la misma razón de que su naturaleza salvaje me hace sentir incómodo.
R.
Carta 39. Sábado 2h. [¿27?/5/39]
[...] No sé adónde voy . No tengo deseos de hablar. Pero es necesario que no me quede.
Cuando pienso que usted está enfermo, que tiene molestias y que duerme mal, me siento atormentada por los remordimientos . Pero cuando pienso en eso que llamo sin razón o con ella sus "rebuscamientos", y que posar para una pintora de tercera categoría constituye para usted "el reposo del guerrero" -esto no sería nada, pues es un detalle que sólo tiene importancia si se analiza lo que revela- (del guerrero del Collége de Sociologie) y que etc., etc. (en el etcétera está en primer término el dentista), pierdo mi ternura y mi sangre fría.
Usted no puede comprender nada de este ritmo oscilante y cree que forma parte de mi naturaleza y no de las circunstancias de su carácter (o caparazón o concha). Usted interpreta esas oscilaciones como una incapacidad congénita para dormir o estar tranquila (lo que es falso, pregúntele si no a aquellos que me conocen bien).
Sí, en mí hay un vaivén entre la cólera y el enternecimiento, el deseo de su salud física y el desprecio de su paz moral (por más que pueda contribuir a ello), las ganas de mandarlo a pasear (pero al otro mundo, no al otro continente) [ sic ] después de haberlo previamente reducido a picadillo, y el deseo de hablar con usted, de callar con usted, de velar con usted, de dormir con usted.
Sí, soy violenta. Pero le juro que he procurado controlarme y que he hecho progresos notables en este terreno. La dulzura me desarma más que cualquier otra cosa. Me hace sentir avergonzada, creo habérselo dicho (pues considero la violencia como una forma de debilidad y me avergüenzo de ella).
Roger, esto es peor que cuatro abcesos... hace sufrir más. Llevo lejos de usted a esta bestia feroz. Jamás llegará a domesticarla pero podrá amansarla (hay un matiz) si cree que ella vale la pena.
V.
Carta 48. [Parcialmente conservada, sin fecha]
...en la muerte en los ojos. O sólo se puede morir así cuando se tiene una alegría. No se puede morir así más que por amor de una verdad o de un ser que es la verdad para nosotros. Las razones que nos pueden volver cobardes ante la vida a veces pueden volvernos cobardes ante la muerte. Incluso diría que son siempre las mismas. Yque aprender a sobrellevar bien la vida -quiero decir con un coraje de cierta calidad, con un coraje que rechaza la fuga como solución-, ya es aprender a morir -y quizá la única manera. Ahí está, entre otras cosas, lo que yo me decía objetivamente.
¿Subjetivamente?
Cuando usted habló de lo que significaban los lazos del corazón entre las personas, me di cuenta de que ni por un instante he experimentado esa emoción particular que habría experimentado si hubiera creído que entraba en aquello que le interesa, en la experiencia que usted puede tener de los lazos de esta especie. Lo escuché como si nada de eso me importara. Sólo cuando pasó el momento -el momento de pronunciar algunas palabras- y cuando pasó exactamente como habría podido pasar la primera vez en que asistí a las sesiones de ese género en el Collége de Sociologie -casi sin conocerlo- tuve miedo, me sentí vencida. Usted consiguió, Caillois, endurecerme a su imagen y semejanza. Logró crear en mí esa forma de muerte. Pero de una muerte que es todo , excepto don y alegría. De una muerte que es simplemente una falta de fe en los sentimientos que le inspiro y una falta de fe en la necesidad, en usted, de sentimientos que ha comenzado a inspirar... y que ha combatido tan eficazmente.
He sufrido a menudo. Pero nunca había conocido antes esa cosa atroz: la aridez . Usted me volvió árida. Estoy delante de mí misma como ante una desconocida. ¡Collége de Sociologie! ¡Lazos del corazón! ¿De qué, de qué habla usted? ¿Qué es lo que puede dar , que pretende dar , cuando usted no está ni siquiera en condiciones de recibir ? ¿Qué tierras serían susceptibles de ser fecundadas por su sistema? Diga entonces que a usted le importan un bledo las tierras y su fecundidad y que el sistema le interesa como un juego de ajedrez. ¡Un juego de ajedrez en verdad! Me siento tan horriblemente despojada de mí misma -pero en el mal sentido del despojo- que me parece que jamás he tenido nada, es decir, no he dado nada. Y mi pobreza, es todo lo que usted no ha sabido, no ha deseado o podido tomar de mí y que se me viene encima como una avalancha. Todo eso que se ha transformado en nieve.
¡Lazos del corazón verdaderos! ¿Por qué, cómo se atreve a hablar de estas cosas? Ni lazos, ni corazón.
El goce de matar, ahí está su alegría. [...]
V.
1941
Carta 2. Villa Ocampo, San Isidro, [sin fecha]
Roger,
Espero que no digas seriamente que soy yo quien desea hacerte partir (bien sé que no tengo ningún lugar en tu deseo de quedarte). Sabes perfectamente que estoy siempre dispuesta a hacer todo lo que esté en mi poder para organizar las cosas que te interesan de la mejor manera posible.
Incluso estoy dispuesta a hacer todo lo que sea necesario por esa mujer (ya que me desagradaría por encima de todo y me disgustaría que te condujeses mal con Mlle. Billod, pero hay que entenderse sobre la manera como deseas comportarte).
¿Por qué no telefoneas a Montpellier esta mañana?
No dejes avanzar las cosas. No has hecho más que pasarte de la raya. Y hace falta saber lo que se desea en la vida si no quieres estar perdido.
Si deseas hacer venir a esa persona, te daré un apartamento para que vivas con ella.
V.
Carta 4 . Jueves [ 6/3/41]
[...] Al alejarme de ti, ayer en el tren tuve un poco la impresión de alejarme de mí mismo. Por eso te dije que no me abandonaras. Me das mucho constantemente, no mediante ideas -aquello que se llama influencia-, sino formándome para más adelante, para un trabajo que implica la actitud misma que un ser adopta frente a la vida. Naturalmente, no puede tratarse más que de cambios muy lentos, pero ya puedo apreciar la diferencia. Quisiera aproximarme algo más a ti, tener una mayor comunión de la que hemos tenido. Sé bien que soy egoísta, y que no aporto el equivalente de lo que tú me das. Sin embargo, hay cosas que se desarrollan y sobre todo que no se aclaran más que en el diálogo. A veces imagino que nadie te oye hablar como yo, cuando piensas que te escucho.
Es posible que viviendo menos juntos, nos aproximemos. Así debería ser -pues en principio, se suprimirán muchos motivos de irritación.
Aun así, tengo miedo de la separación material, y eso me angustia. No debes abandonarme; ¿sabes quién te reemplazaría para instruirme? Perdóname si te pongo triste.
R.
Carta 5 . Villa Victoria, Mar del Plata. Lunes [¿10/3/41?]
Quiero responder de inmediato a lo que has dicho sobre las consecuencias que pueden tener para ti los acontecimientos de Europa y tu nuevo género de vida.
Si esas consecuencias llegan a hacerte perder el deseo de escribir, es porque consientes en traicionarte a ti mismo y traicionar la esperanza que he puesto en ti (¡esperanza desinteresada si lo fue!).
Perder las ilusiones no es despojarse ni empobrecerse. Jamás me lamenté de haber perdido las ilusiones, me lamenté de haber tardado en perderlas.
La realidad, por más dura que sea, tiene una belleza que las ilusiones no poseen. Nunca he sido muy aficionada a los espejismos.
Por el momento crees que no tienes más ambiciones; sabe que yo las tengo para ti. Es verdad que éstas no son ambiciones. Es mucho más que eso. No deseo que tengas éxito en la vida, sino que te realices. Aquello que los ingleses llaman self realisation .
Y volvamos a tu nuevo género de vida. Será lo que quieras que sea. No comiences desde ahora a olvidarlo. Los acontecimientos de nuestra vida, como la vestimenta que llevamos, toman la forma de nuestro carácter y de nuestro cuerpo.
¿Sabes cómo nos castigan los dioses, a veces? Atendiendo a nuestros ruegos, ya que nuestras plegarias se nos parecen. Pero los dioses son bastante generosos para no tomarnos siempre la palabra.[...]
V.
Carta 8 . Martes [¿19/3/41?]
[...] Crees que me importas poco (como dices)cuando justamente pienso en ti, pero me cuesta expresarlo, o manifestarlo. Sé que hay muchas razones por las cuales me recibes mal cuando temo ser mal acogido... Sin duda, debería superar esto. Y lo supero ahora que sé que crees simplemente que, estando lejos de ti, tu recuerdo se aleja de igual manera. En realidad, siempre he sufrido por no poder decirte lo que representas para mí, esa especie de ejemplo, de testigo, de poder también (esta última cosa no facilita las cosas para decir el resto). Me parecía ridículo decirte que creo en ti, quiero decir en aquello que tienes y defiendes instintivamente y que a mí me falta; solamente puedo prestarle la armadura y la espada necesarias para combatir, aquello que aportan la lógica y el rigor.
Si aquí pienso en ti, no es tanto por vivir en estas habitaciones que me proporcionas y has hecho decorar; en otra parte también pensaré en ti pues ahora pienso en ti un poco como el ciego en su bastón. Y éstas no son las jornadas más duras: estoy demasiado ocupado con treinta y seis tareas, irritantes sin duda, pero absorbentes al principio.
Más adelante, me harás más falta: imaginaba que entonces estarías aquí. Pero me dices que vas a partir.
Me quedaré sin nadie: pues, al menos, no puedes ignorar que sólo me entiendo bien contigo (y tú también conmigo), y que sólo comparto mis pensamientos contigo. (A pesar de todo, es lo mejor que tengo). [...]
Me caso el 29 a las nueve y media de la mañana, con Bianco y W. R. como testigos. Leí las cartas de mi madre escritas día a día con motivo de su fuga con los refugiados. [...]
El apartamento ha quedado muy bien: gracias. Me hace bien pensar que te ocupas así de mí. Pero tengo miedo de que lo hagas como despedida. Sin embargo, sabes bien que no son esas cosas materiales las que quiero de ti, sino aquellas que sólo tú puedes darme. [...]
R.
Carta 19. Villa Victoria, Mar del Plata, 30 de marzo
Ten en cuenta que nada te compromete a nada conmigo y que puedes salir de esta tienda sin haber comprado una miserable caja de fósforos. La idea de que puedas creerte obligado a esto o aquello conmigo me resulta simplemente intolerable.
No acepto más que dones, pues yo misma no hago más que dones.
No sé comprar, ni pagar. Es por eso que no puedo ser comprada, ni pagada.
No te devanes los sesos para encontrar algo que decirme. No busques una moneda de palabras. Nada que no sientas el placer o la necesidad de dar podría regocijarme [ sic ]
[...] Toda mi vida ha sido de una rebosante imprudencia (en aquello que concierne a mis relaciones con los seres humanos).
Creo que he conjurado la mala suerte exponiéndome a esos golpes. No he bajado los ojos -y esto no siempre ha sido sin dificultad-, he sostenido la mirada o he tratado de sostenerla aun cuando no tuviera más saliva que tragar.
¿Crees que es por valentía natural? (Ninguna persona que reflexione y cuya sensibilidad sea grande ignora el temor ni el pánico). No. Creo que era porque no había (otra) alternativa. Porque había descubierto que era aún más fácil así que de otra manera. Porque estaba convencida de ello. Yo también tengo miedo de todo si concedo apenas un poco.
Le he enviado unas líneas a Y. [N.R.: Yvette, la flamante esposa de Caillois] porque no tenía la intención de hacerle esperar una respuesta. He guardado la carta que te había leído y tal vez se la enviaré un día. ¿Te has casado ayer, no es así?
[...]
Nunca me habías dicho que estabas maravillado de habitar en mi corazón. Te lo agradezco. (Me lo has dicho a propósito del departamento, lo que demuestra que puedes decirlo cuando lo sientes; y estoy contenta de que el apartamento te agrade y que me lo digas). Te agradezco entonces que no lo hayas dicho. Estabas demasiado absorbido por la preocupación de depositar las migas para no perder tu camino. ¡Pulgarcito! Pero mi corazón no es una prisión. Jamás has tocado sus límites. Has tocado los de mi carácter y MI NATURALEZA. Mi carácter y mi naturaleza que tu mano ciega a menudo tomó por mi corazón, porque mi corazón latía por debajo, como late bajo mi tórax sin ser mi tórax... pero ligado a él (¿es el tórax, o el esternón, o las costillas?).
Adiós, Roger. Buena suerte.
V.
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