Coronavirus y tecnodiversidad: preguntas que desvelan al filósofo chino Yuk Hui, a un año de la pandemia
El desafío de mirar hacia adelante hace destacar miradas agudas como las del autor de “Fragmentar el futuro”, uno de los libros de no ficción 2020
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Yuk Hui tiene una perspectiva única. Principalmente por sus ideas, su particular concepción de la filosofía y de la tecnología: viene de la informática, desarrolló un cuerpo analítico que atraviesa el arte y la ontología. Pero también por su formación y su punto de vista, que cruza Hong Kong (donde está radicado y desde donde conversó vía Zoom con LA NACION) con prestigiosas universidades europeas y publicaciones en diferentes países. Cuando la pandemia cumple un año y los efectos del virus llegado desde China aún desvelan a buena parte de la humanidad, el desafío de mirar el futuro hace destacar perspectivas agudas y desafiantes como las suyas.
Un planteo: la filosofía entendida de manera Occidental, como una continuidad greco-europea, si no llegó a su fin, está en su límite. El filósofo se anima a proponer un nuevo campo de reflexión. Y el punto de partida es asumir una planetarización tecnológica simultánea o coincidente con una tecnologización planetaria. Desde allí, Yuk Hui se opone tanto a una visión naif de la llamada globalización como a los intentos reaccionarios de mera preservación o nacionalistas.
–Uno de los artículos de su libro Fragmentar el futuro (Caja Negra, 2020) relacionado con el coronavirus se refiere al siglo entero que nos separa de la gripe española, entre 1918 y 2019. ¿Volvimos a encontrar soluciones nacionales –de fronteras, de leyes, de restricción, de reparto de vacunas– para este tipo de problemas, con una idea de la inmunidad de los países?
FUTURO. “El coronavirus –y quizás algunas catástrofes anteriores como Fukushima–, todo este tipo de accidentes van a continuar en un futuro cercano”
–Como saben, esto comenzó en China y luego se hizo mundial, y vimos que cada uno de los países quiso cerrar fronteras de inmediato: la más intuitiva de las reacciones, que cada país –o digamos un Estado-nación– es como una célula, una célula biológica. Entonces hay que poner fronteras, hay que hacer una distinción entre el Yo y el Otro. E inevitablemente hay una especie de racismo, de discriminación. Esto fue muy visible al principio del brote: si pareces asiático, probablemente sospechen de vos. Es la forma más intuitiva de pensar la inmunología/inmunidad. La gente también repite que esta es la venganza de la naturaleza, pero sabemos que el coronavirus es algo artificial, que fue elaborado: es el resultado de todo el proceso de industrialización, modernización, que ya no sigue el ritmo de años atrás. Así que hoy vemos la explotación de la naturaleza por un ser humano que quería conseguir todo lo que pudiera alcanzar, a costa de movilizar todos los recursos. Para mí, el coronavirus –y quizás algunas catástrofes anteriores como Fukushima–, todo este tipo de accidentes, van a continuar en un futuro cercano. Entonces, ¿qué vamos a hacer? ¿Vamos a quedarnos así? ¿Vamos a utilizar la misma forma de inmunología/inmunidad? ¿Cada nación podría considerarse a sí misma como una célula? Tal vez esto continúe porque nadie va a gestionar el cambio. Prefiero pensar en el coronavirus como un promotor, como una posibilidad de abrir una nueva época. Había un orden y un desorden compartido por diferentes intereses (nacionales, políticos, económicos) y esto nos lleva a una situación muy difícil a la hora de pensar en nuevas configuraciones. Finalmente es que todo el mundo quiere retomar su rutina, recuperar nuestras economías; seguro que es una agenda importante en la Argentina.
CONVIVENCIA. “Si cambia la tecnología, también cambia el pensamiento. Y cambia la coexistencia de la relación entre humanos y no humanos”
–Me gustaría retomar esos focos: la relación entre un yo y el otro, la respuesta intuitiva desde los Estados-nación y el frente científico, los desafíos que esta pandemia le plantea a la ciencia pero también a la filosofía.
–Estamos hablando del yo y del otro y esta idea de la inmunidad/inmunología, que es muy intuitiva. Deberíamos ser capaces de pensar en otro tipo de frente de inmunología/inmunidad. Lo mismo con el Estado: no creo que toda respuesta deba pasar por él, porque la base de los Estados-nación es la idea de unidad. Dejemos que la comunidad científica pueda crear algún tipo de red para compartir información, para trabajar juntos. Otra red de contactos, que no se trata de ONG como las conocemos desde finales del siglo pasado. Estoy hablando de algún tipo de solidaridad, tal vez nuevas formas de intercambio de conocimientos. Es lo que llamo “diplomacia epistemológica”, no la diplomacia existente entre ministros de Relaciones Exteriores. Esto me parece muy importante para el futuro.
–Desde su análisis vinculado a la tecnodiversidad, ¿percibe que la mirada hacia y desde China es diferente?
–En China hubo medidas estrictas en relación al virus. Por un lado hay una intervención del Estado realmente fuerte; por otro lado hay algo significativo, pero que fue muy ignorado: el rol de la familia y el tipo de orden que se establece desde allí. No solo en China, por ejemplo en Japón o en Corea, la generación joven tiene más consideración por la generación mayor. Así que todo el mundo tiene que comportarse de manera adecuada: si yo me voy de fiesta, no voy luego a lo de mis mayores. En toda Asia existe aún una especie de orden u obligación moral que proviene en gran medida de la familia.
–¿Pueden enmarcarse esos comportamientos colectivos o reacciones ante fenómenos como el virus en su idea de la tecnodiversidad?
–Creo que podemos hablar de diferentes diversidades. La primera es la biodiversidad, que depende del medioambiente: diferentes especies necesitan alimentos y estos nos son proporcionados por el medioambiente determinado por el clima. Por ejemplo, las lluvias y el sol, pero también la relación entre humanos y no humanos. Porque el ser humano también es parte de la biodiversidad, es una de las especies y tiene una interacción intensa con los animales y otros seres vivos. El coronavirus, me parece, muestra una especie de desequilibrio. Es un tipo de problema de convivencia entre el ser humano y los seres no humanos. Se dice que el virus proviene del murciélago, no sé si esto es realmente así, pero supongamos que lo es. Y si es realmente del murciélago, esto significa que un problema entre humanos y no humanos hizo mutar al virus y desplegarse rápidamente. También tenemos una noodiversidad, es decir, la exteriorización del pensamiento, del lenguaje, del habla por ejemplo, la escritura, la pintura, el teatro. Y la biodiversidad y la noodiversidad dependen de la tecnodiversidad, porque es en ella donde ambos se exteriorizan en un medio. Entonces, si cambia la tecnología, también cambia el pensamiento. Y cambia la coexistencia de la relación entre humanos y no humanos.
–Profundicemos en la tecnodiversidad, central en su pensamiento.
–La cuestión de la tecnodiversidad está muy subestimada. Creo que en el pasado tendimos a pensar que la tecnología era neutral, sin duda porque es un objeto racional y objetivo. Eso es precisamente lo que quería cuestionar porque creo que la llegada de lo que llamamos tecnología moderna posibilitó diferentes formas de expresión. Esto permite diferentes formas de estética. Y también configuró relaciones de diferencia entre un humano con otros humanos. Esto ha sido ignorado por muchos antropólogos porque aunque varios están interesados en la naturaleza, no muchos lo están en la tecnología. La pregunta central de mi pensamiento es si ha habido una tecnodiversidad y si este tipo de diversidad todavía existe como una sombra de la tecnología moderna, ¿de qué manera podemos imaginar un nuevo tipo de tecnodiversidad en el futuro?
MORAL. “En toda Asia los jóvenes tienen más consideración por los mayores. Existe aún una especie de orden u obligación moral que proviene en gran medida de la familia”
–¿Los debates sobre la tecnología aplicada, sobre la inteligencia artificial o su alcance, tienen impacto sobre esa mirada desde la tecnodiversidad?
–Creo que es una pregunta muy intrigante y algo en lo que tenemos que pensar más en el futuro. Toda idea de inteligencia es siempre artificial en el sentido de que decimos que las mentes o la inteligencia dependen de aparatos técnicos, objetos, dispositivos. Mi inteligencia funciona ahora porque recuperé mi computadora (no puedo organizarme sin ella y fue una catástrofe cuando dejé caer un poco de té sobre ella y se apagó). Mucha gente se ha preguntado si la máquina podría tener mente. Creo que es un malentendido.
–¿Entonces?
–Cuando hablamos de que la inteligencia depende del uso de un aparato es difícil imaginar una computadora sentada allí y que pueda desarrollar algún tipo de inteligencia. Y creo que es uno de los grandes problemas que tenemos hoy. La cuestión no es preguntarse si las máquinas tienen mente o si pueden ser más inteligentes. La pregunta clave es cómo podemos crear una especie de inteligencia en esas máquinas que nos permita volver a desarrollar la convivencia con ellas, y con los animales, con las plantas y con otros humanos. Por lo tanto, la convivencia debe estar en el centro de la cuestión de la inteligencia. Para mí, el problema es que no entendemos bien qué es la inteligencia, que existe una dependencia mutua entre humanos y no humanos. Entonces, si queremos crear una inteligencia artificial, no es para crear un ser que será el más inteligente del mundo, sino para crear una inteligencia colectiva. Eso nos permite pensar en la convivencia para pensar en la construcción de comunidad. Y eso también nos dará una economía diferente.
Fragmentar el futuro, de lo mejor de 2020
El año pasado, editorial Caja Negra publicó Fragmentar el futuro, ensayos sobre la tecnodiversidad, que contiene, entre otros artículos de Yuk Hui, un texto vinculado con la primera etapa de difusión del coronavirus desde Wuhan al resto del mundo en el que se cruzan Derrida, el rol de la ONU y los abordajes del control de la información de China y los Estados Unidos. El libro reúne algunos de sus escritos más destacados, en los que desarrolla conceptos vinculados con la tecnología, la Ilustración, la inteligencia artificial, la recursividad o la cosmoténica, su propuesta para abandonar la tecnología como universal antropológico. Si ese es el eje sobre el que trabaja desde que publicó su fundamental ensayo sobre la tecnología en China (2016), en Twitter da cuenta de otra obsesión: la existencia de los objetos digitales (su perfil es @digital_objects).
¿Quién es el autor?
Nacido en China, Yuk Hui estudió ingeniería informática y filosofía en la Universidad de Hong Kong y en Goldsmiths College en Londres. Fue investigador en el Centro Pompidou en París y científico visitante en los Laboratorios Deutsche Telekom en Berlín. Fragmentar el futuro. Ensayos sobre la tecnodiversidad es su primer libro traducido al castellano.
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