Cormac McCarthy: murió el gran novelista de la América oscura y marginal
De su prolífica obra se destacan “Todos los hermosos caballos”, “La carretera” y “No es país para viejos”, que exploran el sombrío mundo de la violencia; el crítico Harold Bloom lo calificó como uno de los mayores novelistas norteamericanos de su época
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Nueva York.- Corman McCarthy, el formidable y ermitaño escritor de los Apalaches y el Sudoeste norteamericano cuyas primeras novelas sobre personajes marginales y grotescos prepararon el camino para el esplendor taciturno de Todos los hermosos caballos, murió este martes en su hogar de Santa Fe, Nueva México. Tenía 89 años. En un comunicado, la editorial Knopf dijo que su hijo John había confirmado el deceso.
Las ficciones de McCarthy daban una oscura visión de la naturaleza humana y por lo general eran bastante macabras: sus novelas suelen abundar en decapitaciones, incendios intencionales, violaciones, incesto, necrofilia y canibalismo. “No hay vida sin derramamiento de sangre”, le dijo el escritor en 1992 a la revista del New York Times, en una de las pocas entrevistas que concedía. “En mi opinión, la idea de que de alguna manera nuestra especia puede mejorar y que todos podríamos vivir en harmonía es realmente muy peligrosa”.
Sus personajes eran outsiders, como él mismo. Vivía en silencio y definitivamente fuera de la corriente central de la literatura. Aunque no tan ermitaño como Thomas Pynchon, McCarthy no participaba de lecturas ni escribía solapas para los libros de escritores. Nunca se dedicó al periodismo no enseño escritura. Y en toda su vida concedió apenas un puñado de entrevistas.
Pero la corriente central de la literatura tarde o temprano lo alcanzó. Todos los hermosos caballos, un reflexivo western que va a contrapelo de sus anteriores novelas, ganó en National Book Award de 1992, y La carretera ganó el Pulitzer 2007. Ambas novelas fueron llevadas al cine, al igual que su No es país para viejos, que ganó el Oscar a la mejor película en 2008, que en Hispanoamérica llevó el título de Sin lugar para los débiles.
La película, dirigida por los hermanos Joel y Ethan Cohen, le ofreció al mundo la indeleble imagen de Javier Bardem encarnando al nihilista Anton Chigurh, un asesino a sueldo que despacha a sus víctimas con una pistola neumática para el sacrificio de ganado.
En los últimos años, el nombre de McCarthy circuló como potencial aspirante al Premio Nobel de Literatura. El crítico Harold Bloom lo calificó como uno de los cuatro mayores novelistas norteamericanos de su época, y dijo que Meridiano sangriento, una especie de western pesadillesco de 1985, era “el mejor libro individual desde Mientras agonizo, de William Faulkner.
Saul Bellow destacó “su uso absolutamente apabullante del lenguaje, sus frases que dan vida y dan muerte.”
En su artículo de 2005 en la revista The New Yorker, James Wood elogió a McCarthy como “un escritor colosalmente talentoso” y “uno de los grandes bromistas de la prosa norteamericana, que goza produciendo una retórica histriónica que funciona como un ventrílocuo brillante de la Biblia del Rey Jaime, de las tragedias shakesperianas y jacobeas, de Melvilla, de Conrad y de Faulkner.”
Pero Wood acusaba a McCarthy de escribir frases que a veces “viraban al sinsentido”, de “parecer disfrutar con la violencia que con tanta fruición detalla”, y de ser hostil con la actividad intelectual.
El lenguaje y el tono de las novelas de McCarthy cambió marcadamente a lo largo de las décadas. Entre los académicos y la legión de lectores obsesivos de McCarthy, el interrogante central sobre su obra es siempre el mismo: ¿Qué es mejor? ¿El primer McCarthy o el último?
Sus cuatro primeras novelas —El guardián del vergel (1965), La oscuridad exterior (1968), Hijo de Dios (1973) y Suttree (1979)— son fábulas negras ambientadas en los Apalaches del Sur, relatadas en una prosa enrevesada que mucho le deben a William Faulkner. De hecho, el editor de sus primeros cinco libros, Albert Erskine, de Random House, había sido el último editor de Faulkner.
Esas primeras novelas llegan a ser carnavalescas en su humor. En Suttree, por ejemplo, un personaje mantiene relaciones carnales con todo el campo de sandías de un granjero. El granjero lo denuncia por “bestialismo”, pero el hombre se queja: “Mi abogado les dijo que una sandía no es ninguna bestia”.
El segundo periodo de McCarthy arranca en serio con Todos los hermosos caballos, el primer volumen de su Trilogía de la Frontera, que también incluye En la frontera (1994) y Ciudades de la llanura (1998). Esas novelas exhiben su poderosa e intuitiva percepción del paisaje norteamericano. Su prosa ahora era rica pero austera, casi sin puntuación, y le debía más a Hemingway que a Faulkner. Y la locación de sus ficciones se había trasladado el desértico Sudoeste norteamericano.
El carácter elegíaco de Todos los hermosos caballos, con sus cowboys con problemas existenciales, sorprendieron a sus admiradores. Uno de los amigos de McCarthy, la novelista Leslie Garrett, habría dicho sobre esa novela que “Cormac finalmente logró escribir un libro que no ofenderá a nadie.”
Todos los hermosos caballos concitó la atención del gran público y en 2000 fue llevada a la pantalla grande en una película interpretada por Matt Damon y Penelope Cruz con el título de Espíritu salvaje. No solo fue el primer best-seller de McCarthy, sino la primera que realmente se vendió: ninguno de sus libros anteriores había vendido más de 5000 ejemplares de tapa dura.
Primeros años
Charles McCarthy había nacido el 20 de julio de 1933 en Providencia, Rhode Island. Pocos años después la familia se mudó a Knoxville, Tennessee, donde su padre empezó a trabajar como abogado. Para los estándares de Knoxville, los McCarthy eran adinerados, con su enorme casa blanca y personal doméstico. Pero el joven Charles se sentía más atraído por el costado más sórdido de la ciudad. “Desde muy chico sentó que no me convertiría en un ciudadano respetable”, le dijo al Times Magazine. “Odié la escuela desde el primer día que puse un pie adentro.”
Entre 1951 y 1952, estudió ingeniería y física en la Universidad de Tennessee, y después sirvió cuatro años en la Fuerza Aérea, donde para matar el aburrimiento, dijo, “Leí muchos libros y a gran velocidad”. Volvió a la universidad entre 1957 y 1959, pero nunca se recibió, aunque fue allí que descubrió que tenía talento para el lenguaje. Así que se mudó a Chicago, donde trabajaba en un depósito de autopartes, y empezó a escribir su primera novela, El guardían del vergel, y al terminarla le envió el manuscrito a Random House, porque según dijo luego, “Era la única editorial de la que había oído hablar”.
McCarthy escribió muchos años desde la oscuridad y en medio de privaciones. Tras un primer matrimonio fallido con una compañera de universidad, en 1966 se casó por segunda vez, con la cantante pop británica Anne DeLisle. La pareja vivió casi ocho años en un galpón en las afueras de Knoxville.
“Vivíamos en la pobreza más absoluta”, recordaría luego DeLisle. “Nos teníamos que bañar en el lago. Y cuando lo llamaban de alguna universidad para ofrecerle 2000 dólares para dar una charla sobre sus libros, les respondía que todo lo que tenía para decir estaba en esas páginas. Y entonces comíamos lentejas todos los días durante semanas.”
Dos novelas y otro divorcio después, 1976, McCarthy se mudó a El Paso, Nuevo México. Y la locación de sus novelas también se mudó.
En 1981 obtuvo la beca MacArthur, y ese dinero le permitió encarar la escritura de Meridiano sangriento, que según muchos críticos es el mejor de sus libros, una especie de anti-western empapado en sangre sobre una banda de cazadores de cabezas y forajidos de Texas y México, uno de cuyos principales personajes es un juez albino loco, pelado y brillante de 2 metros de estatura que a muchos lectores les hizo pensar en el capitán Ahab de Melville.
Fue en 1992, antes del lanzamiento de Todos los hermosos caballos, que McCarthy aceptó conceder su primera verdadera entrevista, en este caso, a The Times Magazine.
En esa entrevista, nombra su lista de “buenos escritores” —Melville, Dostoievski, Faulkner—, una lista que omitía, como él mismo dijo, a los escritores que “no se ocupan del problema de la vida y de la muerte”. Sobre Proust y Henry James, comentó: “No los entiendo. Para mí, eso no es literatura. Hay un montón de escritores considerados buenos que para mi son extraños.”
(Traducción de Jaime Arrambide)
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