¡Contrate su propio paparazzo!
Todo el mundo aspira a ser famoso y, para ello, hombres y mujeres de todas las edades multiplican sus apariciones en Internet por medio de blogs, fotologs, Facebook, MySpace y YouTube. Ya no es necesario ningún mérito para ser célebre. Basta una foto
En Internet se pueden comprar los productos y servicios más triviales o insólitos: desde un libro o una tostadora hasta el cepillo de dientes de Britney Spears o un fósil de dinosaurio encontrado en el Polo Norte. Todo dudosamente auténtico. Pero en ese paraíso virtual también es posible adquirir, a precios más o menos módicos, una variedad de "experiencias extraordinarias". Sin ir más lejos, por ejemplo, la empresa MethodIzaz (http://methodizaz.com) ofrece la posibilidad de contratar un paparazzo para uso personal.
Además de acariciar la impagable sensación de ser famoso -porque el cliente no sabe exactamente cuándo será fotografiado ni conoce al profesional en cuestión-, la experiencia permite que luego uno se vea a sí mismo en las fotos como se supone que lo ven los demás en su vida cotidiana. "Sin poses ni artificios, -explican los paparazzi de alquiler- la cámara captura la belleza natural de cada persona."
¿Tentador? Así parece. La idea es que cualquiera pueda sentirse una estrella mediante esa sencilla artimaña, aunque más no sea durante un solo y grandioso día. ¿Por qué no permitirse, entonces, jugar a ser una de esas figuras que irradian su encanto en las revistas de celebridades? Las mismas que no sólo hechizan a los espectadores en las pantallas del cine sino que también suelen aparecer en los programas de chimentos de la televisión, ya sea haciendo compras detrás de un enorme par de anteojos negros o caminando por la calle sin maquillaje ni atuendos al tono.
Si usted es uno de esos desafortunados que no suelen despertar el menor interés de los fotógrafos, de modo que sus rutinas diarias raramente son documentadas con lentes de aumento y jamás aparece en las pantallas globales de frente o perfil, ¡a no desesperar! No todo está perdido. Para poner fin a semejante drama, ahora basta hacer clic y listo: ¡cómprese un paparazzo a medida! Aunque después los medios no se desvivan por mostrar esas imágenes que inmortalizaron su paseo por el supermercado o captaron sus gestos mientras tomaba un café en el bar de la esquina, siempre será posible recurrir a la inmensa vidriera global de Internet para mostrarse a gusto y que a uno lo vean como corresponde. Las opciones son innumerables y no cesan de multiplicarse: blogs, fotologs, MySpace, Youtube y un largo etcétera. Gracias a la red mundial de computadoras, por fin, parece que el acceso a la fama se ha democratizado.
Cuesta pensar que hace poco más de una década casi nadie sabía qué bicho raro era Internet, y los paparazzi no tenían tanto trabajo como hoy en día. Por cierto, esa curiosa especie de aves voraces nació hace casi medio siglo y con bastante glamour : el encargado de prestarles su nombre fue nada menos que un personaje de La dolce vita . Paparazzo era el fotógrafo que acompañaba al periodista de frivolidades encarnado por Marcello Mastroianni en esa película de 1960, y su nombre servía para comparar el clásico tumulto de empujones y flashes con el alboroto de pajarracos hambrientos ante una posible presa. Hoy los paparazzi se reproducen como moscardones dispuestos a arrebatar (y vender) cualquier fragmento de vida "celebrizable" en technicolor.
Además, a medida que las cámaras digitales se incrustan hasta en los teléfonos celulares y se convierten en un accesorio infaltable en la cartera de las damas o el bolsillo de los caballeros, todos nos hemos convertido en versiones caseras de aquel ilustre ancestro felliniano: siempre listos para disparar el gatillo sobre algún famoso que haya tenido el azar de cruzarse en nuestro camino. Y, quién sabe, tal vez también soñando con la gloria de algún día poder estar del otro lado: allí, en la codiciada mira de los reflectores.
A pesar de la novedad del fenómeno, algo de todo esto ya flotaba en el aire un par de décadas atrás. Eso sugiere, al menos, uno de los relatos de Trilogía de Nueva York , de Paul Auster, la colección de tres novelas publicadas por primera vez en conjunto en 1987, en el que un personaje contrataba a un detective para que siguiera sus propios pasos y lo observase desde un departamento vecino. "¿...l sabe que usted lo vigila, o no lo sabe?", preguntaba en cierto momento uno de los protagonistas. "Por supuesto que lo sabe", respondía el otro. "Tiene que saberlo, pues de lo contrario nada tendría sentido. Porque me necesita." Esa inquietante conclusión quizás arroje alguna luz sobre estas extrañas costumbres que hoy fermentan por todas partes: "necesita que mis ojos lo miren, me necesita para demostrar que sigue vivo".
Hace poco más de diez años, las maravillas interactivas de la Red empezaban a ganar adeptos en todo el mundo y los detectives ya se habían transformado en un recurso claramente obsoleto. Otras tecnologías aparecieron con el fin de lograr idéntico propósito: ser observado para confirmar que uno está vivo. Eso parece constatar, al menos, un caso que pasó a la historia: JenniCam, el sitio montado en 1997 por una chica de veinte años. La joven causó cierto impacto cuando decidió instalar varias cámaras de video en los diversos ambientes de su casa, apuntando hacia todos los rincones, para que sus lentes transmitiesen por Internet todo lo que ocurría entre las paredes de su hogar.
Cualquiera podía espiar su habitación, su cocina, su living e incluso su baño, en cualquier momento del día o de la noche sin ser notado; la muchacha sonreía y juraba que todos los ojos del mundo eran muy bienvenidos. Las cámaras pasaron varios años conectadas y la vida en ese dulce hogar parecía transcurrir como si las lentes no existieran. "Simplemente, me gusta sentirme observada", explicaba esta pionera, cuando la decisión de exhibir la propia intimidad todavía era una extravagancia que requería explicaciones. Ahora son millones los sitios de ese tipo que proliferan en la Web y también son incontables los curiosos atraídos por esos espectáculos de la vida privada.
No parece haber aquí ningún temor a la tan mentada "invasión de la privacidad", sino más bien algo casi opuesto. Todo aquello que antes concernía a la pudorosa intimidad personal se ha evadido del antiguo espacio privado, desbordando sus límites para invadir aquella esfera que antes se consideraba pública. Esta nueva legión de exhibicionistas satisface otra voluntad general del público contemporáneo: las ganas de espiar y consumir vidas ajenas.
Por todos esos motivos, los muros que solían proteger la privacidad individual se están resquebrajando. Su capacidad de ocultar la intimidad a los entrometidos ojos ajenos ya no parece tan valiosa. Ahora esas paredes se dejan infiltrar por miradas técnicamente mediadas -o mediatizadas- que flexibilizan y ensanchan los límites de lo que se puede decir y mostrar. Desde las webcams hasta los paparazzi , desde los blogs y fotologs hasta YouTube y MySpace, desde las cámaras de vigilancia hasta los reality shows y talk shows , la vieja intimidad se ha transformado en otra cosa. Y ahora está a la vista de todos. O, por lo menos, eso es lo que logran los famosos, aquellos afortunados. Aunque no deja de ser verdad que ahora "cualquiera" puede ser famoso, si se tiene en cuenta el flujo incesante de celebridades que nacen y mueren sin haber hecho nada extraordinario, sino por tan solo haber conquistado alguna vitrina.
Son las lentes de la cámara y los reflectores los que crean y dan consistencia a lo real, por más anodino que sea el referente hacia el cual apuntan los flashes . La parafernalia técnica de la visibilidad es capaz de concederle su aura a cualquier cosa (o a cualquiera) y, en ese gesto, de algún modo lo realizan: le dan existencia, confirman que está vivo.
Quizás sea por eso que las palabras "famoso" y "famosa", que solían ser adjetivos calificativos y por lo tanto debían acompañar a un digno sustantivo que los justificase (un artista famoso, una actriz famosa, un famoso político, etc.), hoy se han transformado en sustantivos autojustificables: un famoso, una famosa, un grupo de famosos. En nuestra "sociedad del espectáculo", la celebridad se autolegitima. ¿Por qué los famosos son famosos? La única respuesta posible para buena parte de los casos es que los famosos son famosos porque son famosos.
Además, todas esas siluetas fulgurantes que lograron pasar del otro lado del vidrio suelen exaltarse en sus papeles de "cualquiera". Al fin y al cabo, ésa es la principal misión de los paparazzi : gracias a su trabajo, famosos y famosas de las cepas más diversas son ovacionados por ser "comunes". Para lograrlo, sin embargo, deben acicalar su intimidad con el fin de exhibirla bajo la luz de la visibilidad más resplandeciente.
No debería sorprender, por lo tanto, que todos nos veamos impelidos a estetizarnos constantemente, como si estuviéramos siempre en la mira de los paparazzi . Para que la vida gane consistencia e inclusive existencia, hay que estilizarla como si perteneciera al protagonista de una película. Por eso, para autoconstruirnos siguiendo esos modelos y pulir la propia imagen, una infinidad de herramientas están disponibles en el mercado. La meta consiste en adornar y recrear el yo como si fuera un personaje audiovisual. Y ya que invertimos tanto esfuerzo, tiempo y dinero en semejante tarea, ¿no sería una pena prescindir de un buen paparazzo capaz de documentar los resultados?
Aunque quizás cabría preguntar, también, con tono de aguafiestas: ¿y todo eso para qué? Para ser famosos, claro. Una respuesta límpida e irreprochable. Aquellos "quince minutos de fama" previstos por Andy Warhol en los lejanos años 60, como un derecho de cualquier mortal en la era mediática, expresaban una intuición visionaria pero todavía inmersa en un ambiente dominado por la televisión y los demás medios de comunicación unidireccionales. Algo similar se puede decir con respecto a la universalización del "derecho a ser filmado" que Walter Benjamin intuyó varias décadas antes, al intentar comprender el fenómeno cinematográfico.
Se puede concluir, entonces, que las redes informáticas y los medios interactivos tal vez estén cumpliendo esa promesa que ni la televisión ni el cine pudieron satisfacer. Y, quizá, de una manera tan radical que aquellos pensadores del siglo XX jamás podrían haber previsto. A consumar esos luminosos presagios nos invitan los paparazzi de alquiler, por ejemplo. O incluso YouTube, de forma más prosaica aunque tal vez más eficaz, cuando incita a mostrarse ante un público masivo con su eslogan Brodcast yourself! Un seductor convite al que todos los días responden cien millones de personas.
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