Contra la literatura blanda
Todos los que escribimos tenemos libros que arrastramos a través de los años, con los que soñamos (a veces son pesadillas), con los que creemos que le demostraremos al mundo, finalmente, de lo que somos capaces: nuestro pequeño aporte a la posteridad. Damos vueltas y nos negamos a entregarlos porque demorar la publicación implica no tanto la posibilidad de seguir corrigiendo (al fin y al cabo escribir es corregir) sino la de seguir viviendo en ellos, con ellos. Porque, una vez que un libro se publica, si bien nace para el lector, muere para el autor. Pierde su potencia, pasa a formar parte de un catálogo, se convierte en obra. Y nunca estará a la altura de lo que habíamos imaginado. Debe ser por eso que los escritores, en general, no vuelven a leer sus libros publicados. ¿Para qué?
Desde hace años coqueteo con una novela y un libro de relatos, desde hace otro tanto le doy vueltas a uno de ensayos. Tengo la tesis, tengo varias páginas escritas, tengo incluso el título: Contra la literatura blanda. Porque es un libro en contra de lo que se publica actualmente como literatura. Un libro en contra pero que pretende ser afirmativo. ¿Por dónde empezar? Por determinar un estado de situación: lo que llamo la fiesta de cumpleaños de la literatura argentina contemporánea. Y por definir qué es la literatura blanda, y cuál sería su reverso, si es que existe.
La literatura blanda no tiene que ver con el sexo o el género del autor. Tampoco con su filiación ideológica: hay literatura blanda de derecha y de izquierda. No tiene que ver con la pertenencia a una clase social. Ni siquiera con la formación intelectual del autor, ni con el talento que tenga para forjar un estilo. Está determinada, sí, por la forma en que un escritor se relaciona con el hecho literario. Uno de los grandes problemas de la literatura contemporánea es el apuro por publicar, la ansiedad de figuración. Otro la falta de imaginación. Otra la falta de ambición. Otro la ausencia de tensión, de justificación narrativa. ¿Está mal hablar de pathos?
Las novelas y cuentos subescritos son literatura blanda. Los textos ultraprocesados de taller literario son literatura blanda. Las ficciones que nacen de una ambición comercial son novelas blandas, destinadas al fracaso desde un comienzo. La literatura del yo es literatura blanda, condenada al olvido por su vocación narcisista. La ficción temática, las novelas que parecen surgir de un focus group, que reproducen la agenda de los medios y las redes sociales son literatura blanda.
No se trata de un problema exclusivo de autores jóvenes o nuevos. Los escritores consagrados son muchas veces los más propensos en caer en la tentación de la literatura blanda. Por muchas razones: la necesidad de complacer a sus lectores, el apuro por repetir un éxito, la búsqueda de rentabilidad económica que lleva a la repetición de fórmulas. Cuanto más tiene un autor para perder más chances hay de que escriba un libro blando. Lo que más se publica hoy son libros blandos.
La literatura blanda no permanece, no deja huella, no será recordada. ¿Pero cómo identificar esos libros desde una mirada del presente? Tal vez habría que encontrar primero su negativo: las ficciones concretas, perdurables. Hagamos, entonces, el razonamiento contrario. ¿Qué es lo contrario a un libro blando? Si ponemos a la literatura blanda frente a un espejo invertido, el reflejo nos devolverá un clásico. El ejemplo más acabado de una literatura perdurable son, entonces, los clásicos, aquellos libros que han atravesado el filtro del tiempo, los lectores y las modas, que han llegado hasta hoy por sus propias virtudes. Ya tenemos un punto de partida. Anoté una larga lista de libros exitosos que para mí son un ejemplo perfecto de literatura blanda. ¿A alguien le interesará leerla? Habrá, primero, que aprender a soltar.
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