Conservar lo variable es una proeza técnica
Nunca lo había visto personalmente, pero siempre fui un gran admirador de su obra. Este maestro de la luz se encontraba en Argentina para dar una serie de clases magistrales. Un amigo había sido privilegiado con el convite de conocerlo. Por alguna razón que desconozco me invito a acompañarlo.
El encuentro fue en un hotel del Microcentro. Storaro nos deleitó con una formidable reflexión sobre el fenómeno de la conservación: cómo hacer para que las imágenes concebidas de manera absoluta y con afán de eterna permanencia no sean devoradas con el impredecible paso del progreso, o se pierdan en los abismos que se abren ante cada revolución tecnológica.
Su discurso era casi apocalíptico. Cada imagen que creemos plasmar, con afán de eternidad, es una imagen que ha iniciado desde su misma concepción el camino a su degradación. Pero Storaro brindaba una esperanza. Un sistema que descompone cada color en su escala de grises, y lo que se conserva finalmente son las proporciones del blanco y del negro que se esconden en cada color.
Un mozo interrumpió con un chocolate caliente para el Maestro, y aproveché para preguntarle cuántas películas había escrito con su luz. Sesenta y cinco. Le pregunté si no había pasando más parte de su vida en la ficción que en la realidad. Su rostro cambió, sus pupilas se dilataron y toda la luz de Buenos Aires atravesó su retina. Murmuró el nombre de su mujer: Antonia. Sus ojos se humedecieron un instante, y seguimos hablando de luces y sombras. Pero yo dejé de escucharlo. Descubrí que quizá no sea tan grave perder un poco de azul o magenta de alguna película que filmé hace mas de una década. Y que el Maestro podía obsesionarse con la conservación de lo variable, porque ya había encontrado una formula para conservar la esencia inestable del amor. La trama de su retina había logrado atrapar lo que al resto de los humanos se nos suele escapar mientras miramos el mundo por el lente de una cámara. Nos acompaño hasta la puerta del hotel. Saludos a Antonia, le dije al despedirme. Desde ese día veo el mundo en escala de grises. No se hasta cuándo me va durar el efecto.