Congelar un momento y recrear el mundo antiguo: las cerámicas de Nicolás Guagnini en la feria de Estambul
La porteña W galería llevó a la capital turca un solo show del artista argentino residente en Nueva York; en un recorrido, antes de la apertura al público, se puede viajar de las piezas gráficas de Picasso, Miró y Dalí a las obras hechas con IA de Refik Anadol
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Estambul.– En esta hipnótica ciudad –denominada Bizancio en el año 330 y luego, en 1453, Constantinopla— se celebrará desde el jueves la 19ª edición de la feria Contemporary Istanbul (CI). Con la mayoría de su población musulmana, Estambul es la urbe más importante de Turquía y una de las polis más antiguas del mundo, declarada Patrimonio de la Humanidad por su arquitectura, que conjuga modernidad y pasado milenario. Marcó su lugar en la historia como uno de los grandes centros de poder político y económico global; hoy conserva un rol clave en la región, también desde el punto de vista cultural.
Participan de la feria cincuenta galerías de catorce nacionalidades. En la histórica Tersane, se pueden ver más de 800 obras. El programa de invitados de este año se centra en España y los países de habla hispana y América Latina. Esta sección incluye a la porteña W Galería, rodeada de pares de San Pablo, Valencia, Sevilla.
En un recorrido por la feria previo a la apertura al público, pasado mañana, es posible encontrar desde piezas gráficas de Picasso (entre 8 mil y 15 mil euros), Miró y Dalí (en la galería Joan Gaspar Núria) hasta obras con inteligencia artificial de Refik Anadol (100 mil euros) pasando por esculturas de acero inoxidable (330 mil euros) y otras de bronce (285mil euros) del gran artista Tony Cragg (en el espacio de la gran galería turca Dirimart). Son verdaderos imperdibles.
Además, se presenta este año la cuarta edición de la exposición de esculturas al aire libre The Yard, con curaduría de Marc Olivier Wahler, asesor artístico de Contemporary Istanbul y director del MAH (Museo de Arte y de Historia de Ginebra), donde se puede ver un conjunto variado de trabajos de artistas emergentes y consagrados.
Ali Gureli, Presidente y Fundador de esta feria, sostiene que “esta edición no es solo un escaparate de talento excepcional, sino también un testimonio del vibrante diálogo cultural. Durante veinte años, Contemporary Istanbul ha representado este llamado poder blando en el mercado mundial del arte para situar a la ciudad como uno de los principales destinos artísticos del mundo”.
Un mojón porteño en el camino
La galería W presenta un solo show de Nicolás Guagnini con esculturas de las series Juegos de fuego y Bibelots (obras para colgar en la pared, nunca antes exhibidas). Cada una sale a la venta por 18 mil dólares; el primer día de feria, ya se vendieron dos. Guagnini -argentino, residente hace muchos años en Nueva York- trabaja con un horno gigante, en Manhattan: investiga y hace centenares de pruebas con cerámica. Su obra integra las colecciones permanentes del Whitney Museum of American Art, el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires y de San Pablo, y la Colección Philara en Düsseldorf, entre otras.
El resultado es singular: los colores sorprenden, se modifican con el calor, cambian imprevistamente. “La cerámica es como que congela un momento en el tiempo —apunta el artista, creador de la escultura 30.000 en la colección del Parque de la Memoria: 25 prismas que funcionan como soporte para el retrato de su propio padre, desaparecido en 1977—. Siempre me interesó mucho esa posibilidad. En ese congelar un momento en el tiempo hay algo químico y alquímico: pintás una cerámica y cuando la pintás es verde y cuando sale del horno es roja. ¿Qué pasó? Los pigmentos se funden, se mezclan en formas a veces predecibles, a veces no”. Bibelots es el título en francés de su serie; en inglés se denomina tchotchke, “como las porquerías esas de porcelana que van arriba de la chimenea”, aclara.
En la serie Juegos de fuego hay fragmentos de cuerpos o cuerpos a los que les falta una parte. “Eso tiene que ver más con mi pasión por la antigüedad”, dice el artista para quien los torsos remiten a vasijas. “Las estatuas de la antigüedad –señala en diálogo con LA NACION— están cortadas y amputadas desde que aparece la cristiandad, que es iconodulia. En los primeros 150 años del cristianismo, para expandirlo se destruían las imágenes de los dioses. Y, además, fue una forma de conquista”.
“¿Qué se destruye? La nariz, la oreja, el pie, la mano, el pene. Yo quise tomar todo aquello cortado, destruido, y reconstruirlo con la cerámica: rehacer el mundo antiguo (que fue atacado o destrozado por la irrupción del monoteísmo). Después, la cristiandad cambió de dirección y asumió una iconografía. Pero si uno piensa en la iconografía cristiana es muy limitada: es Cristo en la cruz y la Madonna y hay 600 años donde se repiten las mismas tres pinturas magistralmente”, señala Guagnini, quien fue invitado a dar clases de arte en la Universidad de Columbia y en Harvard. Y añade: “El arte católico es iconográficamente muy canónico, más restricto inclusive que el arte oriental (en temática, en visualidad, en ejecución). Yo quería lograr la recuperación del mundo antiguo o, de la fantasía del mundo antiguo, precisamente en algo anti tecnológico como la cerámica. Tanto el medio cerámico como el tema de la antigüedad se conectan con un lugar como Estambul, un centro energético del mundo antiguo y moderno”.
Mehmet Ömer Koç, empresario turco, uno de los hombres más ricos del mundo, coleccionista de arte y presidente de Koç Holding, quien tiene la colección más grande del mundo de cerámica, ya posee obra de Guagnini. Su equipo visitará esta edición de CI junto a coleccionistas de todo el globo.
Guagnini considera que uno de los atributos de la cerámica es su capacidad inmutable: “Una pintura es un organismo vivo: las pinturas cambian a lo largo de los años, en cambio ya sean cerámicas egipcias, babilonias, sumerias, aztecas u olmecas, lo que salió del horno es lo que ves hoy. Son proposiciones absolutamente cerradas y eso siempre me interesó mucho”.
Su pasión por este material, que ya lleva más de doce años, se basa en dos factores: adentro de un horno donde se está quemando la cerámica –recordemos que es casi contemporánea a la agricultura— a 1600 grados, no hay un algoritmo. Sólo estamos ante una reacción química y sulfatos. Imposible repetir resultados. La segunda intención de Guagnini fue tomar algo que es totalmente artesanal y que siempre se usa para hacer objetos (tazas, cacharros, macetas, etc.) y darle a eso un marco conceptual.
Con sólo once años, Guagnini estudió dibujo con Aída Carballo. Luego, con Aurelio Macchi entre 1979 y 1986. Asistió al taller de Roberto Aizenberg, con quien mantuvo una gran amistad hasta su muerte. Luego, hizo su propio camino. En 1991 recibió la beca Ciudad de México y en 1994 el Premio Braque, otorgado por la Embajada de Francia.
En 1997 se mudó a Nueva York y fundó, junto con Karin Schneider, la compañía de cine experimental Unión Gaucha Productions, con una exposición retrospectiva en Artists Space, Nueva York, en 2015, y films en las colecciones del Centro Pompidou, el Museo de Arte Moderno de San Pablo y el Museo Stuki de Polonia. En 2005, con otros artistas, curadores investigadores de arte, fundó la galería colaborativa Orchard.
Guagnini publicó sus escritos en October, Artforum, Texte Zur Kunst y catálogos de exposiciones para el Whitney Museum of American Art. También fue curador de una serie de exposiciones.
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