Confesiones de un coleccionista. Jorge Helft: “El arte de hoy se ha prostituido”
Qué significa que Warhol haya marcado el récord de los US$195 millones, su amistad con grandes artistas y por qué se fue del país el factótum de la muestra de Christo y Jean-Claude que abre este sábado en Proa
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Cuando se abre el ascensor del Sofitel Posadas quien avanza hacia el lobby es un testigo del siglo XX y del tiempo que llevamos en este nuevo milenio. En una hora de conversación pasan como diapositivas escenas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, diálogos con personajes como Picasso o el galerista Leo Castelli, impulsor del pop art. Técnico textil jubilado muy joven, agitador cultural (organizó más de 90 muestras en la Fundación San Telmo) y coleccionista, Jorge Helft luce impecable a los 88 años y ha llegado a Buenos Aires desde París para la inauguración de la exposición retrospectiva de Christo y Jeanne-Claude en Fundación Proa. “Una reinterpretación”, dirá, de la que se había montado en el verano en Punta del Este para la apertura del MACA (Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry), que lo tuvo como factótum dada su amistad de décadas con la pareja y el acceso que tiene al archivo de los artistas en Nueva York. Para tomarle el peso a la intimidad que mantuvo con la emblemática dupla, famosa por las intervenciones que hizo en paisajes de todo el mundo con sus célebres packages o envoltorios, solo hay que escucharle contar cosas como esta: : “Ella tenía una idea fija: decía que había que comer un diente de ajo antes del almuerzo o la cena. No pudo convencer a Christo ni a nadie más de hacerlo porque despedía un puzzo insoportable”.
-¿Cómo llegó a conocerlos?
-Siempre hice un esfuerzo por conocer a los artistas a quienes les compro obra. La primera la adquirí curiosamente en Buenos Aires, en una muestra enviada nada menos que por Leo Castelli. Era una selección de obras norteamericanas de dimensiones pequeñas y no tan significativas. Compré dos: la de Christo y otra de [Claes] Oldenburg. En mi siguiente viaje a Nueva York lo conocí. Nos hicimos amigos y lo frecuenté hasta su muerte.
-¿Cuál fue la impresión que le dio entonces?
-Me pareció un auténtico artista. Teníamos apenas casi un año exacto de diferencia. Ellos habían nacido el 13 de junio de 1935 [los dos el mismo día] y yo el 10 de junio de 1934. Luego la conocí a Jeanne-Claude y visité el taller que era mucho más chico de lo que resultó después. Nos veíamos en Nueva York o en París cuando coincidían con las visitas que yo les hacía a mis padres. Muchas veces se habló de que hicieran algo en Buenos Aires, pero todo fue muy informal y no pasó nada. Lo mismo en Uruguay.
-¿Qué era lo que pensaban hacer acá?
-Algo en relación con el Río de la Plata, pero lo desecharon, porque ellos tenían que interesarse mucho por los lugares e investigarlos antes de decidir algo. Nunca se manejaron con criterios comerciales ni mucho menos oficiales. Al punto que para poder emigrar a Nueva York, donde creían que latía el corazón del arte, Christo envolvió la motocicleta de uno de sus mayores amigos franceses y con el pago de esa obra pudieron irse. No tenían ni para el pasaje.
-Él había nacido en Bulgaria. ¿Le quedaba algo de ese origen eslavo?
-Sí, mucho. Él había sufrido la falta de libertad y el control sobre lo que podía o no hacerse. Eso es algo que lo marcó para toda su vida. El fundamento de sus obras monumentales en la naturaleza es sobre todo eso, lanzarse a la libertad.
-Además de las visitas a Nueva York, usted fue testigo de sus obras site specific como si los siguiera en una gira…
-A partir de su intervención en Miami, viajé a todas sus envolturas en la naturaleza excepto cuando hizo lo de California y Japón en simultáneo. Estaba invitado, pero me parecía una travesía infernal y se lo dije. Pero los seguí a Miami, París, Berlín, Nueva York y el lago Iseo en Italia.
-¿Cómo era verlos en acción?
-Tanto él como ella insistían en que la obra de arte era eso. Toda esa empresa demencial que duraba, como mucho, catorce días. Ellos desmontaban con el compromiso de no dejar ni la marca de un tornillo en la tierra. Y lo cumplieron.
-¿Cuándo fue la última vez que se vieron?
-Estábamos invitados a cenar con el presidente Macron la noche previa a la inauguración de su muestra en París y todo se anuló por el Covid. Después supe que él se había quedado unos días más en Francia y que había llegado a un acuerdo con una revista para hacer una edición de veinte copias de una obra que consistía en una mano pintada sobre un papel. Llegó a hacer nueve y luego se desmayó y se volvió a Nueva York para morir. Compré esa mano por casualidad. Es la última obra de su vida y se puede ver ahora en Proa. De viudo lo vi dos o tres veces. Pensé que no iba a sobrevivir al shock de perder a Jeanne-Claude. Pero pudo.
-¿Por qué vinieron a la Argentina sus padres?
-Escapando del nazismo. Yo tenía seis años entonces cuando nos fuimos de París a Nueva York y a mis 13 años nos radicamos todos en la Argentina. Papá era un gran anticuario especializado en muebles y arte francés del siglo XVIII y le fue muy bien con eso hasta que en el 47 notó que el mercado se estaba agotando porque sus clientes eran sobre todo europeos refugiados en Nueva York y ya estaban volviendo. Papá había combatido en la Primera Guerra Mundial y la pasó muy mal. Lo mismo su hermano, que estuvo preso de los nazis durante cinco años, y decidió no volver a Europa y eligió Buenos Aires. Pensó que aquí podría recuperar a sus clientes de entreguerras: Duhau, Santamarina, toda esa gente. Y tuvo una galería muy importante, pero esos no fueron sus clientes sino la generación de industriales que habían ganado mucha plata durante el peronismo.
-¿Les vendía mobiliario o también pinturas?
-No, siempre mobiliario. El decía que para meterse con la pintura había que tener un conocimiento mayor. Era muy respetuoso y, además, el arte no se había prostituido como hoy. Era muy diferente y serio. Las pinturas que él compraba para decorar ambientes eran las de sus amigos: Picasso, Braque, Léger…
-¿¡Esos eran sus amigos!?
-Sí… Yo conocí bien a Picasso. He estado en su casa, tuve charlas muy interesantes porque él me buscaba para hablar español. Me ha dicho cosas extraordinarias.
-¿Por ejemplo?
-La última vez que lo vi, a fines de los 60, estaba con mis padres y una pareja de amigos: ella le había confeccionado todos los tapices. Entonces vinieron a verlo unos chicos que hacían fotograbados de los dibujos que hacía por la mañana. El ganaba plata con eso, la necesaria para vivir bien. Pero me dijo: “Tú sabes que esto no es arte”. Y que semejante artista te hable con esa franqueza es algo que me quedó para toda la vida.
"Los grandes compradores de hoy no entienden nada, lo hacen como una mera especulación. Se han pagado US$195 millones por un Warhol. Hay que detenerse a pensar esa cifra."
-Dijo que el arte se ha prostituido. ¿Por qué? ¿Qué caracteriza a un arte prostituido?
-Los grandes compradores de hoy no entienden nada, lo hacen como una mera especulación. Se han pagado 195 millones por un Warhol. Hay que detenerse a pensar esa cifra: qué son 195 millones de dólares. Un castillo en Francia con 40 hectáreas de bosque puede valer 30.
-La pregunta es por qué se llega a esos precios…
-Porque sobra dinero en el mundo y quienes tienen centenares de millones piensan en estas sumas como cambio chico.
-¿Cuando usted empezó a coleccionar no era así?
-Para nada. Yo visitaba a Castelli en Nueva York y tomábamos café y charlábamos de arte sin ninguna especulación de compra y venta. Una vez le señalé una obra que me interesaba y me dijo: “volvé dentro de veinte años cuando seas un coleccionista importante. Esta obra es para un museo porque es un artista que quiero defender”. En el mundo quedan media docena de galeristas que mantienen ese tipo de relación, no más
-¿Con qué obra empezó su colección?
-Con una obra de Julio Le Parc en el Di Tella. Eran trescientos dólares, mucho para mí. La compré en tres cuotas y todavía la tengo. Comencé comprando artistas argentinos porque este era mi país de adopción y eran los artistas a los que podía tener acceso.
-¿Cuándo pudo pasar al arte internacional?
-La primera obra no argentina fue una de Paul Klee. Había recibido un bonus de la empresa para la que trabajé 18 años y con esa plata me fui a Europa. Luego fuimos completando la colección junto a Marion, con quien estuve casado cuarenta años.
-¿Cuáles diría que son los high lights de la colección Helft?
-Aquellos de los que hemos tenido que desprendernos para poder vivir: vender el Juanito va a la ciudad al Museo de Houston fue como amputarme un dedo. Era una obra que perseguí cinco años hasta que pude comprársela a Lily Berni, pero nos pagaron un precio increíblemente alto y al menos está en un museo importante. Pero también vendí un muy buen Fontana. Un Ives Klein muy importante heredado de mi padre. Un Tom Wesselmann que adoraba, muy subido de tono, pero extraordinario.
-¿Cuál es el futuro de la colección?
-No lo sé. Eso no puedo decírselo.
-¿Por qué se fue de la Argentina? ¿Fue un tema político?
-Me fui a Uruguay en 2016 y alterno con París. Pero nada que ver con eso ni con pagar menos impuestos o todo eso que la gente cree. Fue porque me harté de Buenos Aires y de sus dirigentes. No hacen nada por el país y muchos son amigos míos. En Montevideo, además, vivo más tranquilo.
-¿Las muestras de Picasso y Christo las hizo en Uruguay porque hay menos trabas burocráticas?
-No, para nada. Las hice ahí porque es el lugar donde estoy viviendo. Uruguay nunca había tenido una muestra de Picasso y ahora la tuvo. Me pareció un gesto de agradecimiento de mi parte para el país en el que ahora vivo. Y con Christo fue lo mismo. Nunca imaginé que iba a tener 107 mil visitantes en Punta del Este. Y menos que en la inauguración hubiera estado el presidente y los dos que lo precedieron. ¿En qué país pasa eso?
-Usted es como Gardel, podría ser francés, argentino o uruguayo. ¿Qué elige?
-Yo soy argentino. Este es el país que adopté y donde nacieron mis hijos.
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