Confesiones de invierno
La aparición simultánea de Informe del exterior y de Ensayos completos revela la manera en que Paul Auster repasa su propia vida y las conexiones con su oficio de escritor
No debería extrañar demasiado, en una coyuntura editorial en la que salen al mercado biografías o autobiografías como las de Rafael Nadal, Sergio Kun Agüero o -en un par de meses- Neymar, en todos los casos con apenas veinticinco años o incluso bastante menos, que un hombre maduro como Paul Auster haya emprendido hace ya tiempo, como en el reciente Diario de invierno , un diálogo intenso y fluido con su propia vida. Pero lo que sí llama la atención es que lo haga alguien que, como es el caso del norteamericano, parece encontrarse en la plenitud de sus fuerzas, comprometido todavía a fondo con una obra que sin duda ha pasado ya por su clímax expresivo pero que, con todo, parece plantearle aún nuevos desafíos y entregar, de vez en cuando, algunos momentos felices.
Más allá de que lo autorreflexivo y lo metaficcional hayan formado parte desde un comienzo de su proyecto narrativo, hay que decir que desde hace un tiempo Auster ha emprendido dos itinerarios cuanto menos peligrosos, en paralelo a su corpus novelístico que crece a un ritmo nada desdeñable. El primero de ellos tiene que ver con los distintos modos en que viene repasando su vida y compartiéndola con todo el mundo, lo que pone en evidencia que incluso para alguien con un anecdotario interminable y jugosísimo como el suyo determinados resortes terminan de todos modos erosionándose, en particular cuando las distintas versiones de un mismo hecho no dejan de ser, en el fondo y valga la obviedad, la misma cosa. El segundo está relacionado con las presiones editoriales, la repartija de derechos y demás, que acaso lo ha empujado en los últimos tiempos a publicar no sólo una y otra vez los mismos textos sino a discriminar poco y nada lo que vale la pena de aquello que merece olvidarse bien pronto; una suerte de canibalismo del que suelen ser víctimas muchos autores una vez que ya no pueden defenderse -mírenlo a Bolaño, si no, o lo que ya empieza a ocurrir con los papeles ocultos de Salinger-, pero como ya se ha dicho Auster está ahí vivito y coleando, y semejante incontinencia sólo puede entenderse como una suerte de suicidio literario. Si el tiempo se lo permite, Auster logrará trágicamente que sus grandes libros -y hay cuatro o cinco que lo son, el último de ellos es esa obra maestra llamada Leviatán - ocupen una pequeña porción de su obra, casi en silencio.
A propósito de todo ello, que a un volumen de casi ochocientas páginas denominado Ensayos completos , que se publica en la Argentina al mismo tiempo que el nuevo Informe del interior , se le exija que contenga un buen porcentaje de piezas que puedan convivir al menos laxamente con el término "ensayo" no parece algo antojadizo o tendencioso, más allá de la flexibilidad con que pueda pensarse el género y de la consabida y tan sustanciosa familiaridad de Auster para con lo híbrido. El primero de esos híbridos es, por cierto, La invención de la soledad -incluida aquí con la excusa de sus devaneos conceptuales-, la joya que sustenta todo el aparato austeriano, el punto de partida que puede sintetizarse en: muere el padre, el escritor por fin se abre paso. Como se recordará, se trata de una novela -el término resulta saludablemente incómodo o insuficiente- dividida en dos partes. La primera es una fragmentaria reflexión sobre el padre, la deconstrucción de un misterio; la segunda lo sitúa, o a su álter ego, en el centro del relato, en ese doble y frágil rol de hijo y ahora padre -que recuerda al extraordinario Padres e hijos de Hemingway- para el que Auster elige, como una forma de distanciamiento, la tercera persona que luego utilizará tantas veces y que de vez en cuando se transformará, incluso, en segunda.
Al margen de otras consideraciones, estos "ensayos completos" reúnen buena parte de las páginas que Auster escribió repasando, sin el caparazón protector de la ficción, algunas de las instancias claves de su vida. Entre ellas, A salto de mata es un libro delicioso, engañosamente ligero, repleto de anécdotas fabulosas como su trabajo con Jerzy Kosinsky o un fugaz encuentro con Jean Genet; un escenario en el que se despliega el eje "cómo Paul Auster se transformó en Paul Auster" pero que, en verdad, está atravesado por una de sus preocupaciones centrales, cuya mejor expresión se halla en El Palacio de la Luna : la relación con el dinero, siempre problemática para el escritor, tanto más cuanto más alejada está de sus prioridades.
Entre los textos críticos, el más relevante es el largo prefacio que escribe para la reedición de Veinte días con Julian y Conejito , parte de los Cuadernos norteamericanos de Nathaniel Hawthorne. Allí Auster, lejos de cualquier postura teórica, recupera al Hawthorne de la intimidad, no casualmente en sus aventuras como padre pero, asimismo, como alguien que jamás encuentra del todo su lugar en el mundo.
El otro volumen que nos ocupa, Informe del interior , refleja la tentación del Auster tardío por llenar espacios en blanco; por confirmar, precisar e iluminar cada uno de los resquicios que sus ficciones hayan sembrado, en particular para los amantes de la chismografía.
Sin embargo, y aunque con frecuencia la relación entre vida y obra fuerce las causalidades, el tercero de los cuatro segmentos en que se divide el libro es el que termina por justificarlo: las cartas que le escribió a su primera mujer -la narradora Lydia Davis- en su juventud lo muestran en vivo, en el sentido más amplio de la palabra: alguien descarnado y demasiado sensible y dramático y poseído por impulsos febriles. Es decir, alguien que estaba listo para convertirse en escritor.
Informe del interior
Paul Auster
Anagrama
Trad.: B. Gómez Ibáñez
328 páginas
$ 135
Ensayos completos
Paul Auster
Booket
Trad.: Varios
799 páginas
$ 98