Con Patrick de Bana, soplan nuevos “vientos” para el Ballet del Teatro Colón
Detrás de escena de un proceso desafiante: el montaje de “Windgames”, obra de próximo estreno, que la compañía local asume de la mano de un coreógrafo internacional muy estimulante
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Es habitual que en la sala de ensayo se perciba una atmósfera de concentración; a veces reina un silencio sepulcral, a excepción del piano; o se oyen instrucciones inequívocas, de esas que vienen marcadas hace siglos por la tradición. En ocasiones, prosperan diálogos que buscan sacarle determinado brillo a un movimiento o un carácter a una expresión, entonces se encauzan búsquedas que pueden generar infinitas repeticiones de una misma escena. Y en muchas oportunidades, también, el día transcurre y los artistas trabajan en lo que bien ya saben hacer hasta que el reloj marca la hora de tomar los bolsos y hasta mañana. Lo que verdaderamente no es común al ingresar en el salón del Ballet Estable del Teatro Colón es encontrarse con un cuerpo de baile tan estimulado que el desafío se les nota en los ojos. Como esta mañana a finales de junio, cuando LA NACION pudo presenciar una jornada en el montaje de Windgames, la obra del coreógrafo Patrick de Bana sobre el Concierto para violín N°1 de Tchaikovsky, que se estrenará el 6 de agosto en programa compartido con Suite en Blanc (París, 1943), de Serge Lifar.
Alto y flaco, como si el tiempo transcurriera a otro ritmo para él, el hombre que de joven bailó con Maurice Béjart y Jorge Donn, y que conoció Buenos Aires en los años 90 con la compañía de Nacho Duato en aquellas primeras funciones que la Compañía Nacional de Danza de España daba en el Teatro San Martín, recibe ahora con una sonrisa generosa y mentolada. También es indisimulable su entusiasmo.
De Bana tiene un lenguaje que le pide al Ballet del Colón salirse de la caja, buscar y fortalecer nuevas herramientas, ganar velocidad. Es cierto. Pero no es solo eso. Él mismo los sorprende (“Tengo muchos mundos acá: cada uno de ustedes”), los interrumpe señalando la importancia de una intención (“No das ese paso porque te sale, lo das porque tú quieres hacerlo”), los interroga (¿Escuchan a Tchaikovsky? Él es el que manda), los aviva con los brazos abiertos (“¡Wow, me han puesto la piel de gallina”). Los abraza, los convoca a una ronda, les cuenta una anécdota de la noche anterior, cuando dos mujeres emperifolladas durante un concierto, en la sala principal, lo miraron despectivamente, y él, que además de nigeriano tiene pasaporte alemán y habla cinco idiomas… “¡Never ever!”, les dará entonces su consejo, no mostrarse frente al público vulnerables.
De Bana les pide más y más y más. “¡Largas piernas!” “¡Entren gloriosos!” “¡Disfruten: Mama Nature les ha dado el don!”. Como si estuviera frente a una aparición, a Paula Cassano le suelta: “¡Ahí va Karsávina!”, y cuando comienza el dúo de “los rojos”, que esta bailarina hace con Igor Vallone, a él –vaya responsabilidad- lo llama Nijinsky, dos nombres mayúsculos en la historia de la danza desde los Ballets Rusos. En verdad, lo que persigue, lo que quiere lograr con eso, es que se transformen.
“Fue un regalo desde el primer día trabajar con Patrick y Aída [Badía, la asistente española del coreógrafo]”, admite Cassano, agradecida por la oportunidad y la confianza que le han dado. “Patrick es un ser humano antes que un coreógrafo, nos contagió de su energía desde el primer segundo, con su pasión, su entrega. Todas sus enseñanzas y ganas de que supiéramos que estamos haciendo un cambio notable en la manera que acostumbramos a bailar, que es más clásica. Es hermoso ver cómo todos estamos expectantes a lo que dice y marca en cada ensayo. Además de su humor y su imaginación, porque eso es fundamental: nos da un ambiente relajado, pero a la vez muy preciso de lo que tenemos que imaginarnos cuando hacemos determinada secuencia”.
David Gómez, que se alternará en uno de los roles principales con el bailarín invitado Davide Dato (de la Ópera de Viena), también destaca este proceso. “Trabajar directamente con el coreógrafo o la coreógrafa siempre es una experiencia particular, muy rica en cuanto a información y se ve lo que quieren expresar a través de los bailarines. En este caso, Patrick tiene muy claro eso y para llegar busca, prueba, repite hasta encontrar el movimiento que quiere ver en cada uno y en el conjunto. Está reponiendo una obra, pero a la vez la está modificando, y en esa búsqueda nos obliga a estar despiertos y abiertos a la investigación”.
La génesis de Windgames es también significativa en este sentido, porque se trata de una creación multicultural: el primer movimiento De Bana lo hizo para Viena (con nueve bailarines); el segundo movimiento fue para Shangai (con 14 intérpretes) y finalmente el año pasado, con el Ballet de Tokio (unas 20 personas), por primera vez se montaron los tres movimientos juntos.
A la hora del break del mediodía, el patio vecino a la Sala 9 de Julio y el buffet de teatro se pueblan. Es necesario un descanso. Pero antes de que la pausa llegue a su término buena parte ya está de regreso esperando para continuar. “Es su humanidad”, confía una bailarina, por lo bajo, aportando una respuesta posible a la pregunta sobre qué es lo que lo hace a este coreógrafo tan extraordinario.
Durante el receso, Patrick de Bana se saca las fotos para esta entrevista, toma un café y come una empanada. No es la primera vez que existe una conversación semejante. Hace unos quince años, después de su despedida de los escenarios, Julio Bocca había organizado su primera experiencia como director de una gala de estrellas internacionales en Madrid. En la cena posterior a esa función de la que participaron, entre otros, Tamara Rojo, José Manuel Carreño, Manuel Legris , Igor Yebra, Marianela Núñez, y al cabo de aquella noche inolvidable, persistió por mucho tiempo el recuerdo de una larga charla con De Bana por una principal característica: su sensibilidad. Otras veces, más cerca en el tiempo, De Bana compartió con LA NACION sus emociones y experiencias sobre la importancia trascendental que tuvieron los años compartidos con Jorge Donn. Todos temas que vuelven ahora. Una curiosidad en su expresión: cuando quiere enfatizar algo, lo repite tres veces.
Tras un paréntesis en el montaje, durante el cual Charles Jude comenzó a trabajar en simultáneo con el mismo elenco y los primeros bailarines de la casa la reposición de Suite en Blanc, desde el próximo martes De Bana regresará a pulir y poner a punto todos los vientos de su Windgames.
-¿Notás la energía de la compañía? Se percibe un ambiente muy estimulante.
-Creo que a los bailarines les hacía falta recibir otro tipo de “comida”, ¡mira cómo están!
-Dirigiste tu propia compañía a comienzos del milenio, que ya no existe más, ¿qué pasó con Nafas Dance Company?
-En España es muy complicado, nunca hay algo después, siempre tienes que volver a empezar. Hicimos muchas cosas, fuimos a Cuba, una gira por Holanda... No tenía ayuda y a mí no me gusta mucho pedir, tampoco al gobierno, subvenciones y esas cosas. Era el momento de pensar de nuevo un poco en mí, por eso lo dejé. Estuvo bien, porque como coreógrafo podía crecer y hacerme más espacio en el mundo de la danza.
-Moverte con otra libertad.
-Totalmente. No era el momento y en la vida cada cosa tiene su momento. Fue una buena enseñanza en lo personal, pero ocurrió demasiado pronto: necesitaba viajar más, como antes con Maurice Béjart [trabajó con el genio marsellés de 1987 a 1992], y ver más el mundo. Ir a sitios que yo amo, como Asia: Rusia, Japón, Kazajistán. Vendrá a lo mejor más tarde.
-¿Dónde vivís?
-En Madrid. Ahí está mi casa, en el campo. Salí de la ciudad porque amo a los animales; tengo varios perros [regresó hace pocos días de Estambul, donde viajó para adoptar a tres pastores de Anatolia color crema que un amigo rescató y se integraron a su familia perruna].
-Nacido en Hamburgo, hijo de madre alemana y padre nigeriano, hiciste carrera en Europa, trabajás mucho en Oriente y ahora sé que tu base está en España. Pareciera más justo verte como un ciudadano del mundo.
-Totalmente. De nacimiento, mi mamá se ha asegurado de que esto quedara bien impregnado. Ella era una persona muy libre, aventurera, como una arqueóloga del ser humano. Nací en Hamburgo, hice la escuela de John Neumeier y de repente nos fuimos a África por cinco semanas a pasar unas vacaciones, pero volvimos dos años después. Entre los 13 y los 15 años y medio viví en Camerún, al lado de Nigeria. Y a los 16 me llamaron de nuevo de la escuela de Hamburgo. Recuerdo que estaba entonces en la casa de un amigo en París y me mostró un video de Shonach Mirk y Patrice Touron bailando Heliogabale: cuando lo vi lo único, único, único que quería era bailar con Béjart. Y lo conseguí. Lo fuerte es que mi última, última, última función fue Heliogabale con la mamá de mi hija, Katarzyna Gdaniec. Cerraba como un círculo.
-Si lo planeabas, no te salía mejor.
-No, no salía. Yo tengo espíritus planeando por mi vida y me entrego a ver dónde me llevan.
-¿De dónde viene el viento en estos juegos?
-Vienen de Rusia. No hago política, no soy político. Amo trabajar en Rusia. Me encanta la historia de los Ballets Russes: Diaghilev, Nijinsky, Karsavina, Pavlova; el zar, la zarina, el ballet imperial. Vaganova. Para mí es el top, del top del top. Amo trabajar con bailarines rusos, como con los chinos. Voy a China a fin de agosto para empezar una creación nueva, un ballet completo. Me encanta Asia.
-¿Vas a hacer Notre Dame de París?
-Sí, los chinos me han pedido una versión nueva. Estaba previsto antes de la pandemia y lo bueno es que mis proyectos no se anularon, se pospusieron. Ahora estamos retomando, están haciendo los vestuarios y decorados, y cuando voy ya entramos a trabajar en la sala con los bailarines.
-¿Por qué te encargaron ese título?
-Durante el reino de Mao Tse Tung hubo dos libros occidentales que se tradujeron en chino. Entonces, allá todo el mundo conoce cada personaje de Jane Eyre [Charlotte Brontë] y Notre Dame de París [Victor Hugo]. Es como lo más, de lo más, de lo más. Querían al principio la obra de Roland Petit, pero la directora vio mi trabajo reciente y cambió de opinión. Es un gran honor para mí.
-Volviendo a los vientos de Windgames.
-Vienen de Rusia y están basados –otra vez lo quiero decir: no estamos hablando de política, estamos hablando de arte- en esos tiempos en que ellos inventaron otra forma de danza. Windgames, en el fondo, habla de la grandeza y la libertad de un águila en el cielo volando por encima de Siberia, donde todo es lejano, y grande, grande, grande. Y esto es porque la música de Tchaikovsky viene de los dioses. Por eso me quería elevar al aire. Por eso Juegos del viento.
-Ese águila es una imagen en tu mente que te sirvió para la creación.
-Ni siquiera el águila, diría, que es el dibujo, el círculo, que está haciendo ella en el aire. Si quieres es como la bandera rusa, un águila de dos cabezas, de los zares. Toca algo imperial en el sentido de intentar llamar a la puerta de la divinidad: Nijinsky, Karsávina, Pavlova, Spesivtseva, Diaghilev.
-¿Hablaste de esta Historia de la danza con mayúsculas con los bailarines?
-Claro. Soy un coreógrafo que necesito comunicarme para que ellos entiendan de qué hablamos. Doy muchas imágenes. Desde lo más alto del cielo con el águila a lo más profundo de los mares con las ballenas, que van a cazar a tres mil metros de profundidad. Les hablo del universo.
-Y cuando les decís a Paula y a Igor, Karsávina o Nijinksy…
-Es porque están ahí, los estoy llamando. Ellos entienden perfectamente, son muy maduros, amo a estos bailarines, saben llevar la corona. Mira cómo Igor se transformó en Petrushka. Noto que él se siente glorioso, y quiero que estén felices.
-¿Cuál fue la primera impresión que tuviste del Ballet Estable cuando se conocieron?
-Que vamos a tener mucho trabajo. Soy una persona que pide mucho, hasta tu alma. Como nos pedía Maurice a nosotros. Como te decía antes: cosas a la mitad, ¡ni lo intentes conmigo! La sala es un sitio sagrado y el escenario aún más. Quiero sangre, tu vida, porque yo te doy la mía.
-¿Las tres semanas que vienen son para trabajar entonces el alma o la técnica?
-Las dos a la vez. Siempre lo humano, el alma, el corazón. Somos como actores sin palabras; las palabras tienen que salir de tu cuerpo, y para eso hay que dominarlo, trabajar duro. A partir de la técnica se pueden recitar poemas.
-Elegiste trabajar con un grupo grande de la compañía entre los cuales no están muchos de los primeros bailarines.
-Me gusta mucho mirar lo que hay en el fondo. No hay una razón en especial, pasó así. Quiero gente que se transforme, como él [señala a Igor Vallone]. Ha visto la corona y ahora se la va a poner en su cabeza. Te cuento algo que pasó en Moscú, con un chico que venía de la Moscow Academy, donde los profesores, la gente y la vida, lo bajaban, bajaban y bajaban. Era boxeador profesional por la noche, tenía la nariz rota. Yo le hice interpretar el papel de Nijinsky en Les Noces [Las bodas] de Stravinski. En mi versión está Nijisnky, siempre está Nijinsky, ¡amo Nijinsky! El chico dejó de ser boxeador y se transformó en Nijinsky y te juro que todos estaban llorando. Vino Mr. Urin [el director general del Teatro Bolshoi] a preguntar quiénes eran los invitados que bailaban esa noche, de dónde habían venido. No los reconocía. Y eran los bailarines de siempre. Se trata de la humanidad. Siempre se trata de eso. Mira como están aquí: faltan diez minutos de receso y ya están de vuelta en la sala.
-¿Te conecta con Jorge Donn estar acá?
-¡Ufff! Aquí está sentado Donn [señala a su derecha] y aquí está sentado Maurice [a su izquierda, Béjart]. Ellos dos, mi profesor Truman Finney y mi mamá son los cuatro espíritus que me guían y me llevan a hacer todo esto. Mi madre me educó: “sin amor, nada se cambia, nada se hace”. Tenía razón.
-¿Qué hacía ella además de ser una ”arqueóloga de humanos”?
-Era madre soltera, educaba a cinco hijos sola y trabajaba por la noche en un hospital mientras nosotros dormíamos. A la mañana nos despertaba, nos hacía la comida, nos llevaba a los colegios y luego volvía a limpiar la casa (imaginate la tarea: éramos tres varones y dos chicas solos). Dormía tres horas al día en el sofá. Era una guerrera. Muy adelantada de su tiempo, avanzada en su mente. Mis amigos amaban venir a casa, no para verme a mí, sino para hablar con ella de sus problemas, de sus amores y desamores. Me dejó en el 2017.
-Te decía si de alguna manera sentías una conexión con Donn por el hecho de estar en Buenos Aires.
-Donn me ha marcado mucho, tuve la suerte de que él me adoptó y me educó para el escenario: “Eso sí, eso no, eso nunca más”. Y mi mamá me había enseñado antes, tienes que escuchar: escucha, escucha, escucha.
-¿Te gusta que tu obra comparta programa con Suite en Blanc?
-Me encanta, porque es el pasado y el presente. Al final Serge Lifar y yo venimos de la misma madre, tenemos diferentes padres, pero la misma madre: la danza clásica. Amo, no podría quedar mejor. Verás en los dos juntos, la similitud y el contraste a la vez.
Para agendar
Windgames, de Patrick de Bana, y Suite en Blanc, de Serge Lifar, por el Ballet Estable del Teatro Colón, con dirección de Mario Galizzi. Estreno domingo 6 de agosto, a las 17, en el Teatro Colón, Libertad 621. Con el primer bailarín invitado Davide Dato (funciones del 6 y 8). Siguientes funciones: 10, 16, 18 y 22, a las 20. Entradas desde $ 1400 (paraíso de pie) hasta (plateas $12.500).
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