Con los ojos cerrados
LLEGADA la hora de su siesta, un famoso escritor colgaba un cartel donde advertía: "Poeta trabajando". Se sabe que, desde siempre, la actividad onírica ha sido fuente inagotable para la creación artística, acaso porque en ambas visiones (el sueño, el arte) lo que en el fondo se postula no es sino otra posibilidad para lo cotidiano. Tanta fascinación por nuestros sueños es quizá lo que nos ha llevado a desatender todo lo poético que hay en el acto que los propicia: el dormir. Es verdad, como escribió Marguerite Yourcenar, que "nos acordamos de nuestros sueños pero no recordamos nuestro dormir". También es cierto que los sueños semejan misterios infinitos al lado de las posturas más o menos conocidas que adoptan y descartan los durmientes, y de las que algunos incluso han llegado a establecer una tipología.
En este marco, El libro de las criaturas que duermen a nuestro lado parece una reivindicación apasionada del dormir, entendido aquí como "el trabajo estético más antiguo" (Borges) o, al decir de los autores, como "una de las actividades más revolucionarias de la vida". Escriben Arturo Carrera y Teresa Arijón, en un prólogo que es breve pero más que suficiente: "Dormir, antes que soñar, es esa permanencia que nos sostiene en un paraíso donde todo se vuelve valorable y donde todo, al mismo tiempo, es una fuente que no nos salva, como las sensaciones".
Fue en 1979 cuando Sophie Calle (la misma artista a la que Paul Auster dedicó su novela Leviatán ) tuvo la idea inobjetablemente "warholiana" de fotografiar gente durmiendo. El resultado: un desfile de veintiocho personas, una tras otra sobre una misma cama y, al pie de cada foto, un texto en el que Calle describe las actitudes de los durmientes o recoge sus respuestas a la pregunta no de qué soñaron sino de cómo durmieron. Una intención por el estilo cruza el libro de Carrera y Arijón: el dormir no como pura tarea física sino como sensación y también como territorio para el erotismo.
Arturo Carrera y Teresa Arijón son poetas: él lleva editados deiciséis libros ( El vespertillo de las parcas es el último); ella, tres. Juntos forjaron hace seis años otro libro igualmente inclasificable, Teoría del cielo , a partir de una idea de Roland Barthes llamada "biografema": unidades mínimas de biografías de artistas construidas sobre la base de los trazos que dejó el mismo biografiado, como obras (libros, canciones, etcétera), cartas o entrevistas.
A diferencia de Teoría del cielo, este nuevo libro es puramente recopilatorio. La recreación ha dado paso al afán coleccionista y de clasificación. Claro que la pesquisa de Carrera y Arijón tropieza, por ejemplo, con lo que ellos en el prólogo definen como "la inevitable discontinuidad en la eficacia de las traducciones". Así y todo, el resultado es asombroso. Autores canónicos (Tolstoi, Proust) se codean con Leonard Cohen o Patti Smith; poetas, con narradores; obras en circulación ( Lolita , El amante ), con textos reveladores (Petronio). A medida que se lee este libro hecho de hallazgos, se va tejiendo una compleja y exhaustiva teoría del dormir. Se nutre de imágenes: "Sus párpados contienen la penumbra" (Sylvia Plath), "no estás despierto y no despertarás jamás" (Perec), "cedo al sueño como a la asfixia" (Yourcenar). Se nutre de ideas: "Es mucho trabajo dormir y estar despierto al mismo tiempo" (Macedonio Fernández), "para dormir bien hay que seguir la voluntad de envolvimiento, de crisálida" (Bachelard), "la gente que duerme mal siempre parece más o menos culpable" (Blanchot), "los que duermen habitan mundos separados; los que están despiertos, el mismo" (Heráclito).
En la contratapa se señala que Carrera y Arijón han indagado el dormir con la fruición de esos chicos que desarman un reloj para saber qué es el tiempo. La comparación es acertada, y el resultado puede deducirse desde el título de cada capítulo: "La tenuidad del mirar dormir", "Durmientes cercanos", "Durmientes lejanos", "El durmiente fingidor", "Animales que duermen", etcétera.
Como apéndice, que también es un síntoma de las limitaciones económicas de este mercado editorial argentino que no suele permitirse libros con ilustraciones, los autores enumeran una pinacoteca que va desde la propia Sophie Calle hasta Gauguin, Munch, Redon o Lucien Freud. También como apéndice, es probable que más de un lector sienta el rapto de engrosar este maravilloso museo del dormir con algún aporte extra. La tentación es agradable y para eso están los márgenes y los resquicios en blanco. Probemos, por ejemplo, con Oliver Twist , de Charles Dickens: "Existe un estado de sopor, intermedio entre la vigilia y el sueño, durante el cual el hombre sueña más en cinco minutos, con los ojos medio entornados y medio dándose cuenta de todo lo que pasa en torno suyo, que en cinco noches pasadas con los ojos completamente cerrados y sumidos todos los sentidos en una inconsciencia absoluta". (250 páginas).
Eduardo Berti
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La Nacion