Con la libertad de la locura
El próximo viernes, la Biblioteca Argentina LA NACION ofrecerá Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara , de Angélica Gorodischer
A principios de los ochenta, Angélica Gorodischer esbozó, con esa lucidez desprejuiciada, deliberadamente polémica de todos sus ensayos, una clasificación de las escritoras argentinas. Agrupó, en primer término, a pioneras como Juana Manuela Gorriti, Eduarda Mansilla o Emma de la Barra de Llanos, cuyas buenas intenciones no lograban salvar, salvo en contadas excepciones, la falta de formación, el incurable romanticismo y la impericia técnica: "gloria y loor", sugería Angélica, "pero que las lea otro". A continuación hablaba de un segundo grupo cuyo mayor mérito consistía en haberse abierto paso en el medio literario, pero cuya literatura, y más allá de su belleza estilística, no había conseguido hablar, más que tangencialmente, de otra cosa que del "Amor con Mayúscula". Y por último, Gorodischer describía un grupo de "locas de la guerra" en el que figuraban, entre otras, Sara Gallardo, Griselda Gambaro, Luisa Valenzuela, Olga Orozco y Leda Valladares, y en el que humildemente esperaba poder ser incluida alguna vez. Está claro: en esta reivindicación de la "locura" de Gorodischer no había ningún trazo de aquel romanticismo que acababa de denostar; apropiándose del insulto con que el poder estigmatiza todo acto de rebeldía e imaginación de las mujeres, se afirmaba provocativamente en una identidad. Y al hablar de "guerra", al dar por hecho que una guerra existía, reivindicaba a estas autoras que habían sabido mirar más allá de los muros del hogar para escribir cuestionando las versiones consagradas de la historia, la política, etcétera.
Por supuesto, la aspiración "a figurar algún día" en ese grupo era un gesto de modestia o de inconsciencia saludable: al menos desde una década atrás, y aunque no gozara todavía del reconocimiento del gran público, Gorodischer era considerada internacionalmente como la más grande narradora de ciencia ficción y fantasía junto a la estadounidense Ursula LeGuin, consideración que su saga Kalpa Imperial (1983), uno de los libros más grandes y peor apreciados de su tiempo, confirmaría para siempre. En este marco, y en el de esa tradición de escritura de mujeres esbozada por ella, Floreros de alabastro, alfombras de Bokhara, Premio Emecé 1985, representó un giro inesperado y una ruptura con la expectativa de sus millares de fans: se trata de una narración que cumple con las reglas básicas de toda novela policial y que transcurre entre Buenos Aires y México en la época contemporánea, con personajes bizarros pero perfectamente reconocibles. Contra lo que supusieron algunos críticos, no se trataba de un "desvío momentáneo" ni de un "divertimento de vacaciones" tomado en la construcción de una obra mayor. Floreros... es un juego, sí, el juego de una autora que sabe gozar como nadie de la inmensa libertad que permiten los "géneros menores"; pero también es la obra de una dama cultísima y revolucionaria que mina el terreno conocido con reflexiones originalísimas sobre la sociedad, la política y, en especial, "los problemas de género". En realidad, Gorodischer había escrito algunos relatos policiales al principio de su carrera, y la pericia en la disposición de los acontecimientos, en la dosificación de las pistas verdaderas y falsas, así como la fluidez de la prosa, denotan una devoción incesante por el género. Pero en Floreros... la trama es en realidad la excusa para proponer una protagonista única e inolvidable: una ama de casa cincuentona que adora a las plantas y a sus hijas, pero que detesta el sentimentalismo y desconfía lúcidamente de los hombres; y que un día, en mérito a un pasado secreto que no debo revelar aquí, acepta una misión apasionante en la que se ven involucrados gángsters varios y magnates. De concebir un personaje así, cualquier otro novelista lo hubiera usado como protagonista de una larga saga. Pero Angélica Gorodischer, para quien la primera misión de un artista es transgredirse a sí mismo, dejó esta aventura de una "loca de la guerra" como deleite único de los lectores, como secreto guiño de libertad hacia sus colegas; y, hasta hoy, siguió escribiendo narraciones cada vez más sorprendentes y renovadoras.