Con guardia policial, las obras de Alberto Breccia recuperadas por Interpol se exhiben en el Borges
Digna de una serie televisiva, la historia de los trabajos robados, vendidos en el mercado negro y actualmente al resguardo de la Justicia se presenta en una original muestra al cuidado de una especialista en historieta
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Solo a un guionista de cómics del género policial se le podría haber ocurrido. Aunque la historia de las obras del gran historietista montevideano Alberto Breccia (1919-1993) recuperadas por el Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol Argentina es, también, digna de una serie. Entre otros personajes, además de los herederos de Breccia (Patricia y Enrique), figuran responsables de una empresa de seguridad que no era tan segura; la exjueza Vilma López, que motorizó la causa, y el juez José Antonio Michilini, que condenó en juicio abreviado a un matrimonio de la localidad de Glew como “encubridores” (ahora deben hacer una probation en un comedor infantil y pagar $400.000); investigadores policiales fans de Vito Nervio, funcionarios de Cancillería y una especialista en humor gráfico e historieta -Judith Gociol- que fue convocada por el Centro Cultural Borges para organizar El caso Breccia, original muestra artístico-policial.
Para realizarla, el Poder Judicial autorizó que los originales fueran trasladados al Borges, enmarcados in situ y exhibidos a condición de que, durante todo el proceso de montaje y mientras dure la muestra, el Departamento de Protección de Patrimonio Cultural se ocupara del cuidado de piezas originales a las que el público tiene acceso por primera vez. Por ese motivo, varios policías se turnan para proteger la obra del artista. La presentación en sociedad de las obras recuperadas coincide con el vigésimo aniversario de la creación del Departamento de Protección del Patrimonio Cultural de Interpol Argentina, que depende de la Policía Federal.
Ayer a la tarde se inauguró El caso Breccia con la presencia del ministro de Cultura de la Nación, Tristán Bauer, autoridades del Ministerio de Seguridad y de la Policía Federal; el director del centro cultural, Ezequiel Grimson, y el de la Biblioteca Nacional, Juan Sasturain, y editores, dibujantes, guionistas, investigadores y mucho público. Desde que el Borges pasó a manos del Estado nacional, y tal vez porque no se cobra entrada para recorrerlo, desborda de visitantes.
“Es una muestra para un público general e interesado en la obra de Breccia -dice Gociol a LA NACION-. No es para especialistas ni exhaustiva como la que se hizo en 2019, pero siempre es emocionante reencontrarse con los originales de un artista, y más con los de Breccia, por todas las circunstancias que rodearon su obra. Su obra más emblemática y reconocida no está en la muestra porque los que la robaron saben el valor de lo que tienen, y esas piezas o no aparecieron aún o no pueden ser repatriadas”. No obstante, entre los veinticinco trabajos que se exhiben hay varios que no se conocían, como las pinturas que el artista hizo en sus últimos años. “Son obras privadas, que Breccia hacía para sí”, agrega la investigadora y periodista. Una vez que se resuelvan las cuestiones legales en curso, pasarán a manos de la familia.
Un caso de alcance internacional
En 1997, a causa de un litigio judicial por el acervo sucesorio entre los hijos y la segunda esposa de Breccia, más de mil obras que estaban en la casa del artista, en Haedo, fueron depositadas para su resguardo en la caja fuerte de una empresa de seguridad, paradójicamente llamada Firmes, que quebró en 2005. Breccia siempre se cuidó de reclamar a sus editores la devolución de los originales y, como cuenta Patricia Breccia en uno de los videos, su padre “guardaba todo” en un enorme placar de su estudio y biblioteca. A partir de las denuncias de ventas ilegales que ella y otros familiares recibieron por distintos medios, se comprobó que los originales habían sido robados y vendidos ilegalmente por el mundo, en especial, en Estados Unidos y en Europa, donde Breccia tiene miles de seguidores, como pasa en Italia, Francia y España.
Hacia 2008 se denunció que las piezas eran ofrecidas para su compra en internet; en 2009, la Justicia y la fiscalía solicitaron la intervención de Interpol. Algunas de las obras se recuperaron; otras fueron localizadas pero las autoridades judiciales europeas no autorizaron su repatriación; estas se muestran en otro video dentro de la sala. Como muchas aún no han sido halladas, en una pared pintada de negro se colocaron cuadros vacíos. “La dispersión de su obra es una verdadera tragedia para la historieta argentina”, afirma el escritor y guionista Juan Sasturain en un video que también se puede ver en YouTube. Sasturain trabajó con Breccia en la inolvidable Perramus.
Otro protagonista de El caso Breccia es el comisario inspector Fernando Gómez Benigno, jefe del Departamento de Protección de Patrimonio Cultural de Interpol, creado en 2002. Con su equipo, detectó la red internacional de venta ilegal de los trabajos breccianos. “Nos pusimos en contacto a través de los canales de Interpol con las policías del mundo”, dice en el video. En Italia, uno de los carabinieri que siguió la pista de las obras robadas resultó ser un fanático de Breccia, el luogotenente Domenico Cecon. Si bien en Italia se hallaron veintiocho piezas, la Justicia italiana reconoció que los compradores habían obrado de buena fe y no fueron devueltas a la Argentina.
A partir de la pesquisa, la jueza libró órdenes. “Siempre que se comercializan bienes culturales robados hay una cadena de intermediarios”, destaca el comisario mayor Marcelo El Haibe, director general de Coordinación Internacional de Interpol. Incluso a Sasturain, un “coleccionista” de acento español le quiso vender originales de una historieta que no fue publicada, “El Dibujado”, con guión del escritor. “Son doce páginas a lápiz extraordinarias”. Tras la máscara de coleccionistas y galeristas se ocultan muchos piratas de bienes culturales. Fuera de la sala, en una vitrina se ven copias de los expedientes del “caso Breccia”. Respetuoso con su propia producción, tenía perfectamente ordenados en su estudio los trabajos que ahora están dispersos por el mundo. “De lo robado en el depósito hay 36 series de obras, con decenas de páginas en varios casos, de las que no se tiene rastro -dice Gociol-. La orden de secuestro y su búsqueda continúan activas”.
“La muestra revela la diversidad de intereses y técnicas de Breccia y su riqueza expresiva”, señala Gociol a LA NACION en la Sala de Exposiciones Temporarias 2, del Pabellón II, en el segundo piso del Borges. En una de las paredes se exhiben tres hermosas témperas que Breccia hizo en la década de 1950. “Una de ellas fue usada en una publicidad de la Escuela Panamericana de Arte, donde él daba clases”, detalla. A continuación hay tres dibujos de los años 1960 (la misma época en que Breccia hacía Mort Cinder) que siguen la línea de Saul Steinberg; viñetas con personajes y escenarios de Haedo y retratos pictóricos. La investigación y los textos estuvieron a cargo de Gociol (quien coordina el Archivo de Historieta y Humor Gráfico Argentinos de la Biblioteca Nacional); el diseño, de Laura Varsky, y la realización audiovisual, de Hernán Vidal.
Breccia fue uno de los mayores dibujantes de historietas de la Argentina y el mundo. Hizo trabajos infantiles y láminas didácticas, adaptaciones literarias, páginas policiales y de ciencia ficción protagonizadas por sicarios, detectives y viajeros del tiempo, que recorren ambientes lúgubres e inquietantes. Por su carácter excepcional e innovador, sus trabajos hoy poseen un valor económico que Breccia no intuyó en su infatigable trayectoria: una página se cotiza entre tres mil y cinco mil euros en el mercado negro. Gociol indica que el artista vivió largas épocas de ahogo económico, “en oscilación entre dos necesidades no excluyentes: la de experimentar gráficamente y la de trabajar ‘para el puchero’, como él mismo decía”. Ahora, una muestra en blanco y negro le hace justicia.
Para agendar
El caso Breccia se puede visitar hasta mediados de septiembre, de miércoles a domingo de 14 a 20, con entrada libre y gratuita en la Sala de Exposiciones Temporarias 2, Pabellón II, del segundo piso del Centro Cultural Borges (Viamonte 525).
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