Con “formas espejo”, Gabriel Chaile lleva la selva tucumana hasta José Ignacio, en Uruguay
Uno de los artistas más relevantes de la escena artística contemporánea argentina a nivel global, presentará en la Fundación Cervieri Monsuárez una escultura monumental inspirada en sus raíces
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JOSÉ IGNACIO.- Gabriel Chaile desenfunda el cuchillo apenas cruza la puerta de hierro, de unos seis metros de alto y otros tantos de ancho. De inmediato saca también, de su pequeña cartera redonda, una cuchara y una cucharita. “Siempre trabajo con un delantal de cocina, pero no lo traje”, dice a LA NACION el artista tucumano. Con esas herramientas se dispone a terminar los dibujos está realizando sobre La Yunga, una monumental escultura de adobe que presentará a principios de enero con curaduría de Pablo León de la Barra en la Fundación Cervieri Monsuárez (FCM), en José Ignacio.
En el corazón de este edificio diseñado por Rafael Viñoly, inaugurado hace un año con presencia del presidente Luis Lacalle Pou y una muestra de la pintora suiza-argentina Vivian Suter, habita ahora esta figura de más de cuatro metros de altura. Fiel al estilo de su creador, tiene algo de vasija ritual prehispánica y algo de espíritu animal. Solo que su expresión demuestra aún más enojo que la exhibida hasta abril último en Berkeley, California. Y en su cara con colmillos tiene dibujadas las figuras de unos hombres con cascos, con sus fusiles en alto, listos para disparar.
“Esas figuras están inspiradas en El fusilamiento, una pintura de 1966 de Joaquín Ezequiel Linares, artista que enseñó en la Universidad Nacional de Tucumán. Es la primera vez que dibujo como una historia, como en el mural que hice en Buenos Aires, solo que acá con volumen”, explica Chaile en referencia a su muestra actual en la galería Barro. “Es como una película narrada en el mismo objeto -agrega-, con imágenes del contexto que se imprimen en su superficie. Yo la llamo forma espejo, porque está cargada de historias que van haciendo otras personas, y al mismo tiempo tienen algo de reflejo de uno mismo. Yo venía usando metáforas y ahora quiero ser más explícito, ver qué va a suceder con un trabajo atravesado por una realidad específica”.
En esa superficie de color tierra no solo pueden descubrirse imágenes de tapires y de otros habitantes de la selva –de ahí el nombre Yunga, como la llaman en Tucumán-, sino también de quienes van de visita. Se superponen como lo hacían las pinturas rupestres realizadas por distintas generaciones en las cavernas, a la luz del fuego. O como las que sus amigos dejaron sobre el espejo empañado del baño en la casa que compartieron durante semanas en este antiguo pueblo pesquero de Uruguay, devenido el balneario uruguayo que concentra más inversiones inmobiliarias.
Artista nómade con sus raíces siempre presentes, Chaile trabajó aquí con un equipo de cuatro colaboradores llegados desde Buenos Aires y Lisboa. En las afueras de la capital de Portugal, en una ex tabacalera ubicada en un barrio de inmigrantes chinos que incluye huerta y gallinas, se radicó hace años para crear un estudio comunitario.
A esa base regresa cada vez que su apretada agenda lo permite: este año lo inició con una de sus piezas de barro en el High Line de Manhattan; expuso en Londres y en San Sebastián; instaló de forma permanente en Malba Puertos las que le compró Eduardo Costantini en la Bienal de Venecia, y realizó una performance que tomó todo el Guggenheim de Nueva York, con tambores y piezas suyas adquiridas por el museo. Después de pasar Navidad con su familia en Tucumán y de inaugurar la muestra en José Ignacio seguirá camino hacia Arabia Saudita, para interpretar el Corán en la Bienal de Artes Islámicas. Luego a Porto Alegre para reactivar en la Bienal del Mercosur el Centro Cultural Ambulante presentado en el Guggenheim, donde León de la Barra trabaja como curador de arte latinoamericano del UBS Map.
“Todo esto se relaciona con el regreso de Gabriel al Cono Sur, con ver la historia de esta región con una distancia crítica –dijo este último a LA NACION-. Cuando volví a convocarlo para este proyecto en Uruguay pensé que aquí existe una tradición de mirada a lo precolombino, en artistas como Joaquín Torres-García. Gabriel trae una mirada diferente, que era interesante meter en esta genealogía: otra forma de lidiar con la historia desde dentro, desde un linaje”.
Nacido en Tucumán en 1985, Chaile proviene de una familia de orígenes diversos. Su abuelo materno era español y su abuela, indígena; los paternos eran inmigrantes afro-árabes. Su padre, albañil, le corregía las proporciones de los retratos. Y su madre vendía pan cocido en un horno de barro, que le sirvió de inspiración para hacer el que exhibió en 2017 en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. Siguieron el que instaló en La Boca para cocinar empanadas para los vecinos, durante la semana de Art Basel Cities: Buenos Aires, y otros que lo hicieron famoso a nivel mundial. “Chaile está llevando su práctica a un nivel diferente”, dijo a LA NACION la curadora italiana Cecilia Alemani en 2022, tras convocarlo para la edición de la bienal que estuvo a su cargo.
Ahora, acaba de dar un paso más. Bajo la atenta mirada del curador mexicano que ocupa uno de los puestos más codiciados de la escena global, Chaile realiza también dibujos sobre las paredes que rodean la escultura, para esta muestra que aún no tiene título. Ambos conversan sobre pasado, presente y futuro frente a la pared proyectada por Viñoly –otro talento latinoamericano que cruzó fronteras como pocos– y construida por más de veinte maestros pedreros que viajaron especialmente desde Perú; ellos heredaron de sus ancestros el conocimiento que permitió a los incas habitar el Machu Picchu.
Todos fueron convocados por Virginia Cervieri y Pablo Monsuárez, una pareja de abogados uruguayos formados en escuelas públicas, que hoy tienen clientes internacionales de la talla de Giuseppe Cipriani. Gracias a él conocieron a Viñoly, quien les dio la idea de crear un espacio de arte en un terreno que habían comprado para construir su estudio. Y Martín Craciun, asesor de su colección personal, les propuso convocar cada año a un curador para que invite a un artista referente de la escena regional a exhibir en la fundación. Él tuvo además a su cargo la muestra de la artista paraguaya Claudia Casarino que siguió a la de Suter, curada por el guatemalteco Emiliano Valdés, y la muestra del verano 2026 ya le fue encargada a la mexicana Magalí Arriola.
Con la de Chaile y con el candombe de cuerda de tambores se abrirá en enero una nueva etapa, que estrenará una tienda y una terraza desde la cual se pueden ver puntos emblemáticos como el Parador La Huella y el faro de José Ignacio. A pocas cuadras de distancia de aquí quedan Casa Neptuna, diseñada por Edgardo Giménez para la Fundación Ama Amoedo, y Skyspace Ta Khut, instalación de James Turrell. La oferta artística de la zona se completa con muestras y experiencias como las que proponen el museo MACA, Campo Garzón, la feria Este Arte, el Festival Focus y las galerías Sur, Del Paseo, W y Tomás Redrado.
En el futuro, la Fundación Cervieri Monsuárez impulsará también un programa de residencias, para consolidarse como un punto de encuentro para la comunidad local e internacional. “Queremos crear un espacio de intercambio, aprendizaje y transformación –dicen sus fundadores- que contribuya al desarrollo cultural y a la integración de Uruguay en el circuito artístico global”.
Para agendar:
Muestra de Gabriel Chaile curada por Pablo León de la Barra en Fundación Cervieri Monsuárez (Eugenio Sainz Martínez esq. Los Cisnes, José Ignacio, Uruguay), del 6 de enero al 20 de abril. De lunes a domingos de 17 a 21, con entrada gratis. El 6 a las 19 habrá una conversación abierta entre el artista y el curador.