Con el poder de la luz
La retrospectiva de Luis Tomasello en el CCR pone en foco la trayectoria del cinético enamorado de Mondrian y amigo entrañable de Cortázar, de los tiempos de París
No es un juego de coincidencias, pero podría serlo. Luis Tomasello está de regreso en Buenos Aires para exhibir la colección que donó al Macla (Museo de Arte Contemporáneo de la Plata), en la sala Cronopios del CCR, con la curaduría de Jorge Taverna Irigoyen. Que la sala se llame Cronopios es una invitación al recuerdo de la larga amistad que unió al artista con Julio Cortázar, durante los largos años de voluntario exilio en París. Tomasello recuerda al flaco y largo Julio; habla de su muerte; de la delicadeza de sus gestos y de la palabra con que juzgaba su obra cuando decía que "peinaba minuciosamente la cabellera de la luz". De la amistad del pintor y el escritor nacieron libros, como Negro el 10, que expresa en la palabra y en la imagen una sensibilidad compartida.
La retrospectiva coloca en su justo lugar la gran aventura estética de su premiada "Atmósfera cromoplástica" y llega en un momento oportuno, cuando el artista platense goza de gran popularidad en el coleccionismo internacional y su obra fue distinguida el año último con el Premio de Honor del Banco Central de la República Argentina, instituido por iniciativa de Martín Redrado.
El hombre que nació un año después del comienzo de la Primera Guerra Mundial sonríe; no se jacta frente al éxito de sus obras en los remates neoyorquinos. Esta revalorización corre en paralelo con la puesta en valor de la corriente abstracta del arte rioplatense, iniciada por el constructivista oriental Joaquín Torres García, que ha sido en los últimos años eje de revisiones teóricas de gran aliento, a partir de las muestras y los libros de Mario Gradowczyk; de la exposición organizada por Fundación Proa en colaboración con la Gamex de Bergamo y, sin duda, por el estímulo sostenido para la tradición que une a Torres García con Soto, Tomasello, Le Parc, Cruz Diez, Mira Schendel, Ferrari, Iommi, Oiticica, de la venezolana Patricia Phelps de Cisneros, a partir de su propia colección con destino itinerante.
¿Por qué no arquitecto?
Luis Tomasello nació en La Plata en 1915. Por un mandato interior que aún hoy mantiene como un interrogante, estudió en la Pueyrredón, primero, y luego en la Escuela Ernesto de la Cárcova. Se recibió de profesor de dibujo con una inquietud subterránea: ¿por qué no había sido arquitecto? Hay en su ADN una fuerte impronta constructiva, definida por su padre, italiano de Sicilia, de una región cercana al Etna, que trabajaba de albañil y en los ratos libres hacía unas macetas maravillosas, decoradas con mosaicos. "Era un hombre sensible; trabajé con él mientras pensaba qué hacía con mi título de profesor de dibujo y la necesidad de ganarme la vida".
La muestra comienza con sus trabajos iniciales, más gestuales que geométricos, que eran intentos en una búsqueda inquieta. "Experimentos -dirá Tomasello-. No sabía pintar; miraba a Cézanne, buscaba un camino y rumiaba mis propios pensamientos."
A los noventa y cuatro, mantiene su rutina de cuatro horas diarias de trabajo y sigue viviendo en la misma casa parisiense del vecindario del cementerio Père-Lachaise. Es de los que afirman que París es la capital del arte, la única. Nada, ni el tiempo ni la distancia, ha cambiado sus convicciones. "En mis primeros trabajos no tenía una pintura propia, una cocina, hasta que en los cincuenta viajé a Europa. Recorrí Francia, Italia, España, Inglaterra... De regreso en Buenos Aires, tardé seis meses en decidir la vuelta a París, pero cuando lo hice tenía claro que mi búsqueda era la geometría. Lo descubrí en la galería de Denise René al ver la obra de Piet Mondrian, a quien considero mi maestro, más que por el uso del color y por la línea, por el principio rector de "hacer lo máximo con lo mínimo".
Su conquista fue "liberar con rigor geométrico y plástico las emociones de la materia", dicho con palabras de Julio Cortázar, integrante de esta troupe de argentinos anclados en París, como Le Parc y Arden Quinn, con quienes comparte la vehemencia de los noventa bien vividos. Ahora, sentado en la sala Cronopios en el esplendor de la esperada retrospectiva, intercambia con Claudio Massetti, director del Centro Recoleta, recuerdos de su dupla con Cortázar, compinches en las cosas simples de la vida, como armar una biblioteca, enamorarse de una casa en Provenza, sin paredes, pero con una puerta medieval que valía todo lo demás. Con Le Parc integró el grupo de artistas cinéticos del grupo GRAV (Groupe de Recherche d´Art Visuel) en los tempranos sesenta. Para algunos críticos, allí está la simiente de una relación con las investigaciones visuales de Víctor Vasarely; pero Tomasello -lo repite- se siente deudor confeso de la obra de Mondrian. De la geometría plana pasó al relieve y descubrió la incidencia de la luz por pura casualidad, observando una barritas colocadas de forma simétrica que alteran la percepción y el color por el juego de la luz. Malevich y el blanco sobre blanco en el ejercicio de la percepción se vuelve gris; o el negro sobre negro al que la luz otorga otra intensidad.
Esa mutación lumínica tuvo una génesis gloriosa en una histórica muestra organizada por la inefable Denise René: Vasarely, Calder, Tyngueli, y el venezolano Jesús Soto, entre otros intérpretes del arte en movimiento que se vuelve ilusión, alentaron el desplazamiento azaroso del espectador. El virtuosismo de la construcción, su ajustada racionalidad, libra una batalla contra el movimiento informalista y es el capital de la geometría aliada de la luz. Tomasello ha vuelto al origen: sus obras semejan maquetas de laborioso arquitecto, pequeñas ciudades vistas desde lo alto. Más de setenta trabajos cedidos por César López Osornio, del Macla, y el aporte curatorial de Jorge Taverna Irigoyen colocan al platense en su merecida dimensión.
© LA NACION
FICHA. Luis Tomasello, muestra antológica