Con El jugador, sigue la lectura colectiva #Dostoievski2020
Apenas después de concluir la lectura colectiva de Noches blancas (1848), con el hashtag #Dostoievski2020 comienza hoy la "tuiterlectura" de El jugador, otra novela corta del gran escritor ruso Fiodor Dostoievski (1821-1881). Para varios lectores, entre ellos Jorge Luis Borges, J. M. Coetzee, Orhan Pamuk y Albert Camus (que lo consideró el "verdadero profeta" del siglo XIX), fue un escritor cuya audiencia no era otra que la humanidad. "Como el descubrimiento del amor, como el descubrimiento del mar, el descubrimiento de Dostoievski marca una fecha memorable de nuestra vida -escribió Borges en el prólogo de Los demonios-. Suele corresponder a la adolescencia, la madurez busca y descubre a escritores serenos".
Sin embargo, por su tono y argumento, se puede decir que El jugador (1867), protagonizada por un joven que se vuelve adicto a la ruleta en obediencia a su enamorada, pertenece a una etapa serena (o al menos irónica) en la agitada vida del autor, que la escribió en poco menos de un mes, después de finalizar Crimen y castigo. "Pero, en fin, había recibido su encargo: ganar a la ruleta de la manera que fuese. No tenía tiempo para pensar con qué fin y con cuánta rapidez era menester ganar y qué nuevas combinaciones surgían en aquella cabeza siempre entregada al cálculo", se lee en el primer capítulo.
"A esa obra está ligado también el nacimiento del amor entre Dostoievski y su joven taquígrafa Anna Snítkina -cuenta el investigador en literatura rusa y traductor Omar Lobos-. A menudo, como es una obra breve y muchos leen poco más que eso de Dostoievski, se habla de la relación entre él y el juego, cuando esto fue algo que tuvo que ver con las estancias europeas de Dostoievski. Nunca fue un jugador en Rusia". La acción está ambientada en Roulettenburg, una ciudad balnearia alemana.
Hasta el 29 de julio se leerá El jugador. "Después seguimos con Memorias del subsuelo (1864) y Crimen y castigo (1866) -dice Diego Cano (@DC_1867), organizador de la maratón dostoievskiana en Twitter-. Recién acabamos de terminar Noches blancas y antes leímos Los hermanos Karamázov (1880) y Los demonios (1872)". En 2020 se cumplen 140 años de Los hermanos Karamázov, la novela más filosófica del autor, publicada meses antes de su muerte.
Como ocurre desde #Dante2018, la lectura colectiva de La Divina Comedia ideada por Pablo Maurette, participan de estas tourneés literarias muchos lectores de habla hispana. "La mayoría son de la Argentina -dice Cano-, pero hay lectores de España, Colombia y toda Sudamérica. No es una lectura masiva porque Los hermanos Karamázov es un libro extenso y pocas personas se atreven a ese desafío. En Noches blancas habremos sido más de cincuenta leyendo y comentando en forma diaria". Se hacen apuestas para que la ronda que se inaugura con El jugador atraiga a más seguidores.
Para Cano, autor de Franz Kafka. Una literatura del absurdo y la risa (Barenhaus), hay mucho interés en los clásicos. "Aunque no sea una lectura masiva, los que se enganchan se convierten en adictos a leer y compartir lecturas por Twitter", señala. Además de #Dostoievski2020, lanzó al ruedo digital #Kafka2018, #Lorca2018, #Aira2019 y #Arlt2019. Para cuando el año de la peste haya quedado atrás, asomará #Flaubert2021.
"Quería leer o volver a leer a una de las influencias más importantes sobre Kafka, Roberto Arlt, Juan José Saer y muchos más -agrega Cano-. Leer casi todo Dostoievski de un tirón es increíble. A mí me cambió la idea de realismo más apegado a representar la realidad por algo muy imaginativo, preocupado por la forma en primer punto, poético, y, por tanto, bien literario".
El jugador inspiró la ópera homónima de Serguéi Prokófiev y fue llevada al cine varias veces. Se destacan las versiones de Robert Siodmak (The Great Sinner, 1949) y la de Claude Autant-Lara (Le joueur, 1958). En 1980, el director Aleksandr Zarjí rodó la película Veintiséis días de la vida de Dostoievski que narra la historia de la escritura de esta novela.
Orhan Pamuk, lector de Dostoievski
El Premio Nobel de Literatura 2006 dedica a Dostoievski un texto en su volumen Otros colores, que reúne artículos, ensayos y apuntes.Reproducimos un fragmento sobre su lectura de uno de los títulos clásicos del escritor ruso.
Recuerdo muy bien la primera lectura de Los hermanos Karamazov a los 18 años, solo en una habitación de una casa que daba al Bósforo. Era el primer libro de Dostoievski que leía. En la biblioteca de mi padre había una traducción turca publicada en los años cuarenta a partir de la versión inglesa de Constance Garnett y el título de aquella novela, que de una manera misteriosa sugería todo el exotismo, la diferencia y la fuerza de Rusia, llevaba bastante tiempo llamándome a un mundo nuevo.
Como todos los grandes libros, Los hermanos Karamazov tuvo dos efectos instantáneos en mí: me hizo sentir al mismo tiempo que no estaba solo en el mundo y, por otro lado, que era alguien desamparado, solo en mi rincón. Al ir viendo complacido lo que la novela me mostraba poco a poco, sentía que no estaba solo porque, como me suele pasar cuando leo grandes libros, las ideas que tanto me agitaban ya se me habían ocurrido antes, y algunas escenas y entonaciones escalofriantes casi las recordaba como si las hubiera vivido. Por otro lado, mi primera lectura del libro también me daba la sensación de soledad puesto que me mostraba ciertas verdades básicas sobre la vida de las que nadie hablaba, que nadie mencionaba.
Me daba la impresión de ser el primero que lo leía. Era como si Dostoievski me susurraba al oído cosas privadas sobre la humanidad y la vida que nadie más sabía. Esa información secreta tenía tanta fuerza y era tan inquietante que cuando me sentaba a cenar con mis padres o cuando, como siempre, intentaba charlar con mis compañeros en los atestados pasillos de la Universidad Técnica de Estambul, en los que siempre se hablaba de política, sentía que el libro se agitaba dentro de mí y que la vida ya no sería la misma; notaba que frente al mundo grande, amplio y sorprendente de la novela, mi propia vida y mis preocupaciones eran pequeñas e insignificantes. Me apetecía decir: "Estoy leyendo un libro que me agita, que está cambiando mi mundo entero y eso me asusta".
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