Con canciones y lecturas botánicas se despide el festival infantil Filbita
Hoy, en el último día habrá actividades para todas las edades en la Usina del Arte; el cierre será a pura música, lecturas y poesía
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Esta tarde, con una lectura con música y poesía, termina el Filbita. A las 18.30, en el patio central de la Usina del Arte, el festival se despide hasta el año que viene con “Canciones y lecturas botánicas”, con curaduría de Mariana Cincunegui, participarán con lecturas Sylvie Neeman, Cristina Macjus, Melina Pogorelsky, Paula Bombara; con ilustraciones, María Elina, Istvansch, Lorena Ruiz, Leila Iovine y Pablo Elías; y con música, Juan Mayo, Agustina Gómez y Cincunegui.
Hoy a la mañana, en el Jardín Botánico, hubo talleres y charlas entre plantas y flores. Nueva sede del festival, el bellísimo jardín también recibió ayer chicos y familias para participar de un recorrido poético en la naturaleza.
Por suerte, el buen clima acompañó en las dos mañanas botánicas. Igual, no se iba a suspender por lluvia. Porque aún entre toda esa naturaleza crecida -y catalogada- del Jardín Botánico Carlos Thays, habría lugar para refugiarse. Pero no fue necesario. La mañana de sábado resultó luminosa, y así fue sencillo encontrar el edificio de ladrillos rojizos en medio de tanto verde, y llegar a una de las sedes del Filbita, la Biblioteca Infantil de la Naturaleza, que este año cumplió una década.
Y ahí estaban los niños, sentándose cada uno sobre una alfombra individual como si fuera de pasto, que algunos deslizaban y corrían hacia adelante, para estar bien cerca de la gran mesa extendida y baja, que les permitía mirar, tocar semillas, dibujar. Es que así fue planteada la actividad “Recorrido +taller: semillas viajeras”, a cargo de Rocío Contestin, Carla Ortiz y Adriana Burgos. Una de las más de 40 propuestas que trajo esta edición número 12 del Filbita.
La actividad, pensada tanto para niños desde los cinco años, abrió con la invitación a sacar de los frascos que se iban a acomodando distintos tipos de semillas. Mientras escuchaban y veían las ilustraciones de los dos cuentos que se leían frente a ellos, “Diez semillas”, de Ruth Brown (Brosquil), y ¡A viajar, semillas!, de Lorena Ruiz (Periplo), historias que hablaban sobre los recorridos que hacen los frutos una vez que salen de la planta, empezaron a circular unas lupas. Grandes. Y el objetivo fue que pudieran investigar la que cada quien había elegido. “Yo quiero las naranjas”, dijo una nena de unos cinco años, refiriéndose a los lentejones. Otra pidió “las bien chiquitas”, por las de amapola. Sobre el final, los invitaron a dibujar y contar un cuento sobre todo lo que habían visto y tocado.
Sobre el sentido de esta experiencia, Rocío Contestin, que trabaja en el área educativa del Botánico, dijo a LA NACION: “Esta propuesta surgió cuando se planteó incluir al Botánico como una de las sedes del Filbita. La idea era que vieran cómo podían viajar las semillas y entendieran sobre la diversidad y maravillas de la naturaleza”.
Si bien la mayoría de los niños tenían entre tres y seis, algunos más grandes fueron los que completaron el recorrido de la propuesta, al poder contar una historia, dibujar, pintar. Adriana Burgos, coordinadora del área de Educación del Jardín Botánico, y a cargo de su biblioteca, subrayó en relación con esta experiencia: “Nuestras actividades apuntan a despertar la curiosidad por la naturaleza, por esto que nos rodea y tal vez pasa desapercibido: las plantas y las semillas. Esta fue pensada para un público muy amplio. Una parte de exploración, eso que hicieron los más pequeños: las tiraron, las tocaron, las volcaron; y otra, para escribir una historia sobre esa semillas, que la hicieron los más grandes”.
Un mapa para llegar a un jardín
Las lupas para ver las semillas tenían unas cuerdas para colgarlas; a algunos les costó regresar sus nuevos collares con lo que habían descubierto mundos. Pero había que seguir. Algo nuevo venía también en ese espacio. En unos minutos, todos los elementos de la actividad anterior ya no estaban sobre el mantel blanco de la mesa baja. No así los marcadores ni los lápices. Seguían ahí, como los restos de semillas sueltas acá y allá. En continuado, la mayoría se quedó y se sumaron más. Los nuevos llegaron con libros para firmar.
Es que estaba anunciado a las 12 del mediodía “Encuentro con autor. La flor del lado de allá”, a cargo del ilustrador y escritor brasileño Roger Mello, al que los chicos siguieron sentándose como él, frente a la mesa baja, sin saber que estaban al lado de quien en 2014 recibiera el premio Hans Christian Andersen como ilustrador o el otro premio suizo Espace-enfants en 2002, y otros más y que subrayara como algo “fantástico” su invitación al Filbita.
Los niños miraron cuando una chica se acercó con un libro grande para que el escritor lo firmara, y luego de hacerlo, se escuchó: “Para mi amiga Flor, con naturaleza y poesía”. Los niños esperaban. Y seguían mirándolo, algunos con ese poco disimulo de primera infancia que iba a las flores amarillas, a las hojas sobre el negro de la camisa. Alguien le preguntó al invitado si quitaban las semillas que habían quedado de la actividad anterior. “No, déjalo así. Son bonitas las semillas”, dijo en su castellano con música del portugués.
Entonces sí, arrancó: tenían que construir un “mapa”, así lo dijo. “Ah, cómo una búsqueda del tesoro”, contestó una nena y, enseguida, Roger agregó: “Sí, porque no hay tesoro más preciado que la naturaleza”. Pegaron una hoja blanca al lado de la otra, con cinta. Serían unas diez y cubrió toda la mesa. La consigna: dibujar plantas y animales desde la propia creación. “Ya que estamos aquí, ¿por qué no hacemos un jardín botánico inventado?”, dijo Mello. Y por un rato fue un chico más, concentrado en sus trazos, en responder lo que le decía el que tenía enfrente o al costado, a igual altura. “Lo que me parece fantástico -dijo Mello- de que trabajamos con una hoja tan grande, es porque la creación de cada uno, invade la creación del otro. Trabajamos una subjetividad que toma en cuenta la interacción con la otredad”.
Más tarde, una vez hecha la experiencia, Mello diría: “Hicimos un mapa abierto integrado a este jardín, que es un jardín de percepciones, de abrir la percepción para que el artificio del arte venga de la naturaleza. Un ejercicio de observación artística. Los niños y niñas ya lo tienen. Lo que hicimos no fue tanto hablar, si no trabajar con el oficio del arte visual como expresión narrativa”. Algunos hablaban en tanto pintaban. Pero la mayoría de los niños lo seguía desde el ritmo de los trazos, con el disfrute en la punta del marcador.
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