Como una oda a la naturaleza, Vivian Suter expone su taller en el Retiro madrileño
MADRID.– El edificio neorrenacentista posee, desde hoy, una atmósfera selvática. Este espacio ubicado dentro del pulmón de la ciudad, el Parque del Retiro, se parece mucho al taller de Vivian Suter (Buenos Aires, 1949), artista radicada desde hace tres décadas en la selva de Guatemala. Es aquí, entre árboles, senderos, caminos de tierra y un lago, en el Palacio de Velázquez, una sala de exposiciones que pertenece al Museo Reina Sofía, donde la argentina presenta una amplia exposición de su obra, una oda a la naturaleza.
Más de 500 pinturas, la mayoría de ellas traídas desde Guatemala, México y Suiza, desembarcaron en Madrid para ofrecer, en este contexto idílico, su expresión: pintura abstracta e improvisación artística donde conviven lienzos sin marco, superficies acuosas y telas. “Más allá de la figura del artista extranjero seducido por el exotismo, ella es una forastera que crea un nuevo vínculo entre cosmovisiones”, explicó hoy el curador de la muestra, Manuel Borja-Villel. Si bien la obra de Suter no pasará a formar parte de la colección del Reina Sofía, cada vez más el arte latinoamericano, o vinculado a la región, gana espacio en este museo, el más visitado de España.
La historia detrás de la historia
Su padre, suizo, y su madre, austriaca, escaparon del nazismo durante la Segunda Guerra Mundial y se instalaron en Buenos Aires, en el barrio de Belgrano. Allí se conocieron y también allí nació y creció la artista, que a los 12 años se mudó con su familia a Basilea: “Tengo los mejores recuerdos del país. Siento nostalgia”, dice a LA NACION en perfecto español, con algunos dejos rioplatenses. Suter decidió ingresar en la Escuela de Arte, pese a la oposición de su padre, quien soñaba para ella otra profesión; su madre, también artista, intervino a su favor. Vivan Suter y Elizabeth Wild, hija y madre, pintaron juntas hasta que Wild falleció el año pasado, a los 97 años.
Suter dejó Basilea en 1982, cansada del snobismo, las convenciones y la solemnidad del mundo artístico. Inició un viaje que tuvo a Los Ángeles como primer destino, pasó por México y cuando llegó a la frontera de Guatemala sintió curiosidad, una especie de imán que la llevaría a una antigua plantación cafetera junto al lago Atitlán. “Tomé un autobús que me dejó en un pueblo donde alguien me dijo que había un lago muy lindo que debía conocer. No tenía mayor idea de lo que estaba pasando en Guatemala en 1983, nadie por acá hablaba de la guerra y todo eso, simplemente me dio curiosidad y decidí bajar por esa carretera sinuosa y, cuando llegué a Panajachel, me gustó tanto que decidí quedarme un tiempo y pasaron ya casi cuarenta años”, le contaba a Javier Payeras en el texto que acompaña el catálogo de la muestra.
En ese paraíso selvático, a tres horas en auto de la ciudad de Guatemala, se casó, tuvo un hijo, Pancho, y ahora es abuela; respira a diario oxígeno junto a su familia. También se despoja de ciertas comodidades de la vida urbana y ha sobrevivido a feroces huracanes y tormentas tropicales que dañaron sus obras o las mancharon de barro, motivo por el cual, bromea, puede considerarse a la naturaleza, en ocasiones, como coautora de su trabajo.
“Mi vida no cambió mucho con la pandemia. Falleció mi madre, que estaba conmigo, pero después de esta soledad, no se ha modificado demasiado y eso significa que estoy en un buen camino”, reflexiona, en la charla con LA NACION. Con voz amable, pausada, Suter expresa la necesidad de tener una existencia ecológicamente consciente. Es aquí donde encuentra las musas de su arte que se fue tornando cada vez, cada año, con cada creación, más orgánico. Considera que sus piezas son objetos vivos, no pinturas, por eso busca que estén en comunicación, en una especie de diálogo que construye a partir de la distribución de sus creaciones. Suter es también una pionera a la hora de destacar la fuerza creadora y destructora de la naturaleza, pero, admite, “mi obra no tiene un mensaje, no creo ni trabajo con el intento de decir algo porque eso me quitaría la libertad”.
La obra de Suter se ha expuesto en el Museo Tamayo de la Ciudad de México (2012), en Art Basel Cities Buenos Aires (2018), más precisamente en la ex-Cervecería Munich; en The Art Institute de Chicago (2019), en The Institute of Contemporary Art de Boston (2019), en la galería Tate de Liverpool (2019) y en el Camden Art Centre de Londres (2020). En 2021 recibió el Prix Meret Oppenheim, en Suiza, un reconocimiento a personalidades que trabajan en pos del diálogo dentro y fuera del país.
La muestra que Suter presenta en Madrid se podrá visitar hasta mayo de 2022; propone un recorrido por el ecosistema creativo de esta artista original: “Deseo seguir trabajando el mayor tiempo posible y encontrando en la vegetación, en los animales, en la naturaleza, nuevas maneras de reflejar su energía”.
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