Como una madre
EL GENIO FEMENINO 2. MELANIE KLEIN Por Julia Kristeva-(Paidós)-Trad.: Jorge Piatigorsky-316 páginas-($ 20)
Exceptuando a los kleinianos, ¿quién se atrevería a decir, entre las líneas de un libro que es un verdadero homenaje, "queríamos tanto a Melanie", a esa misma Melanie cuyas interpretaciones nos parecen a veces demasiado directas o brutales y a quien Lacan bautizó, en lo que a su modo era también quizás un homenaje, "la tripera inspirada"?
Ciertamente, a Julia Kristeva no le faltan inspiración ni materia prima para tomarse ese feliz atrevimiento y, teniendo en cuenta la delicadeza del caso, dejar marcados algunos reparos en toques irónicos que rozan más el humor que la malicia. Porque el aliento que anima el libro es sin duda la admiración. Porque, si todavía es admisible hablar de sentimientos (¡oh, palabra denostada!), el de Kristeva para con Melanie Klein es más de gratitud que de envidia. Relación extraña -afirmarían ambas- entre dos mujeres, y que ese extraño intervalo espacio-temporal que implica una lectura hace posible.
Ese mismo sentimiento campea en los tres tomos de El genio femenino (subtitulado "La vida, la locura, las palabras"), dedicados respectivamente a Hannah Arendt (el primer tomo, ya traducido en esta misma colección), a Melanie Klein y a Colette. Un tríptico especular, tal vez, para Kristeva, que supo incursionar en el pensamiento, en el psicoanálisis y en la literatura -con desiguales resultados- y que se afirmó siempre en una suerte de "feminismo inteligente", fundamentado en la razón y sin tintes de militantismo.
En este segundo tomo esboza, primero, la biografía de Klein (Viena, 1882), marcada por la figura imponente de su madre, Libussa Deutsch, por su matrimonio malhadado con Arthur Klein, con quien tuvo tres hijos (Melitta, Hans y Erich) y por sus sucesivas mudanzas: en 1913 a Budapest (donde se analizó con Sandor Ferenczi y analizó a su propio hijo, Erich, presentado luego como el caso Fritz); en 1920 a Berlín (donde continuó su análisis con Karl Abraham); y finalmente en 1926, ya separada de su marido, a Londres, donde se convertiría en una figura señera del psicoanálisis británico.
A lo largo del libro, en el que no faltan referencias a distinguidos discípulos de Klein como Bion, Tustin o Winnicott, Kristeva acentúa las relaciones conflictivas entre la "matriarca del psicoanálisis" y las figuras femeninas que le fueron cercanas y/o compitieron con ella: su hija Melitta, que le reprochó sus deficiencias como madre y, convertida en psicoanalista de niños, atacó sus posiciones teóricas; Anna Freud, que la acusó de no ser fiel a su padre Sigmund y con quien mantuvo una controversia que hizo historia; y finalmente sus seguidoras favoritas, entre las que se destacan Paula Heiman, Susan Isaacs y Joan Riviére, que fueron objeto de "palabras malévolas" en ciertas manifestaciones de Klein, "teórica de la envidia" y presuntamente no ajena -sugiere suspicazmente Kristeva- a ese sentimiento femenino "inanalizable".
En medio de estas pasiones encontradas, Melanie Klein abrió la senda del psicoanálisis de niños, inventó la técnica del juego y gestó una teoría fuerte, generalmente formulada de un modo muy esquemático pero basada en una fructífera experiencia clínica. "El lugar por lo menos modesto que ocupa la madre en la teoría de Freud ha llevado a sus sucesores, entre ellos Melanie Klein, a un exceso polémico inverso", escribe Kristeva. Y ese exceso polémico consiste en atribuirle a la madre un papel casi exclusivo en la iniciación de la vida psíquica del niño, considerada entonces mucho más precoz.
Contrariamente a Freud, que considera en los albores de la vida un estado anobjetal, Klein afirma que las relaciones objetales existen en la vida del niño desde el comienzo, siendo su primer objeto el pecho materno, que además de existir en el exterior se constituye como "objeto interno". La precocidad de las relaciones objetales, de la culpa, del superyó y del conflicto edípico determina, en la teoría kleiniana, el "universo dantesco" de las fantasías del niño.
Kristeva analiza con minucia y pasa por el tamiz de su interpretación las nociones centrales de Klein, en la que parece encontrar un referente para construir la genealogía de su propio pensamiento. Así, cuando define la "fantasía" kleiniana como un "conglomerado de los diversos aspectos de la representación, sensaciones, olfatos, emociones, actos, representaciones verbales y no verbales", no es difícil remitir esa noción a lo que ella denomina desde 1969 lo "semiótico", concepto que luego amplió en su trayectoria y en el que incluyó, particularmente a partir de su trabajo sobre Proust ( Le temps sensible: Proust et l´expérience littéraire , 1994), el mundo de sensaciones, emociones y representaciones que se ligan con el arcaico continente materno y que logran trasponerse en lo simbólico en las manifestaciones literarias. La "analista-madre arcaica" podría haber sido siempre una fuente de inspiración secreta para Kristeva, que afirma que "Melanie está allí para ser superada, como una madre, como una verdadera madre... Muy diferente de las madres reales que nos refrenan: muy diferente de la madre real que también fue ella".
Tal vez Kristeva exagere un poco cuando, en su afán por legitimar sus ideas acerca de lo arcaico, apela al innatismo y a algunas observaciones inspiradas por el cognitivismo, tan alejado de las concepciones psicoanalíticas en las que ella se inscribe. Tal vez deje traslucir demasiado un oscuro resentimiento para con Lacan cuando, precisamente bajo el subtítulo "Envidia y gratitud", se extiende sobre ciertos episodios entre bambalinas a partir de los cuales Klein habría dejado de confiar en él. Pero esos detalles no bastan para ensombrecer el conjunto.
Porque este libro que es, ante todo, un texto teórico, y en el que la implicación subjetiva de Kristeva agudiza la imaginería y las sutilezas de su lenguaje (muy bien traspuestas por el traductor, Jorge Piatigorsky), deja entrever la pasión, muchas veces velada, que es el motor de la crítica y de la teoría. Porque es a la vez un gran relato, protagonizado por una mujer audaz y sorprendente que planteó nuevos interrogantes y abrió nuevos caminos en el psicoanálisis. En ese relato el lector quedará atrapado, pero no "sin salida", porque saldrá de él deseando leer a Melanie o volver a leerla, conocerla o reconocerla.
Hay que destacar, finalmente, la calidad de los textos de esta colección dirigida por Ana Amado y Nora Domínguez, "Género y cultura", que incluye no sólo buenos títulos traducidos sino también excelentes producciones locales.
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