Como una estrella de rock en el Malba, Julio María Sanguinetti celebró la creación
En una conferencia que integró los festejos por los veinte años del museo, el expresidente uruguayo fue muy aplaudido al hablar sobre Rafael Barradas y las vanguardias artísticas
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Semanas atrás, cuando recibió la invitación del Malba para dar una conferencia en Buenos Aires sobre las vanguardias, Julio María Sanguinetti no aceptó de inmediato. El expresidente uruguayo, actual secretario general del Partido Colorado, llamó primero a Pablo da Silveira, ministro de Educación y Cultura de Uruguay, que pertenece al Partido Nacional (o “Blanco”) en un gobierno de coalición. “Yo acepto encantado –le dijo–, pero sólo si no encontrás inconvenientes”. “No sólo no manifesté inconvenientes, sino que le pedí por favor que viniera para jerarquizar la presencia uruguaya en esta celebración”, dijo el martes Da Silveira en el auditorio del Malba, cuando el museo fundado por Eduardo Costantini celebró dos décadas con la inauguración de una muestra dedicada a Rafael Barradas.
Maravillado ante esos gestos que expresan la cultura de un país civilizado, tan cercano geográficamente al nuestro y tan distante en sus formas, el público porteño reaccionó de inmediato con un gran aplauso. Como lo hizo nuevamente hoy, cuando Sanguinetti fue recibido como una estrella de rock al ofrecer en el mismo espacio su charla dedicada a “la fuerza de la vanguardia”.
“Así como nuestra América Latina hoy nos preocupa tanto, nos desafía tanto con sus desencuentros, a veces con sus miserias, también América Latina es ésta, América Latina es la creación. La América Latina que se eleva por encima de todas esas ambiciones y mediocridades para mostrar la mejor dimensión de nosotros. La de la espiritualidad, la de la mirada hacia arriba, la de la exaltación humana que sólo representa el arte”, dijo Sanguinetti al término de la conferencia, que ofreció parado y con gran agilidad, a sus 85 años, sin leer una palabra.
Mientras repasaba con entusiasmo la vida y obra de Barradas como si se tratara de un gran amigo, lo escuchaban atentamente desde las primeras filas de un auditorio lleno Santiago Soldati, Carlos Fontán Balestra, Ricardo Esteves, Guillermo Ambrogi, Luis Brandoni, Mini Zuccheri, Magdalena Cordero, María Casado Sastre, Jorge Rendo, Norberto Frigerio, Gervasio Marques Peña y Carlos Enciso, embajador de Uruguay en la Argentina, entre otros. “No dio una conferencia, dio un concierto”, se escuchó decir más tarde a alguien del público.
Su fascinante relato hizo hincapié en la forma en que Barradas, Joaquín Torres García y Pedro Figari, tres artistas uruguayos descendientes de inmigrantes, lograron impulsar en Europa con “actitud de cambio” una “fuerza creativa removedora” que influyó según él en sus pares europeos. Recordó así que el “periplo vital de gran creatividad” de Barradas se inició en 1913 en Milán, donde se encontró con los futuristas liderados por Filippo Tommaso Marinetti. “Él entra en esa búsqueda, pero no la del acero sino la del ritmo. Quería mostrar la vibración de los tiempos, por eso a su movimiento lo llamó vibracionismo –señaló Sanguinetti–. Pinta los cafés, que es el diálogo. Pinta la ciudad humanizada”.
Su búsqueda continuó en ciudades como Barcelona, “donde estaba Gaudí, y apenas se insinuaban Picasso y Miró”, y Madrid, “donde encuentra todo el movimiento ultraísta”. “Hombre de peñas y de tertulias”, se vinculó con Salvador Dalí, Luis Buñuel, Ramón Gómez de la Serna, Guillermo de Torre y los hermanos Borges: Norah y Jorge Luis. Hasta que contrajo tuberculosis y regresó a Montevideo, donde murió en 1929. Tenía apenas 39 años.
“Pasa, con [Pedro] Figari, lo que pasa con nuestras cosas –le había escrito Barradas a su amigo Torres García en 1926-. Pasa lo único que tiene que pasar. Es hombre camino, como nosotros. Hombre flecha, flecha que va a un blanco. Aunque no se dé en el blanco, ya es importante –tal vez lo único– tener blanco. Una flecha sin blanco no es flecha; es el caso de muchos hombres”.
Hombres flecha como Sanguinetti y Costantini, podría decirse, cuyo vínculo se remonta hasta mucho antes de la creación del Malba. Cuando el empresario argentino exhibió su colección en el Museo Nacional de Artes Visuales de Uruguay, en 1996, el entonces presidente cuidó en su despacho dos de sus obras más importantes, de Frida Kahlo y Tarsila do Amaral, mientras aguardaban para ser prestadas a otra muestra internacional. Una forma de mostrar “la mejor dimensión de nosotros”, dos países unidos por el Río de la Plata, descendientes de inmigrantes que alguna vez supieron construir puentes en vez de grietas.
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