¿Cómo se compra una performance? La comercialización de las “artes vivas” divide las aguas
Durante arteba, la feria de arte contemporáneo que de viernes a domingo recibirá al público en Costa Salguero, cinco piezas estarán a la venta: se venden desde la propiedad intelectual hasta los registros fotográficos de los trabajos
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“¿Vas a gastar esa plata en una obra que el 99% del tiempo no está exhibida, que no podés colgar en la pared?”. Pese a la incomprensión de sus amigos, Alec Oxenford ya compró siete performances. “Es lo más fronterizo que hay en el arte contemporáneo”, dice a LA NACION el reconocido coleccionista. Ante la inauguración de arteba, donde cinco obras de este tipo estarán a la venta, la comercialización de las artes vivas plantea interrogantes y divide las aguas.
¿Qué se está adquiriendo cuando se compra una performance? Algunos artistas venden el registro de su trabajo —fotografías y videos— mientras que otros ofrecen además el concepto mismo de la obra a través de un instructivo en el que especifican las condiciones para su actualización. “La reperformance constituye, probablemente, la evolución más avanzada en la teoría y la práctica de esta disciplina”, explica el curador del programa de performance de arteba Eugenio Viola. “Implica la recontextualización de una performance realizada en otro espacio y en otro tiempo, no necesariamente por el mismo artista que concibió la acción originalmente. Por eso el ciclo se llama ‘Una vez más’. Pero no implica una reproducción: cada performance es única en su actualización del aquí y ahora”.
Mauro Guzmán es uno de los performers que venderá las instrucciones de su obra Las amargas, en Herlitzka & Co. “Mis trabajos funcionan como un laboratorio permanente, se reescriben y resitúan al contexto presente y a veces eso que parece ser un obstáculo es la llave que los potencia y resignifica”. Además explica que dentro de las condiciones de venta, se estipula que “mientras viva no la dejaría en manos de terceros totalmente”.
Las artes vivas como objeto de compraventa plantean desafíos. “He querido hacer una performance que había comprado durante un evento de arteba en mi casa en Pilar”, recuerda Oxenford. “Pero el artista se opuso porque creía que el contexto era banal, que él no había concebido la obra para ser realizada en una fiesta sino en un espacio más curado. Mi coleccionismo es para apoyar la escena, por eso decidí priorizar mi relación con el artista y darle lugar a su opinión. Sin embargo, ahí hay algo interesante: qué es lo que comprás, hasta dónde es tuya”.
En cambio, Oxenford cuenta que sí pudo realizar la performance Horses don’t lie, de Eduardo Navarro, en la cancha de polo de Martindale. En esta obra, basada en un libro sobre la experiencia del autismo como posibilidad más que como limitación, un grupo de performers con cabezas de caballo en actitud contemplativa, pastan desplazándose lentamente por el campo.
“No me parece mal que el artista conserve esa potestad de decidir cómo y cuándo se realiza”, opina Joaquín Rodríguez, coleccionista junto a Abel Guaglianone. “Nosotros compramos una performance de Osías Yanov. La hicimos dos veces más en casa, pagando los costos de producción”. Se refiere a Géminis-vulcao, realizada con una escultura de hierro ensamblada por un enhebrado de soga de algodón acompañada por un traje catsuit y dos monedas de un Real perforadas. La obra se complementa con dos registros fotográficos y un video de tres minutos que permite recomponer la acción.
En la vereda de enfrente, resuenan las palabras intransigentes de Peggy Phelan: “La única vida de la performance es el presente. En la medida en que intenta entrar en la economía de la reproducción, traiciona y reduce el compromiso con su propia ontología”. Pancho Casas, artista chileno que integró Yeguas del apocalipsis, cree, en el mismo sentido, que “la performance no se vende porque no es un espectáculo ni una mercancía”. Casas inaugurará hoy, a las 17, arteba con su intervención El rodete de Eva Perón, en alusión a las dictaduras de Chile y Argentina: este año se cumple medio siglo del golpe en el país vecino, mientras que aquí se conmemoran los 40 años de democracia. “En la repetición la performance pasa a ser un loop comercial, una historia de Instagram que pierde la capacidad de asombrar. Es la manera en que los capitales absorben los saberes del cuerpo”. Aunque no venderá la propiedad intelectual de la obra, las fotos que hizo en un estudio vinculadas a la idea de la intervención estarán en la galería Pasto.
“El mercado siempre encuentra la forma de comercializar las propuestas que tratan de escapar a esa lógica”, reflexiona Rodríguez. No es extraño que en la era digital, donde todo contacto es mediado, las artes vivas se revaloricen. “Cada vez están más en boga las obras interdisciplinarias”, dice Oxenford. “Además la performance es particularmente adecuada para redes sociales: se puede compartir por ese medio con más eficacia que otras disciplinas. Suelen ser críticas muy directas a ciertas dinámicas sociales”. El tiempo dirá si su absorción por el mercado del arte debilita la potencia de la crítica.
Para agendar
El ciclo de performance de arteba, Una vez más, auspiciado por la Fundación Williams, presenta el trabajo de cinco artistas. Las performances estarán activas en loop durante toda la jornada. “Cuando no está el performer, está el set que celebra su ausencia”, explica Eugenio Viola.
Hoy, a las 17, El rodete de Evita, de Pancho Casas (galería Pasto).
Mañana, Las Amargas, de Mauro Guzmán (Herlitzka & Co.).
El viernes, Descartes-Borderline, de Liv Schulman (Piedras).
El sábado 2 de septiembre, Arco reflejo, de Sofía Durrieu (Ruth Benzacar).
El domingo 3, Defensa Inútil, de Daniela Arnaudo (Subsuelo).