Cómo reconocer a un traficante de arte: una lista roja con bienes saqueados
El Consejo Internacional de Museos (ICOM) advierte que la demanda es creciente: “Ya no es solo un pasatiempo de ricos”
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Praga.- En un aeropuerto de Rumania, en las maletas de un individuo cualquiera, los agentes aduaneros detectaron 18 artefactos antiguos. Se les puso la mosca tras la oreja: parecían objetos sospechosos. Supieron identificarlos enseguida porque figuraban en las listas rojas que elabora periódicamente el Consejo Internacional de Museos (ICOM por sus siglas en inglés): procedían de la antigua cultura egipcia. Gracias a que estaban incluidos en una de esas listas rojas fueron interceptados y, finalmente, devueltos a Egipto, de donde nunca deberían haber salido. La historia la ha contado Mihaela Simion, arqueóloga del Museo Nacional de Historia de Rumania, en una de las mesas de trabajo de la 26ª Conferencia General del ICOM que se celebra esta semana en Praga, uno de cuyos temas de debate es el tráfico ilícito de bienes culturales, que parte de objetos robados a instituciones o de excavaciones irregulares. Un problema global que involucra a redes internacionales, destruye el patrimonio cultural de los países y, en ocasiones, sirve para financiar otros delitos.
Las listas rojas, elaboradas por equipos internacionales de expertos, dan cuenta no de los materiales robados, sino de aquellos que están en riesgo de ser objeto de tráfico. Se distribuyen a las aduanas, cuerpos de policía, casas de subastas o museos. Son como esos carteles que muestran el rostro de delincuentes o terroristas, “los más buscados”; con la salvedad de que el delito en este caso aún no se ha cometido. Es una forma de que las autoridades estén atentas, una información destinada a aquellos que no son museólogos o historiadores del arte y que no tienen por qué distinguir una estatuilla etrusca de un souvenir. Más vale prevenir.
“En los cuerpos de policía no hay expertos en arte, así que las listas son muy útiles para luchar contra los delitos relacionados con el patrimonio cultural”, explica en Praga Darinka Kolar, inspectora jefe de policía, historiadora del arte y directora del Museo de la Policía de Eslovenia. Hay ejemplos. En febrero de 2021, un conjunto de 51 monedas antiguas, de origen árabe y griego, fue entregado a la Universidad de Washington, Estados Unidos, para su estudio académico. Estas raras piezas habían sido incautadas en el puerto de Blaine, en 2017, a una persona que trataba de cruzar la frontera de Estados Unidos a Canadá. El individuo no tenía forma de demostrar la propiedad de las monedas; al examinarlas, el servicio de aduanas apreció que algunas de ellas eran similares a las que figuraban en la lista roja de antigüedades de Afganistán. Así fueron recuperadas y puestas al servicio de estudiantes e investigadores. Es difícil aventurar el volumen del comercio ilícito global de este tipo de piezas, porque no hay estadísticas exhaustivas, pero el tráfico es intenso y la demanda creciente. Ya no es solo un “pasatiempo de ricos”, alerta la organización.
Hasta el momento se han publicado 18 listas rojas que cubren unos 50 países. La última está dedicada a los países del sudeste de Europa, una región con un patrimonio cultural muy disminuido por los conflictos políticos. Incluye documentos antiguos, libros incunables, figuras grecorromanas o retratos medievales. En otoño se presentará la de Ucrania, cuya invasión por parte de Rusia ha puesto en peligro buena parte de su patrimonio. La situación caótica que se produce en países en conflicto hace que los traficantes se froten las manos: los controles se relajan y el comercio ilícito de objetos artísticos se intensifica, como ocurrió desde el inicio de la guerra de Siria. Muchas piezas acaban rápidamente ofertadas en páginas web y redes sociales. Aunque es un error pensar que el tráfico es solo un problema en zonas de conflicto.
La preocupación de ICOM no es nueva. Desde 1947 la organización lleva alertando del problema, en los años 60 y 70 era común ver anuncios sobre piezas sustraídas en sus publicaciones, y se acabaron haciendo libros donde se daba cuenta de las piezas con las que se estaba comerciando de manera irregular. “Pero en los años 90 se hace evidente la necesidad de una información que se pueda actualizar de forma más fácil y rápida, y es cuando aparecen las listas rojas”, explica Ted Oakes, de ICOM. La primera lista roja, centrada en África, se publicó en el año 2000. Ahí se avisaba de que estatuas de piedra del norte de Burkina Faso, piezas de bronce y terracota de Ife (Nigeria) o vasijas de Malí podrían caer en manos de traficantes.
¿Cómo se sabe qué tipo de piezas están en peligro? “Esa es la dificultad de hacer una de estas listas ―dice Sophie Delepierre, jefa del departamento de Protección del Patrimonio de ICOM―. Muchos de los objetos con los que se traficará todavía no han sido ni siquiera descubiertos ni saqueados, ni, por tanto, inventariados: no se pueden poner en una lista de objetos robados”. Las imágenes que se publican en estos documentos son solo orientativas, de otras piezas inventariadas similares. La idea es prever qué objetos pueden ser encontrados o robados en, sobre todo, yacimientos arqueológicos, para que las autoridades sepan reconocerlos cuando los intercepten en el equipaje de algún viajero o en una caja al fondo de un camión. “Esos bienes pueden estar protegidos por la ley en sus países, pueden ser muy demandados en el mercado y su situación puede ser particularmente vulnerable”, señala la experta. Muchas veces en el mercado de antigüedades se hace la vista gorda ante tales prácticas o son los propios actores de ese mercado los que, por propio interés, se oponen a las regulaciones, según describe el periodista alemán Günter Wessel en el informe Countering Illicit Traffic in Cultural Goods (Lucha contra el tráfico ilícito de bienes culturales), publicado por ICOM.
Los traficantes pueden ser redes organizadas, individuos imbuidos del espíritu de Indiana Jones o, incluso, personas que trafican involuntariamente: un paseante poco informado puede encontrarse una vasija antigua por el campo en un viaje al extranjero y llevársela a su casa sin tener conciencia de que esa pieza, dado su interés histórico y artístico, es patrimonio nacional. Otras veces la apropiación no es tan inocente: la Comisión Europea ha encontrado vínculos entre el tráfico ilícito de bienes culturales y la financiación de organizaciones terroristas o regímenes represivos. Por ejemplo, la Tabla de Gilgamesh, de 3.500 años de antigüedad, que fue sustraída de un museo iraquí en 1991 y vendida para financiar a grupos terroristas, fue devuelta el año pasado a Irak por Estados Unidos. En la primera guerra de Irak fueron saqueados 17.000 objetos. Otro ejemplo del uso de las listas rojas, también con material iraquí, sucedió cuando en una casa de subastas de los Países Bajos fueron detectados siete objetos ilícitos (conos tallados con escritura cuneiforme y figurillas mesopotámicas, entre ellas una de la diosa madre de la cultura Halaf) que ofrecía un coleccionista holandés y que en mayo de 2021 fueron devueltos a su país de origen.
Circunstancias como las descritas son las que impulsan la legislación de la Unión Europea en este ámbito, como la Directiva de 2014 para la “restitución de bienes culturales que hayan salido de forma ilegal del territorio de un Estado miembro”, y el último Reglamento 880, de 2019, que trata de prevenir el comercio ilícito y facilitar la devolución inmediata de las piezas interceptadas entre los estados de la Unión, con un foco especial en evitar la financiación del terrorismo. Además de las listas rojas, el ICOM trabaja alentando a los países a ratificar la Convención de la Unesco de 1970 y la Convención de UNIDROIT de 1995, ambas en torno a este tipo de comercio, así como promoviendo acuerdos bilaterales entre estados y acompañando la actividad de la Interpol. “Pero la comunicación en este sentido es esencial: en el momento en que publicamos y distribuimos las listas rojas, gran parte del trabajo ya está hecho ―concluye Delepierre―. Nadie podrá alegar que no sabía nada”.
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