Cómo escribe Paulina Vinderman, la "poeta de la década" que ganó el premio Alfonsina Storni
Desde 1999, cada diez años, la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires reconoce la trayectoria de una poeta con el premio Alfonsina Storni.
Esta tarde, a las 18, la escritora y traductora Paulina Vinderman, de 75 años, recibirá esa distinción en la Biblioteca Parque de la Estación (Perón 3326). El jurado integrado por Rafael Felipe Oteriño, Patricia Díaz Bialet, Irma Verolín y Carlos Wilson eligió a la autora de El vino del atardecer y Rojo junio y otros poemas como la poeta argentina de la década.
"La poesía siempre tendrá ojos de perro perdido,/ siempre dará luz a lo imposible", escribió. En la escritura de Vinderman se combinan cierto sentido de permanencia con un tono íntimo y reflexivo. Ante sus textos, los lectores encuentran la difícil fusión de una experiencia y (como quería Wallace Stevens) el razonamiento acerca del método de la poesía.
En 1999, la primera en obtener la distinción había sido nada menos que Amelia Biagioni y, diez años después, Esther de Izaguirre. A mediados de este año, con un envidiable sentido de la oportunidad, la editorial cordobesa Alción publicó la obra reunida de Vinderman, Tocar el cielo oscuro.
Un poema de Paulina Vinderman
Y si hubiera nacido hombre
habría sido marinero
con una azul mortaja como lecho.
Madre, no me dijiste nunca
que había que pagar un precio
para hablar con las flores.
Detrás de tantas ventanas
las mujeres se peinan para recibirlos.
No me enseñaste nunca
que había que pagar un precio
por haber nacido mujer
y marinera.
Mi amor a punto de morir
no sabe
que amo únicamente ahora
que no hay vientre ni ola ni deseo.
Mi amor a punto de morir
no sabe
que únicamente lo amo porque muere
y quedo libre de todo excepto
de escribirlo
eligiendo los momentos del goce
como un conquistador antes del oro.
Mi amor no sabe
que el único al que amé
fue aquel marino de la fotografía
que jamás conocí.
Porque me enamoraba únicamente
de los derrotados.
Porque habrá naufragado
con una azul mortaja como lecho.
Porque sus ojos eran huérfanos
como los míos,
sucios de tormentas y remedios solitarios
contra el amor, la blandura,
la nostalgia de tierra.
Madre, no me enseñaste nunca
a ordenar mis pedazos
Me dejaste cortarme, cortarme,
con cuchillos de mar y de ventanas.
«Las mujeres se peinan, decías,
para recibirlos.»
De La balada de Cordelia