Cómo es la tarea de los escribas del siglo XXI: un oficio sagrado y milenario en la era digital
Expertos en caligrafía y letras hebreas, copian a mano rollos de la Torá; se calcula que son una veintena en nuestro país, aunque no todos están en actividad; con la pandemia “fue un boom: mucha gente dio un giro hacia la espiritualidad”, dicen
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Pluma, tintero y pergamino. Luz eléctrica en lugar de la vela y un oficio milenario, basado en la escritura manual, que la tradición judía ha mantenido vivo más allá de la imprenta y la impresión digital: escribas en el siglo XXI.
En la antigüedad, un escriba era la persona encargada de copiar o pasar en limpio a mano escritos ajenos. Entre los hebreos, esta figura es también docta e intérprete de la ley divina. Ambas condiciones están presentes en los escribas que todavía hoy reproducen textos sagrados en Argentina. En total, rondan la veintena, aunque no todos se encuentran en actividad.
El escriba judío o sofer (en hebreo; sofrim, en plural) es un experto en caligrafía y normas específicas de escritura relacionadas con las formas y el trazado de las letras hebreas. Está habilitado para transcribir la Torá y textos religiosos como los utilizados en la filacteria: el tefilín, que son las cajitas que albergan pasajes de las escrituras y que se colocan sobre brazos y cabeza los varones mayores de 13 años para los rezos, y, entre otros, la mezuzá (en plura, mezuzot), objeto de protección o amuleto que se coloca envuelto, también dentro de una caja, en el marco derecho de las puertas de las casas (a excepción de los baños).
Una mayoría de los sofrim locales se forma en Israel, donde se otorgan los títulos oficiales válidos en todo el mundo. En la ortodoxia, no hay mujeres escribas por argumentaciones de “purificación ritual”.
Mendy Yanklewicz: “La pluma debe ser de pavo; la tinta, vegetal, y el cuero, vacuno”
Mendy Yanklewicz es rabino en el Hogar LeDor VaDor, integrante de la Fundación Jabad Lubavitch y escriba especializado actualmente en mezuzá y tefilín. Durante una época, se dedicó a la restauración de libros de la Torá. “La labor del escriba siempre es la copia de las escrituras de la Torá, partes bíblicas, una tradición escrita de copia de lo anterior. Sofer viene de la palabra mispar, que significa número, porque en su trabajo hay que contar si el texto tiene una letra de más o de menos, y si están bien. Sería un contador”, explica el experto.
Las normas de escritura varían entre las distintas comunidades judías y hay varias caligrafías para cada artículo religioso, que depende de dónde estuvo el judío por su paso diaspórico. “La letra en hebreo asirio tiene diferentes interpretaciones en relación a cómo escribirlo. Yo me especializo en la escritura cabalística, parte mística de la Torá”, explica Mendy, que es uno de los principales referentes de su comunidad.
Aficionado al dibujo desde chico, trabaja sobre un tablero inclinado o una mesa. Asume la labor, como sus colegas, como un ritual. Frente al tintero y sobre el cuero preparado para recibir la tinta (si tiene algo de pelo, se lo lija para emparejarlo), pronuncia una frase en hebreo antes de entregarse, con concentración y bajo el llamado “precepto” o intención, al copiado del texto.
Yanklewicz lleva casi la mitad de sus 40 años dedicado al oficio. La mano se despliega y escribe desde cada renglón, trazado previamente sobre el pergamino, hacia abajo, de derecha a izquierda. “Toda la escritura sacra tiene que ser escrita por una persona. Tiene que haber una concentración en aras del precepto”, señala.
La escritura de una mezuzá puede llevar de dos a cuatro horas. El texto se revisa dos veces cada siete años, tras guardarse sellado, para comprobar si las letras no se unieron por el pliego del cuero o se borraron por la humedad y si es necesario restaurarlas. Hay situaciones en que se pueden corregir y otras en que no.
En la casa de Mendy, se multiplican los libros de caligrafía. “Se debe saber cómo tiene que ser la letra, qué pasa si está medio rara. No es solo copiar figuritas, y hay que conocer las formas de las letras, cómo se hace el cuero, la tinta, bases teóricas, cómo es el tema del nombre de dios, si se puede borrar o no”, señala. Y explica que hay siete nombres para referirse a dios, según sus cualidades: “El nombre especial de dios es muy largo y no se pronuncia, de 26 letras. Los siete nombres no se pueden borrar”, apunta.
Escribir un Sefer Torá, con sus 250 columnas, puede llevar un año. Es kasher (a diferencia de una torá impresa) y se conserva en los templos. Con el tiempo, se deteriora, por lo que un sofer especializado verifica si puede restaurarse o si pueden reescribirse aquellos fragmentos sustituibles mediante el cosido al conjunto del libro de nuevas hojas de pergamino. “Cuando la letra se pone roja ya no sirve, cuando se empiezan a unir las letras y se forman otras letras, tampoco. Hay una forma de poder arreglarlas, a vece se van cayendo”, explica el escriba.
Un Sefer Torá es un encargo costoso, por el tiempo que se le dedica y la inversión en materiales. Puede rondar los 30.000 dólares. “Se puede tardar un año en escribirlo si hacés una columna por día. Algunos son más ágiles y en seis meses lo terminan, pero una vez que lo finalizás, otro sofer lo revisa con una especie de escáner, letra por letra. Cuando se entrega a una institución, se hace una fiesta, porque el texto entra en vigencia”, explica Mendy. Y comenta que se ha estudiado la posibilidad de que un brazo robótico ejecute la escritura, descartándose generalmente esta opción por el requisito de que debe ser un ser humano quien lo realice, “con su fuerza, intención y movimiento”.
Los sofer escriben con plumas de pavo talladas (se dice que hacerlo con una de metal acorta la vida) y la tinta debe proceder de insumos vegetales. El soporte siempre es cuero vacuno, no puede ser papel. A ese cuero los escribas le hacen renglones, por un tema de ley. Se calcula cada renglón con seis espesores y medio de pluma, para que no se una el techo de una letra con el cielo de la de abajo. Entre letra y letra la distancia debe ser “de un pelito como mínimo”, y entre palabra y palabra, de un espesor de pluma. Se sigue una caligrafía establecida y, si hay una letra que “salió medio rara o no se puede ver bien, se le lleva a un chico de siete años y él determina. Puede ser que esté mal y se pierde todo el trabajo”.
Mendy recibe numerosos encargos, también del extranjero. En algunos casos, los escribas venden a través de Internet, para particulares y comercios. “Uno pone el alma en esto, porque son artículos religiosos que influyen sobre otras personas. La escritura manual de libros se perdió, pero hay tradiciones que se conservan. Es parte de nuestro ADN como pueblo y tiene algo que no tiene una máquina: espiritualidad y misticismo. Lo místico siempre habla de un pensamiento (hacer un artículo religioso), un habla (el precepto) y una acción (la escritura manual), no sería lo mismo que presionar enter. Creo que la tradición va a seguir por los siglos de los siglos. Un escriba es un canal hacia lo sagrado. El primero fue Moisés, que bajó del monte Sinaí y legó sus escrituras”, explica el experto.
Sebastián Grimberg: “Hay un elemento que no puede faltar: la intención”
Sebastián Grimberg, de 43 años, es director comunitario y líder espiritual de la comunidad Bialik de Villa Devoto, especialista en la copia a mano de rollos de la Torá. Cuenta que, dentro del movimiento conservador al que pertenece, solo hay “dos escribas en el mundo” en actividad. Uno es él. Trabaja para distintos países y también escribe tefilín.
“El año pasado fue un boom en filacteria porque la pandemia le dio a mucha gente un giro hacia la espiritualidad. Me lo han pedido mucho para sus rezos cotidianos y los que no rezaban lo empezaron a hacer comprando este objeto”, cuenta quien lleva más de 15 años como sofer, es estudiante del Seminario Rabínico Latinoamericano y quien recorrió el continente con proyectos en distintas comunidades.
“La tarea de un sofer no es solo la de un copista, sino que en los últimos 3.300 años se fue transmitiendo de generación en generación nuestro libro fundante: cómo leerlo, cómo interpretarlo y cómo escribirlo, entonces hay cerca de cuatro mil leyes que los sofrim debemos manejar o conocer a los efectos de poder escribir de acuerdo a las normas que hacen a un texto sagrado”, apunta.
En su caso, estudió primero en Argentina y terminó de formarse en Israel. Sobre las leyes para escribir un Sefer Torá, según la comunidad a la que pertenece, apunta que “se debe reconocer el mejor pergamino, tienen que estar marcados los renglones con un punzón y el objeto con el que se escribe debe ser una pluma de algún ave kosher -apta para consumo-, caña u otros materiales. Luego la computadora se usa para revisar lo escrito mediante un software especializado que saca imágenes a columnas y hace reconocimiento de texto para indicar posibles errores”.
Sin embargo, recalca, hay un elemento que es “tan importante como todos los demás”: lo que en hebreo se conoce como kavaná, la intención, “tener la conciencia de la sacralidad de lo que se está haciendo”. Sobre ello, Sebastián señala: “Yo hoy escribo un libro de la Torá que va a ser utilizado por cientos de años y por miles de personas en sinagogas. Se dicen bendiciones sobre ese rollo, un chico dentro de cincuenta años celebrará su ceremonia al cumplir los 13, leerá de lo que yo estoy escribiendo hoy. Cada Sefer Torá puede durar unos cien años, aunque debe someterse a un mantenimiento. Las hojas de pergamino van cosidas con un hilo especial, que puede cortarse o romperse, pero se arregla, lo mismo que una zona donde se ha saltado o desvanecido una letra”, apunta.
El escriba indica que a finales del siglo XIX, cuando muchos judíos perseguidos llegaban a Argentina, venían en los barcos con una muda de ropa “y abrazados a los rollos de la Torá que traían de sus pueblos natales, lo más sagrado que tenían”. Hoy esos rollos están en las sinagogas, no se escribieron tantos desde entonces. En Bialik hay ocho, de los cuales uno fue escrito por Sebastián, el resto llegó con la inmigración. En Argentina, se calcula que puede haber cientos. Entre otros, destaca el Sefer Torá de Rodas, un histórico manuscrito que se conserva en el Museo del Holocausto y que sobrevivió a la Inquisición y al nazismo.
“No hay un máximo de vida útil para un Sefer Torá. Se puede ir corrigiendo y, si una hoja se dañó, se puede reemplazar por otra y puede llegar un momento en que no tenga nada del original, pero puede durar 150 o 200 años tranquilamente si está bien cuidado y mantenido. Los pergaminos más antiguos conocidos hoy son los famosos rollos del Mar Muerto”, añade el escriba.
"Con la pandemia, la actividad fue un boom: mucha gente dio un giro hacia la espiritualidad."
El sofer explica que la fórmula de la tinta también es milenaria y el escriba puede fabricar su propia tinta, aunque generalmente se utilizan las producidas en tres o cuatro fábricas de Israel, “donde ya está probada la robustez que tienen y que se hacen con ingredientes parecidos a la tinta china, como goma arábiga, con productos naturales vegetales, principalmente con agallas de roble y otros árboles que, trituradas y mezcladas con otros elementos, generan el color con un brillo particular y eso las diferencia de la tinta china y de otras, perdura”.
Sobre el pergamino, que mide de medio a un tercio de milímetro, apunta que es cuero de vaca especial, no cualquier curtiente. Los hay de distintos tamaños, hoy ya más estandarizados, de más de 20 centímetros de alto.
En cuanto a la caligrafía, él mismo reconoce que su propia letra no es la misma a la de sus escritos de hace cinco años. “Cambia la motricidad fina”. Por otro lado, apunta que una letra y otra no pueden tocarse y deben tener la separación mínima del ancho de un cabello, pero no estar demasiado separadas como para que en el medio entre una letra chica. “Además, en hebreo hay letras parecidas unas de otras y no es lo mismo un sofer que recién empieza. Si se quieren letras más hermosamente formadas, se necesitará más tiempo”.
Grimberg, que se inició en el oficio en 2006, estima que dio vida a un total de unos seis millones y medio de letras tras copiar trece Sefer Torá, más de 3.000 mezuzot y unos 60 tefilín. “Se sigue escribiendo a mano porque una computadora carece de todo eso que el ser humano le puede aportar. Cada letra tiene una historia y el Sefer Torá une a la comunidad. Dentro de cien años, no voy a estar y, sin embargo, esto va a seguir de modo ritual”, expresa.
¿Qué diferencias percibe respecto al trabajo de un escriba de hace 500 años? “En sí, es exactamente igual, quizás cambia el acceso a determinadas herramienta”. Sebastián abre el tintero y, antes de escribir, pronuncia una intención en voz alta y repite oraciones cada vez que aparece en el texto a copiar el nombre de dios. La tinta tarda unos minutos en secarse y hay que prestar atención, porque si se corre, ya pasa a ser errónea. En su caso, prefiere escribir a la mañana o muy tarde a la noche, cuando logra mayor concentración. Trabaja con luces y lupas, bajo la mirada de un escriba de tiempos pasados que hace su trabajo a la luz de las velas en un retrato que cuelga en su lugar de trabajo.
Moshe Dahan: “Mi trabajo es el de curar un texto que está enfermito”
Moshe Dahan pertenece a la comunidad Jabad Lubavitch, de la línea ortodoxa, y explica que hay dos tipos de sofer, el que escribe y el que, además, revisa los textos que se deterioran con el tiempo y necesitan de restauración. Este último es su caso. En la práctica, se especializó en el revisado, hace años que no escribe. Su labor no incluye el uso de software. Revisa mezuzot y otros textos. No llegó a escribir Sefer Torá, pero ha revisado muchas, y cuenta con un título superior al de sofer, que requiere de mayores conocimientos de la ley.
A sus 54 años, lleva casi treinta de actividad y dedica unas seis horas diarias a la revisión de textos. Muchas veces es convocado por escuelas para enseñar a los más jóvenes la tarea del sofer. “Les digo que es el doctor que cura las mezuzot, que tengo un texto que está enfermito y lo curo”, menciona.
El escriba trabaja, asimismo, sobre un tablero, sobre el que extiende los textos con luz apropiada. “Reviso, miro letra por letra, tengo mis herramientas y con la tinta corrijo los caracteres. Reviso el pergamino y, en el tefilín, también las cajas. El Sefer Torá, cuando es muy viejo y hay daños irreparables, hay que reemplazar el paño por otro nuevo y, en las mezuzot, cuando tienen errores reparables, se reparan, cuando no, hay que mandar a escribir otro texto”.
Desde un plano místico, Moshe considera que su trabajo “puede ayudar a personas a corregir o resolver problemas de sus vidas. Los textos que revisamos tienen montones de palabras y a veces éstas o las letras están con un error y de pronto tienen relación con algo que le está pasando a la persona. Mi tarea es chequear que esté todo bien”, señala.
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