El escritor norteamericano Richard Yates (1926-1992) gozó del reconocimiento de sus pares y de la crítica en vida. Su primera novela Revolutionary Road –llevada al cine como Solo un sueño y protagonizada con maestría por Leonardo DiCaprio y Kate Winslet– fue elegida finalista del National Book Award en 1962, apenas a un año de su publicación. Escribió otras seis novelas, trabajó como guionista, profesor de escritura creativa y hasta redactaba los discursos para Robert Kennedy. En materia de cuentos, solo legó dos volúmenes con una distancia de 20 años entre sí: Once tipos de soledad (1962) y Mentirosos enamorados (1981), ambos publicados por la editorial Fiordo, que se suma al rescate de Yates, cuya obra, después de su muerte, perdió injustamente circulación.
Es en el terreno de retratar la injusticia mundana, esa tradición tan del cuento norteamericano, en la que Yates se inscribe. En cada uno de sus relatos desnuda la inviabilidad del American Way of Life, de la mano de personajes que atraviesan diferentes variantes del fracaso, teniendo que archivar sus sueños para barajar de nuevo con más incertidumbre que esperanza, pero jamás con dramatismo. Hay un sutil estoicismo en los seres que habitan sus cuentos que los transforma en héroes y heroínas muy queribles.
"Pero mi madre dijo que en cambio prefería una copa. Ya por aquel entonces estaba iniciando una larga batalla contra el alcohol que acabaría perdiendo, y esa noche debió de parecerle más tonificante tomarse una copa que cenar. Luego nos contó «todo» sobre su viaje a Washington, tratando de que pareciera un éxito", describe ese hijo amoroso y narrador compasivo del primer cuento. En "José, estoy tan cansada", el recuerdo de cierta época de la vida familiar zigzaguea por escenas que parecen intrascendentes. No hay nada como un punto de inflexión en los relatos de Yates. Más bien se trata de impresiones sencillas que aportan tanto la miseria como la luz que hacen a la existencia en este mundo. Aquí, la excusa de contar un episodio en el que la madre emprende, con cierta ingenuidad, un proyecto que incluye entrevistarse con el presidente electo Roosevelt sirve para ilustrar la sensibilidad de un par de niños, sus descubrimientos y pequeñas conquistas en su patio de juegos que, finalmente, son fundantes de cualquier historia personal. Tampoco hay un subrayado del conflicto en el cuento que titula todo el volumen. Un matrimonio se separa casi por decantación, en Londres. El esposo permanece y decide probar aquello que evitó durante su época de soldado: acostarse con una prostituta. Cuando se involucre en esa situación, las palabras y los actos harán de teatro para poner en cuestión lo real de los vínculos en estado de enamoramiento: tanto ficción como realidad dependen de un relato que pueda sonar verosímil.
Lo interesante de la construcción de todos estos cuentos es la multiplicidad de perspectivas. Al leerlos da la sensación de estar en un devenir permanente. Tener un tiempo para cada uno de los personajes es parte de la generosidad que Richard Yates prodiga con ellos, para permitir balancear sus ambivalencias y abstenerse de emitir un juicio moralizante. Son especialmente destacables los retratos que elabora de sus personajes femeninos. Si bien son todos en apariencia "imperfectos" (madres alcohólicas, hijas desobedientes o descorteses, prostitutas, amigas desconsideradas), la empatía está de su lado. Y no como un gesto de exaltar al perdedor –a lo Bukowski, nada más lejos–, sino para poner el acento en una nobleza que resiste los más duros embates: son las que tejen alianzas, las que se preocupan a su modo por el bienestar de sus hijos, las que detectan el deterioro ético de quienes las rodean, las que siguen su deseo pese a toda controversia o dificultad.
Elogiado por escritores de la talla de Kurt Vonnegut, y con la gran traducción de Andrés Barba, Mentirosos enamorados se vuelve un imprescindible para quien aprecie las buenas historias, excelentemente contadas.
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