Colón Fábrica: la sorpresa y la magia de entrar al teatro por la puerta de atrás
Por primera vez abrirá al público en La Noche de los Museos el depósito de La Boca donde el Teatro Colón guarda escenografías y trajes de ópera y ballet; ver de cerca lo que solemos apreciar de lejos: no todo es lo que parece
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Ni frío como el mármol ni pesado como el hierro. Pocas cosas son aquí lo que parecen y todas juntas provocan un impacto que puede ser apabullante. Vistas bien de cerca o en perspectiva, con unos cuantos metros de distancia, dejan entender aquello de la ilusión del escenario. El depósito de La Boca donde el Teatro Colón reserva ahora sus escenografías y vestuarios es un galpón de 7500 metros cuadrados que atesora algunos de los secretos mejor guardados de las obras que se producen en la mayor sala lírica del país. Y, desde este fin de semana, es también un nuevo centro de exposiciones para intentar descubrirlos, con la curiosidad y la inquietud hasta en la punta de los dedos: está permitido tocar.
En el marco de La Noche de los Museos, por primera vez Colón Fábrica recibirá visitantes, con entrada gratuita, solo en principio. El recorrido está organizado en ocho estaciones principales, cada una equivalente al título de una obra. Entre ellas se encuentran algunas de las óperas más populares del repertorio como Turandot, La Bohème, Un tranvía llamado deseo, Los cuentos de Hoffmann, Don Pascuale, Rigoletto, Aida, y un ballet: El corsario.
El recibimiento formal lo hacen dos estructuras colosales de Turandot y, en consecuencia, se respiran enseguida los aires de la China antigua, donde transcurre la historia de la hija del emperador. La bienvenida cumple con aquel viejo eslogan publicitario que rezaba “la primera impresión es la que cuenta”, tal vez por eso –comentan– llevan un registro fotográfico de las caras que pone la gente cuando traspasa la puerta de entrada, sobre la avenida Pedro de Mendoza, frente al Riachuelo. Pero a pesar del encanto de las doradas figuras, del brillo de los trajes de Ping, Pang y Pong, y de ese dragón zigzagueante que corona la ambientación, el itinerario formal que LA NACION hace junto con María Victoria Alcaraz, directora general del Teatro Colón, comienza frente a otro Puccini: La Bohème. Dispuesto “exactamente igual que sobre el escenario, con los mismos elementos, en el mismo lugar”, esta parada da pie a un involuntario anticipo oficial. Alcaraz confirma que en febrero se levantará de la Fábrica la escenografía diseñada por Enrique Bordolini porque este título subirá el telón de la temporada 2022, en marzo. “En ese momento habremos completado el círculo virtuoso de haberla construido, estrenado, exhibido en el depósito y, finalmente, reponerla”.
Hay dos posibilidades para recorrer el lugar: tras los pasos de jóvenes guías, que este fin de semana estarán acompañados por técnicos y artesanos expertos en estos oficios; o usando un sistema de audioguía, en el que cada quien maneja su propio ritmo. Para saber más sobre lo que está a la vista, se puede escanear un código QR en una pantalla y acceder desde el celular a más información sobre cada obra: desde cuándo se estrenó hasta cuánto tiempo, pares de zapatos o postizos se necesitaron para el montaje. El universo de datos es tan meticuloso como anecdótico.
Al paso se advierte que una escenografía puede guardarse con sus partes perfectamente apiladas, como el caso de un indistinguible Lago de los cisnes, o conservarse armada como si estuvieran a punto de llegar los cantantes de Un tranvía llamado deseo. Algunos telones muestran la hilacha y otros sets dejan a la vista anotaciones en el dorso de sus paneles para señalar, por ejemplo, cómo se encastran las piezas de estos monumentales rompecabezas.
Observar de cerca aquello que solemos apreciar de lejos puede ser sorprendente. ¡Pregúntenle a cualquiera que se enfrente a la boca abierta de la figura de Rigoletto o a aquellos gladiadores de telgopor que simulan ser de Carrara. Alcaraz anticipa que el guion incluye anécdotas y se ríe cuando levanta con una mano, sin la más mínima preocupación, lo que a simple vista parece una boca de incendio de hierro rojo como la que usan los bomberos en las películas para conectarse a la red de agua. “¡No pesa nada! En cada estación hay un gag. Ni las personas que más vienen al teatro tuvieron acceso a un detrás de escena como este”.
El barco de Conrad, el pirata más famoso del ballet, por ahora no se mueve, pero prometen que en poco tiempo la gente podrá subirse a él y hacer del naufragio un juego. ¿Hasta dónde lo participativo no pone en riesgo aquello que se quiere cuidar? “No, no hay riesgo –dice Alcaraz–. Soy defensora del patrimonio vivo. Vamos a cuidarlo, pero si un telgopor se rompe, se volverá a hacer.” En el sector de utilería sobresale un ángel del Castillo de Sant’Angelo de Tosca; detrás, una fila de sillas: los muebles son todos de verdad.
Mientras suena de fondo la “Marcha triunfal”, de Aida, frente a un maniquí con vestido lila, la directora suelta: “¡Yo me lo pondría!”. Y la gracia no es caprichosa, lo que quiere señalar es que de cerca el traje se ve tan bien como de lejos: “Este modo de trabajar, que es el mismo desde hace cien años, en determinado momento dejó de usarse en algunos teatros: se empezó a perder lo artesanal. Pero luego el streaming quiso mostrar todo de cerca y ahí nosotros, que habíamos quedado vintage, ahora valemos doble”.
Acostumbrados a escuchar las demoras que trajo la pandemia, en este caso, el protocolo permitió que se llegara a buen puerto. “Todo el equipo escenotécnico tuvo más disponibilidad de tiempo para dedicarse a esto; si hubiéramos estado a full produciendo, no hubiese salido tan rápido”, reconoce la directora. Pero ni Colón Fábrica es un proyecto gestado de la noche a la mañana ni esto es todo lo planificado. Este es “el primer capítulo” de algo más grande, que a futuro se vislumbra como una ciudadela donde alojar los talleres y hasta un museo.
Ya en 2017, Alcaraz –que había asumido dos años antes– anticipaba a LA NACION la posibilidad de tener un espacio en el Distrito de las Artes para depósito, talleres, exposiciones y un centro de documentación. “Acá estoy, como buena capricorniana –golpea ahora el puño contra la palma de la otra mano–, una testaruda total”. Luego, en 2018, se informaba de una partida presupuestaria de 312 millones de pesos para alquilar, con opción de compra, este antiguo galpón de la firma francesa de hierros y aceros Descours Cabaud, en Pedro de Mendoza 2147. Un lugar rodeado de vecinos culturales, en el corredor que lleva a la Usina del Arte, muy cerquita de las fundaciones Proa y Andreani, en plena zona de galerías y museos.
Literalmente se trata de un enorme tinglado que del piso de cemento al techo de chapa no tiene ninguna intención de disfrazarse de otra cosa. “No disimulamos que esto es un galpón, un lugar de guardado, lo que estamos haciendo es invitar al público a que, en vez de entrar por la calle Libertad para sentarse a ver un espectáculo de frente, venga acá e imaginariamente entre por atrás”.
Esta etapa que ahora se inaugura deja pendientes para dentro de unos meses una tienda y un área gastronómica que se licitarán y -calcula Alcaraz- empezarían a funcionar con el nuevo año. También falta un ascensor para acceder a un sistema de pasarelas que permitan recorrer el galpón desde la altura. “Vimos algo así en los talleres de la Scala de Milán y para este proyecto estudiamos también los depósitos de las óperas de París y de Roma (todos están fuera de su sede) y el del Teatro San Carlo de Nápoles”. De cada uno fueron tomando ideas y experiencias.
“Seguimos alquilando el lugar con la opción a compra”, confirma la directora y detalla que en estos años se realizó una restauración para nivelar los pisos, colocar detectores de incendios, impermeabilizar y aislar térmicamente los techos, colocar iluminación y preparar el espacio para que pueda recibir a vecinos y turistas. Tratándose de un presupuesto público, la pregunta se impone: ¿era necesario un depósito de estas características? “Es una necesidad por varias razones –explica–: primero, para reducir el riesgo y sacar del teatro la carga de fuego [maderas, telas, inflamables], que en ninguna otra parte del mundo se siguen guardando a la vieja usanza, porque los incendios son una de las principales causas de desaparición de los teatros históricos. El vestuario se guarda desde hace mucho en depósitos que tenemos en el teatro, pero no la escenografía corpórea”.
¿Y qué se hacía antes, entonces, con las escenografías producidas en los talleres del teatro? “Se desguazaba. Se rehacía todas las veces que se volvía a poner la misma obra, siguiendo ‘la biblia’ [registro a partir del cual se crea tal como se diseñó]. Según los estándares mundiales, entendemos que se puede volver a usar un título diez veces. Y justamente esos títulos de repertorio son los que nos interesa conservar. Pero mientras tanto, es decir, en el tiempo que puede pasar hasta volver a programarse la misma obra en nuestra sala, la idea es alquilarlo a otros teatros. Nos convertimos en una oferta interesante, por la calidad de la realización y porque nos beneficia el cambio [de moneda]. En la necesidad encontramos la oportunidad de seguir buscando formas de generar más ingresos”, remata Alcaraz.
PARA AGENDAR
Lo que hay que saber. El recorrido por las ocho estaciones (y algunas áreas limítrofes) de Colón Fábrica dura unos 40 minutos y salen con veinte personas, cada un cuarto de hora. También se puede hacer con autoguía.
Días y horarios. Colón Fábrica abrirá por primera vez al público este sábado, de 12 a 23, en el marco de La Noche de los Museos. También se podrá visitar el predio de La Boca (Pedro de Mendoza 2147), el domingo, de 12 a 18, con entrada gratuita. Luego recibirá visitas los fines de semana y días feriados, y cobrará entrada. El pase general será de $550; para residentes, $330; menores de 7 años y personas con discapacidad, accederán de manera gratuita; y jubilados y universitarios, $200.
Las 8 estaciones. Las escenografías, vestuarios y piezas de utilería exhibidas pertenecen a producciones realizadas en los últimos años para las óperas Turandot, La Bohème, Un tranvía llamado deseo, Los cuentos de Hoffmann, Don Pascuale, Rigoletto, Aída, y un ballet: El Corsario.
QR para más info. Junto a la escenografía de cada ópera o ballet, en una pantalla, se puede escanear un código QR para acceder a información audiovisual y detalles de todo tipo sobre el montaje de la obra en cuestión.
Área selfie. A modo de lugar sugerido, en cada estación del recorrido se encuentran marcas en el piso desde donde el visitante podrá tomar las fotografías con los mejores encuadres. Souvenir garantizado.
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