Clima de duelo y alerta máxima: cómo cuentan la pandemia los escritores que viven en Estados Unidos
"Estamos bien, encerrados en nuestra casa", responde en forma sucinta la escritora estadounidense Siri Hustvedt, pareja del escritor Paul Auster, desde Brooklyn. "Nueva York está en alerta máxima. Muy pronto no habrá respiradores para todos los que los necesiten". Desde que se desató la crisis sanitaria por la pandemia de coronavirus en Estados Unidos, las noticias que llegan de ese país confirman ambos hechos mencionados por la autora de Todo cuanto amé: para evitar la propagación y el contagio del virus, las personas viven aisladas en sus casas; mientras tanto, en las instituciones hospitalarias se dirime el combate contra un asesino invisible. Días atrás, la escritora mexicana Valeria Luiselli, también desde la Gran Manzana, había descrito la ciudad como "un campo de batalla abierto". Desde su casa en Ithaca, el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán enumeró escenas de la tragedia sanitaria: "Las cifras se entremezclan con las imágenes: bolsas de cadáveres en los pasillos de un hospital en Queens, un camión frigorífico a manera de morgue improvisada a la puerta de un hospital en Brookdale, y el Javitz Center, centro de la vida cultural de Manhattan a través de sus ferias y exposiciones, convertido en hospital".
Consultados por LA NACION, varios escritores argentinos que residen en Estados Unidos comparten, desde ciudades sitiadas, sus impresiones sobre el desarrollo de la peste global. "En Nueva York la situación es muy delicada –cuenta el ensayista Gabriel Giorgi, autor de Formas comunes. Animalidad, cultura, biopolítica–. El panorama es oscuro, en contraste con un día prístino, y la ciudad está vacía. Todos guardadísimos en las casas, con una conciencia nueva del cuerpo y los contagios. Cada pandemia nos rehace el cuerpo".
Distanciamiento social en la vida cotidiana, comunicación solo a través de las pantallas de computadoras y celulares, angustia ante la sucesión funesta de noticias y el reconocimiento del trabajo de profesionales de la salud y de aquellos que arriesgan sus vidas día a día son, en estas jornadas, cuestiones universales.
El narrador y ensayista Sergio Chejfec (Buenos Aires, 1956), cuya obra en cierta medida se define por los viajes y la percepción que estos generan, responde desde Manhattan. "Acá la cosa está densa, con los barrios humildes muy afectados –resume–. Hay un clima de duelo y emergencia. Varios comparan la situación con el 11 de septiembre de 2001 o con el huracán Sandy, pero este clima me recuerda a los días posteriores a la última elección presidencial. Fue como un baldazo para toda la ciudad, las calles se vaciaron y todo el mundo miraba el piso. Si bien ahora es diferente, muchos se sienten castigados por una cadena de hechos que comenzó entonces, y que se ha reflejado en errores o negligencias para adelantarse a la crisis". En un acto de irresponsabilidad y soberbia, el presidente Donald Trump al principio había minimizado los efectos letales del covid-19.
"Si no estás cerca de los centros de atención ni pegado a las noticias, la vivencia es la de un continuo asueto colectivo –grafica el autor de Mis dos mundos–. Frecuentes ambulancias recortadas sobre el silencio general. No hay restricción para salir de tu casa, siempre y cuando no estés en grupo y mantengas distancia de los otros".
Para Chejfec, ahora casi todo pasa por la pantalla de la computadora. "Pero a mí me pega más el teclado, que junto con el mouse se han convertido en los verdaderos mediadores de buena parte de lo que hago y cómo me relaciono -relata-. Creo que en cualquier momento desarrollaré un síndrome en el que los dedos serán protagonistas. Me acostumbré a muchas cosas: a las clases en línea, a no ver amigos, a la calle vacía, a los protocolos del distanciamiento físico y las colas espaciadas en las veredas. Pero no me adapto a seguir siendo escritor. Siento que esta enfermedad se comporta como un fantasma material, y que desplaza hacia un margen irrelevante todo aquello a lo que no puede afectar de un modo directo. No digo que la epidemia torne superfluos la escritura o el arte, sino que los aíslan como si fueran puntos ciegos de observación".
"Everyday is the same day"
Desde Miami, donde vive desde el año 2000, el escritor y periodista argentino Hernán Vera Álvarez (Buenos Aires, 1977) dice que el covid-19 ha desactivado la ciudad. "Los grandes centros comerciales lucen abandonados, como catedrales de otras épocas -destaca el autor de La librería del mal salvaje, que ganó el Florida Book Award en 2018-. Vivo a pocas cuadras del Design District, un lugar que en los últimos años se convirtió es uno de los sitios que más turistas y millonarios atrae, con casas internacionales como Tiffany, Rolex, Yves Saint Laurent. Las vidrieras muestran soberbias mercaderías que nadie quiere comprar, no solo porque se permite estar únicamente en la calle por motivos básicos como ir a comprar alimentos sino también por el miedo a que de un momento a otro la economía entre en una twilight zone". Ese fantasma recorre todos los países del mundo, incluida la Argentina."En dos días consecutivos el estado de Florida vio colapsar su página web de ayuda a los desempleados. El jueves se habían sumado trecientos mil nuevos extrabajadores. El gobernador ha dicho que no hay suficiente dinero para todos".
Miami es un centro turístico que, de un día para otro, está cerrado puertas adentro. "Ahora miles están en la calle sin seguro de desempleo ni otra clase de ayuda -agrega Álvarez-. El paquete económico de Trump se hace esperar. En tiempos de la peste, la lógica estadounidense funciona aceitada: hay incertidumbre, tanto de ellos como de los dueños de esos establecimientos. El otro día, un vecino me dijo que se compró un arma. Tenía miedo que de los barrios pobres vinieran a robarlo cuando esto empeore. Otro me preguntó qué posibilidad había de que ese mes no pagara el alquiler sin tener una multa". Pese a esto, el editor de la antología de relatos Escritorxs salvajes- se considera un afortunado. "No perdí mi trabajo -dice-. Las clases de la universidad ahora las doy vía Zoom. Hoy un alumno, que olvidó un deadline, se excusó de manera inteligente: 'Everyday is the same day'".
A la noche, no hay aplausos ni shows en los balcones en Miami. "La gente se queda encerrada viendo televisión. Hay miedo y aire acondicionado. A las diez comienza el toque de queda. Un silencio extraño recorre las calles vacías. Solo deambulan los autos de policía, pero no entre nuestras cuadras sino alrededor de los locales del Design District".
Como en el 11-S
"La situación es tan extrema que, a quienes vivimos en Nueva York desde hace tiempo, no puede sino recordarnos el 11 de septiembre de 2001 –cuenta la poeta y editora Mercedes Roffé–. La ciudad cerrada, la inusitada cantidad diaria de muertos, la imposibilidad de transitar por ciertas zonas, los hospitales colmados, los camiones-morgue previendo el incontenible número de fallecidos. Al recuerdo de esa experiencia se suma ahora el temor del contagio y la habilitación de espacios (universidades, hoteles, centro de exposiciones, el Central Park incluso) como hospitales transitorios. Y aun más triste: el hecho de que se esté considerando utilizar Hart Island, una pequeña isla frente al norte del Bronx, para realizar entierros temporarios. La situación de no poder siquiera acompañar a los enfermos en sus últimos días es algo inédito al menos desde hace poco más de un siglo". La última pandemia letal, de la llamada "gripe española" de 1918, segó la vida de más de treinta mil personas en Nueva York.
"Personalmente, no puedo sino decir que mi situación es excepcional o al menos es la que comparto con otros escritores y artistas: he trabajado en casa por casi veinticuatro años, y por mi disposición personal no me molesta en absoluto quedarme sin salir varios días –confiesa la autora de Glosa continua–. 'Quedarme en casa' ha sido parte de mi vida profesional y literaria desde mediados de los años 90".
Roffé recibió la buena noticia de la semana por videollamada: su única amiga que había caído enferma a causa del virus se encuentra totalmente recuperada. "Realmente fue hermoso verla -escribe–. Pero la presión laboral, incluso para los enfermos, es muy fuerte. Tienen que seguir trabajando desde sus casas, aunque no puedan respirar siquiera, no sea que de aquí a unos meses no les renueven el contrato. Museos como el MoMA y el Whitney, pero también otros en otros estados, acaban de despedir a una cantidad significativa de empleados".
La editora del sello Pen Press, que publica plaquetas de poesía argentina y extranjera desde 1999, no quiere ser apocalíptica. "No es mi estilo ni mi visión de la vida. Pero todavía no alcanzo a ver cuál va a ser realmente el beneficio que se derivará de esta experiencia. Tampoco acuerdo con los que, en mi opinión, confunden legítimas estrategias de salud pública con represión dictatorial. Eso también me parece una manera muy peligrosa de encarar esta etapa: los abusos de poder de algunos individuos de baja estofa no invalidan ciertas medidas de protección que nos beneficiarían a todos".
El verdadero drama
Claudio Remeseira también vive en Nueva York desde comienzos del nuevo siglo. En Twitter (@HispanicNewYork) publica en forma diaria una selección de artículos y comentarios en inglés y en español sobre la crisis del coronavirus en Nueva York. Además de publicar cuentos y poemas en revistas estadounidenses editó la antología Hispanic New York, que obtuvo en 2011 el premio Latino Book.
"Todos los días recibo mensajes de parientes y amigos de la Argentina, preguntando alarmados si mi mujer y yo estamos bien –revela el periodista y editor argentino–. Quisiera aportar un poco de contexto. El verdadero drama está en los hospitales: los enfermos, los muertos, los médicos y enfermeros que luchan por salvar vidas en medio de la escasez de recursos y la multiplicación del dolor, física y mentalmente agotados, siempre expuestos al contagio. Después están los trabajadores de servicios esenciales como alimentos, farmacias y transporte público, también más expuestos a contagiarse".
Para los demás, la vida diaria es básicamente igual que en Buenos Aires. "Encerrados en casa, sin pisar la calle más que para hacer compras indispensables. La gran diferencia es la mayor proximidad de la muerte. Casi a diario nos enteramos de que alguien conocido se infectó, y algunas muertes suenan muy cercanas. Tomar conciencia del riesgo nos hace extremar los cuidados y agradecer más intensamente cada momento de salud y de vida".
Hoy no hay poesía
Poeta, traductora y editora del sello Ugly Ducking Press, Silvina López Medin reside en Croton-on-Hudson, una localidad del estado de Nueva York. "Foto: mis hijos en la ventana con la mano en alto saludan a las nenas con las que hasta el día anterior jugaban y a las que ahora no se pueden acercar –describe–. En estos días casi no escribo, saco algunas fotos. No ajusto la luz ni el encuadre. Son fotos de registro, una marca para después. Un después difuso en el que tal vez algo de lo que ahora queda más expuesto (el reverso de la ciudad de las películas: las diferencias socioeconómicas que a su vez aplacan o aumentan el impacto) se repiense, se reensamble, y tal vez habilite el tiempo y la concentración suficiente para hacer cosas que excedan la primera necesidad".
La autora de Excursión vive con su familia en un pueblo muy pequeño, cerca de donde vivía el escritor estadounidense John Cheever. "Eso nos permite el alivio de, pese a la cuarentena, estar en contacto con la naturaleza -destaca-. Una hora nos separa de Manhattan, donde leo que convierten la catedral St. John the Divine en un hospital. En el camino de vuelta, vemos de lejos a alguien que, con un barbijo puesto, hace equilibrio sobre una roca para sacarse una selfie en la que entren él y el color de un atardecer que sigue su curso. El paisaje entrecortado por mensajes escritos en el teléfono. El monitoreo entre familia y amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo siguen?"
Este jueves fue el último encuentro virtual del taller de escritura que la poeta había comenzado a dar en la sede central de la biblioteca pública de Nueva York, en Manhattan. "'No poetry today' ['Hoy no hay poesía'] es el título del poema de una de las participantes, el último que leemos. En el poema ella repite 'no te contaré sobre' y a su vez nos cuenta las experiencias de sus amigos durante la pandemia: de cada uno dice solo el nombre y la ciudad. Y un detalle: una fila de dientes apretados, un auto que acelera, pasos en la oscuridad". A tientas, con la escritura se prueban formas de experimentar la vida durante la emergencia.
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