Claudia Piñeiro: “Mi catedral es la palabra”
Claudia Piñeiro acaba de publicar Catedrales(Alfaguara), una novela que refleja la vida de una familia de clase media, católica, educada. Es la historia de tres hermanas que viven dentro de un sistema en el que, de pronto, se desata lo siniestro. Una muerte inesperada y el misterio sin revelar durante 30 años mantienen sus vidas en suspenso. Hasta que la verdad se acerca, en parte, y algo empieza a renacer.
La imagen de una mujer joven, sola, en la iglesia, y una estatua que cae y se rompe funcionó como disparador para la escritura de este libro que explora un vínculo que a Piñeiro siempre le interesó. "No tengo hermanas mujeres y siempre me pareció envidiable esa complicidad. Aunque, a veces, las hermanas mujeres se llevan mall".
–Citás en la novela a Mario Bungeen Diccionario de la filosofía: "La familia es un sistema cuyas partes se relacionan con al menos alguno de los demás componentes". ¿Tenemos el mandato de llevarnos bien con nuestros familiares a pesar de los conflictos?
–Sí, parecería que uno debería llevarse bien con todos los integrantes de la familia. Incluso, a veces, se les pide a los hijos con padres monstruosos que, porque son sus padres, tienen que respetarlos. Esta es una historia de una familia en la que sucedió una barbaridad a la que no le encuentran respuesta.
–Las protagonistas, tres hermanas mujeres, son muy distintas: Ana es una adolescente que sueña con el amor; Lía, crítica de los mandatos familiares; y Carmen, muy católica, cercana a los lineamientos de su madre. ¿De cuál te sentís más cerca?
–Como escritora trato de darle cosas mías a todos los personajes, incluso al que menos te gusta. Ana, que es la que murió hace 30 años, a sus 17, y no tiene voz en la novela, no sabemos qué clase de mujer hubiera sido. Parece más libre que cualquiera de nosotras 30 años atrás. Me gusta ese personaje, pero yo no era tan libre a esa edad. Creo que si hubiera sido su amiga le hubiera dado algunas explicaciones con respecto a lo que ella cree que era el amor. Ese enamoramiento adolescente tiene que ver con la educación sentimental de las mujeres. Nosotras pertenecemos a otras generaciones, en las que nuestra educación sentimental nos hizo equivocar y decir esto es el amor, con una cierta obsesión.
–¿Cuáles eran las reglas de esa educación sentimental?
–Un rol muy determinado para la mujer, que se tiene que enamorar de un hombre, con reglas sobre cuándo y cómo llegar al sexo, donde el sexo era posible sólo por amor. Preceptos que por suerte fueron cayendo uno por uno.
–Recientemente en el Congreso hubo un anuncio que muestra un gran cambio.
–Me puse a llorar. Estaba con mis hijos (una mujer y dos varones), y les conté que mi mamá no tenía la patria potestad sobre mí, no podía decidir sobre los grandes temas de sus hijos; el que decidía era mi papá. Y esto no fue hace tanto tiempo. Mi abuela no votaba y no fue hace tanto tiempo. Estaban asombrados, no lo podían creer.
–Carmen, la hermana mayor en la novela, está totalmente en contra del aborto.
–Carmen es con la que menos me identifico; sin embargo, tiene una relación con la religión que yo en algún momento tuve: fui a colegio de monjas, fui a misa todos los domingos hasta los 26 años, conozco esa sensación de sentir una fe que te impone ciertas reglas. Conozco el temor reverencial a Dios, he sentido ese miedo.
–¿Cuándo dejaste de creer en Dios?
–Cuando murió mi padre me di cuenta de que todo lo que hacía por ese miedo reverencial a Dios no había evitado que me pasara lo peor, entonces dejé de seguir todos los preceptos. Aunque la tradición de mi familia siguió estando.
–El personaje de Lía, la hermana que se va a vivir a Santiago de Compostela, que huye de esa familia, que decide alejarse del sistema, tiene algo de esa rebeldía tuya.
–Lía es con la que me siento más identificada con respecto a poner en crisis determinados preceptos. El precepto de que tenés que tener una religión porque si no estás fallado, ella lo pone en crisis; que tenés que pertenecer a una familia aunque te haga daño, lo pone en crisis; incluso el hecho de que tenés que pertenecer a una sociedad aunque te haga daño, ella se va de ese lugar, se va del país. Esas son preguntas que me hago permanentemente.
–La religión y el temor que albergan las religiones, ¿se puede llegar a tomar decisiones por miedo?
–Miedo a la muerte. Alfredo, el padre de familia, que sigue buscando la verdad sobre la muerte de su hija sin entender qué pasó con ella, podría, por sus características, ser alguien que hubiera abandonado la religión, pero es grande y está enfermo. Entonces dice: "Necesito creer". No es fácil soportar el enigma de la muerte.
–¿Hay que ser valiente para ser ateo?
–Hay que aceptar la incomodidad de no saber si hay algo después de la muerte. Es muy incómodo creer que lo único que tenemos es la vida en la tierra, que después no hay nada más. Es angustiante.
–"La próxima revolución será la de los ateos que salgan del closet", dice Richard Dawkinsy vos lo tomás ¿Hay muchos que no dicen la verdad?
–Hay muchos que son ateos y les da pudor decirlo. Se respeta si tenés una religión, católica o judía. Pero, cuando saben que sos ateo te quieren convencer de que no lo seas. Es como si hubiera una falla. Somos pocos los que nos atrevemos a decirlo.
–¿Por qué la novela se llama Catedrales?
–Para los que hemos viajado, la catedral es un monumento arquitectónico que se impone, que te dan ganas de ver, de entrar. Es corporizar la fe en algo material. Acá está Dios, como entra la luz, el sonido, hay una presencia divina. También es un homenaje al cuento de Raymond Carver que relata cómo un no vidente le pide a alguien que le cuente cómo es la catedral. La catedral significa mucho de lo que quiere decir la novela. También Borges se pregunta para qué seguir admirando obras antiguas, que cada hombre construya su propia catedral.
–La novela invita a pensar que cada uno tiene su propia catedral, una estructura que sostiene, una ética, valores propios. ¿Cuál es tu catedral?
–La palabra, en la elección de la palabra hay una ideología. Lo que uno dice, lo que no, como lo dice. Mi catedral es la palabra.
–¿Se te hace difícil relacionar a la mujer comprometida en distintas causas con la escritora? ¿Se genera un conflicto? ¿Cómo se entrelazan esos dos roles?
–Soy la misma persona, el tema del aborto está presente desde Tuya, mi primera novela; no surgió con el debate. Lo que sí surge con el debate es la posibilidad de manifestarlo públicamente. La pregunta sobre este tema está desde siempre. Y en la literatura como en la vida, no todos los personajes hacen lo mismo. En Tuya, decide tener su hijo. Aunque existiera el derecho no todos elegimos hacer un aborto, cada uno decidirá según su propia vida.
–Hay algo que dice Mateo, el hijo de Carmen en Catedrales: "Necesito protegerme, en especial de las miradas" y cita a Sartre: "El infierno es la mirada de los otros" ¿Cómo eludir la mirada de los otros y ser auténtica?
–Me importa, pero hay que tomar coraje y no sentir miedo, ser sincera, ser honesta. Recibo muchos mensajes en las redes y muchos que me hablan mal de algo que escribí, pero me doy cuenta de que no lo leyeron; en realidad es un ataque a mi persona, no a lo que leyeron. Hay que tratar de despejar eso. Los comentarios sobre la escritura pueden ser muy válidos, pero cuando vienen encubiertos por un prejuicio u odio a tus ideas, hay que separarlo.
–¿Cómo esperas que nos trasforme Catedrales?
–Creo que hay una serie de libros que están transformando nuestra educación sentimental, son una suma de voces que están dando cuenta de un estado de cosas muy diferente. La voz de Dolores Reyes, de Samanta Schweblin, de Mariana Enríquez... Las que están construyendo una educación sentimental distinta para las próximas generaciones, para mí, son las mujeres. El amor, la maternidad, el sacrificio, su rol en la sociedad, lo están moviendo todas estas voces femeninas que miran de otra forma, desde otro punto de vista.
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