Claudia Piñeiro: “El cuento tiene una precisión de un mecanismo de relojería”
Después de ocho novelas, publica su primer libro de relatos, muchos de ellos de su etapa de formación; el precio que paga una escritora por su compromiso público
En un año muy intenso, de gran actividad y alta exposición pública por temas extraliterarios, Claudia Piñeiro publica Quién no, su primer libro de cuentos. Después de ocho novelas policiales y una de narrativa histórica, dos libros para chicos, cinco obras de teatro y grandes premios como el Sor Juana Inés de la Cruz en 2010, la escritora se decidió a reunir dieciséis relatos de distintas épocas en un volumen que Alfaguara distribuirá en octubre. Son textos no demasiado extensos pero contundentes, que se meten con cuestiones densas: secretos oscuros, crueldad, deseos de matar (no a cualquiera sino a quien lo "merece" desde el punto de vista de varios personajes), traiciones, locura, culpa, negación, complicidad, dolores. Son temas, reconoce Piñeiro, que demuestran sus obsesiones.
–El título Quién no alude a "¿quién no tiene un muerto en el placard?", ¿quién no tiene un secreto inconfesable? Es lo que tienen todos los cuentos en común: el límite que cruzan algunos personajes, por distintos motivos.
–Hace mucho tiempo que me proponen reunir mis cuentos y siempre lo evitaba porque no me gusta mucho la idea de juntar material para sacar un libro. Quería que hubiera cierta consistencia. El año pasado me puse a revisar los cuentos y encontré como hilo conductor personajes que hacen cosas que uno no haría, pero… ¿Quién no tendría ganas de hacer algo extremo en determinado momento? Si te hablan mal de tu hijo en el colegio, quién no tendría ganas de pegarle a esa persona. O si te cortan el gas por una denuncia, quién no pensaría en matar al denunciante. Son situaciones límite, algunas extremas, en las que uno podría sentirse identificado aunque tenga la posibilidad de frenar un segundo antes. En uno de los cuentos, que es de terror, la mujer le dice al marido al escuchar ruidos en el departamento de al lado: "Son gente rara, ¿no?" y él le responde: "¿Quién no es un poco raro?". El título está tomado de ese parlamento. Los personajes son como cualquiera de nosotros, no son asesinos seriales, pero en algún momento se piantan y hacen algo que uno piensa que en esa circunstancia no haría, pero… quién sabe.
–Los cuentos fueron escritos hace años. ¿De qué etapa de tu vida son? Parecería que fueron trabajados en una misma época, justamente, por ese hilo conductor.
–Creo que eso habla de las propias obsesiones, de ponerse en el lugar del otro, de no juzgar al que está en una posición diferente y poder comprenderlo desde otra mirada. Hace unos días grabé el audiolibro y, al leer los cuentos en voz alta, me daba cuenta de cuáles son más antiguos y cuáles no. Las obsesiones son las mismas, pero uno va cambiando el fraseo, la prosa. Los más antiguos son de la época en la que iba al taller de Guillermo Saccomanno, hace unos quince años. La mecánica de los talleres te lleva a escribir cuentos porque hay que llevar un texto para compartir y eso resulta más sencillo con un cuento que con una novela. Yo escribí Las viudas de los jueves durante ese taller y en un principio eran cuentos. Después, con ese material, armé la novela. Naturalmente me sale escribir largo, para novela. El taller me obligaba a hacer una escritura más segmentada.
–¿Cuál es el más nuevo?
–"La madre de Mariano Osorno", sobre un supuesto malentendido causado por una mala palabra, lo escribí para el Mundial de Fútbol de 2014. "La muerte y la canoa", el último de los dieciséis, sobre un escritor best seller acusado de plagio, es el último que escribí.
–¿Y "Basura para las gallinas", que habla de un aborto clandestino y riesgoso sin nombrarlo?
–Ese tiene unos cuantos años: por lo menos, siete u ocho. Si no me equivoco salió por el servicio de Cultura de Télam. Habla sobre una mujer que sale a dejar la basura a la calle, algo que ya no se hace más. El aborto no estaba en los medios entonces, pero la realidad es que el tema aparece en varios de mis libros: en Tuya hay una adolescente que se plantea hacerse un aborto; Elena sabe es una novela sobre el aborto. Es parte de la vida, lo que le puede pasar a una mujer.
–¿Qué encontrás como desafío en el cuento en comparación con la novela? La mayoría de estos relatos tienen un final abrupto y uno se imagina que lo que sigue, para esa gente, es peor. ¿Es un recurso trabajado o algo que fluyó a la hora de la escritura?
–Como dice Ricardo Piglia en "Tesis sobre el cuento", un cuento ya no se explica más como principio, medio, fin con desenlace sorpresivo, como nos explicaban en el colegio, sino como dos historias: una que va sobre la superficie y otra por debajo, que en el final se revela y esa revelación es lo que sorprende al lector. En estos cuentos hay una revelación que después queda librada a la imaginación del lector. Tiene que ver con cómo me gusta que me traten como lectora, con un buen manejo del suspenso. Para mí, el cuento tiene una precisión de instrumento de relojería; la novela, en cambio, permite otras licencias. Hay una búsqueda diferente desde la estructura narrativa e, incluso, desde el lenguaje. Me encanta pensarlo, pero me resulta más natural la novela. Ana María Shua me dijo una vez que ella se siente cuentista pero escribe novelas. Yo me siento novelista y, a veces, escribo cuentos. Ella me decía: "Creo que los escritores tenemos formateada la cabeza para el cuento o para la novela, aunque hagamos las dos cosas. Pero tenemos que forzar ese formateo". Y tiene razón: yo estoy formateada para la novela, para la digresión, para contar cosas que no hacen a la anécdota central. Para el cuento, tenés que contenerte en esa estructura.
–¿Y te resultó fácil contener esa tendencia?
–Es que si no te resulta fácil y necesitás más, terminás escribiendo una novela. Es como si la historia pidiese una extensión mayor. Cuando pienso en términos de novela, lo que más pienso es quiénes son esos personajes. Y cuando pienso en términos de cuento pienso en la anécdota que voy a contar relacionada con esos personajes.
–Este año, desde el acto inaugural de la Feria del Libro en adelante, fue de mucha exposición para vos. ¿Cómo vivís esta situación que superó lo literario e hizo que muchos te conozcan y otros te ataquen por tus opiniones?
–No me afecta mucho en lo personal, pero sí me fastidia. ¿Qué se hace con eso: se explica, se contesta? Tu familia tiene que leer que te están injuriando. También pasa otra cosa interesante: el sistema se autolimpia porque sale un montón de gente a aclarar los tantos. Yo confío en la sanidad del sistema. Por otra parte, no me sentiría cómoda no participando ni callando mis opiniones. No es una opción para mí. Creo que el costo personal de quedarte callada es altísimo. Me molesta que me injurien, pero eso no va a impedir que yo diga lo que tenga que decir.