Clásicos con hielo: por qué los tragos y los libros forman un maridaje perfecto
El arte de crear un trago único, de encontrar las proporciones exactas para cada ingrediente, la manera de combinarlos y de presentarlo, se parece al trabajo de un alquimista. En ese proceso intervienen la química, la filosofía y la experiencia no sólo de quien lo prepara sino también de quien lo bebe. El sabor puede disparar recuerdos, emociones, conexiones con experiencias previas. Puede, por ejemplo, hacernos evocar imágenes de películas y de libros: escenas, diálogos, personajes significativos. Así como ciertos platos demandan un vino determinado, con los tragos y los libros también puede crearse un maridaje perfecto.
Lucas Rothschild, bartender del bar 878, de Palermo, transita ese camino: prepara tragos, con nombres peculiares, que se vinculan con historias literarias. Un ejemplo: para acompañar la lectura de la novela Pequeño país, de Gaël Faye, narrada por un chico (hijo de una ruandesa y de un francés, igual que el autor) que crece en Burundí durante la guerra civil, Rothschild recomienda un cóctel a base de gin y una mezcla de un vermú argentino (La Fuerza) y un licor francés, para representar el doble origen del protagonista. "Es una de esas novelas en que las últimas páginas te aniquilan. El trago que preparó Lucas es transparente, a simple vista parecía un vaso de agua, algo inofensivo, pero al tomarlo sentís una multiplicidad de sabores. Logró, incluso, capturar la sensación que te deja la novela en sus últimas páginas, al agregarle una solución cítrica que recién aparece al final del trago", contó a LA NACIONSebastián Lidijover, exresponsable de prensa de la agencia editorial Riverside que participó del ciclo Bac Inspira, un encuentro sobre bebidas para profesionales gastronómicos, con la charla "Sed de libros".
¿Qué tiene que ver una barra de tragos con una librería o biblioteca? Para Lidijover, hay muchas similitudes entre el oficio del bartender y el del librero o bibliotecario. "Además de las estanterías repletas de libros y las estanterías repletas de botellas, la cuestión es saber leer a las personas que piden tragos o libros". Y, asegura, la relación con el "cliente" mejora si en el medio hay una historia.
En la barra de 878 se puede pedir, entre otros tragos, un Vitistini, un Berni y un Esperando a los forzudos. El último es "un trago que tiene la estructura de un Negroni, es decir, que tiene tres partes iguales de cada ingrediente: ron Bacardi Carta Blanca, vermú La Fuerza Rojo y aperitivo Punt e Mes". Es ideal, según Lidijover, para acompañar la lectura de "tres libros que que están a su vez divididos en tres partes cada uno: La Divina Comedia, de Dante Alighieri; El último guardián del Antiguo Cairo, de Michael David Lukas, y La trama nupcial, de Jeffrey Eugenides".
El Berni, que lleva ron Havana de 3 años, almíbar de burbujas, Cynar y Bitter 878, marida a la perfección con la novela Nos vemos allá arriba, de Pierre Lemaitre. Ganadora del premio Goncourt 2013, está centrada en la Primera Guerra Mundial y en sus consecuencias sociopolíticas.
El Vitistini es un Martini preparado con pisco Control C, vinos dulces y uvas. "La forma en que te lo preparan y sirven es una obra de arte. Por esa razón lo comparo con la novela El nervio óptico, de María Gainza", explica Lidijover. "Cuando Lucas me lo servía, charlamos sobre la importancia de no tener que entender todo, de disfrutar del desconocimiento. El trago es en sí una pequeña obra de arte: la copa en la que lo sirve, una representación de una aceituna hecha sobre el trago con unas gotas de aceite de oliva y una gota de un líquido rojo. Un frasco como de laboratorio dentro de un vaso ancho lleno de hielo para mantenerlo frío, para ir agregándolo a la copa. Un plato con tres uvas que Lucas llamó todo el tiempo aceitunas como si el mismo trago fuera una representación". Con respecto a la relación con el libro de Gainza, agrega: "El trago invita a entregarse a una experiencia en donde no hace falta comprender, sino sentir. Algo muy parecido con lo que sucede al contemplar una obra de arte. Una experiencia que se vive con el cuerpo, imposible de traducir en palabras. En realidad, imposible no, porque es lo que hizo Gainza en El nervio óptico: capturar en palabras lo experiencia de contemplar el arte. Sentir, a través de la lectura, lo que se sentiría al estar delante de las obras".
Otros tragos de la carta de 878 que Lidijover vincula con libros son el Highball (whisky, hielo y soda), que es ideal para beber mientras se lee Más liviano que el aire y Amores enanos, dos títulos de Federico Jeanmaire, y el Hot Toddy, un trago caliente a base de whisky, limón y jengibre. "La primera sensación cuando alguien te ofrece un trago tibio de whisky es pensar que no va a estar bueno. Pero por supuesto es riquísimo. Tiene además su propia tensión, porque tenés que tomarlo mientras sigue tibio. Hay un libro, Reparar a los vivos, de Maylis de Kerangal, que es exactamente eso. Es lo último que esperarías encontrar como tema para una novela y que lo primero que pensás cuando te lo recomiendan es que no puede estar bueno: una novela sobre trasplantes de órganos. Y sin embargo, Reparar a los vivos es una gran novela escrita en un tono que solo esa autora podía conseguir. Y así como el trago tiene su tiempo para ser tomado y que siga estando tibio, la novela también se desarrolla en el corto tiempo en que una persona muere, llega al hospital y uno de los protagonistas tiene que convencer a la familia de que ese hijo al que aún le late el corazón está ya muerto por muerte cerebral".
Para los clásicos que prefieren whisky solo (con o sin hielo) nada mejor que leer un autor escocés y uno irlandés. Es por eso que Lidijover recomienda Dr. Jeckyll y Mr. Hyde, de Stevenson, y Esperando a Godot, de Samuel Beckett.
Otras noticias de Arte y Cultura
Más leídas de Cultura
Catalejo. El valor de las palabras
“Enigma perpetuo”. A 30 años de la muerte de Liliana Maresca, nuevas miradas sobre su legado “provocador y desconcertante”
Perdido y encontrado. Después de siglos, revelan por primera vez al público un "capolavoro" de Caravaggio
Opinión. De “Fahrenheit 451″ a “Cometierra”: cómo empezó todo